Festival de Cine de La Habana – Día cinco: The Book of Fish, Lee Joon-ik

No podía faltar en este festival una cita con el cine coreano. Esa industria imparable desde hace unos años, el país donde más cine se ve por habitante y donde la producción de películas es de una calidad y variedad a la altura de Hollywood o lo que usted quiera. Este éxito, que tiene lugar desde principios de siglo, primero con Oldboy (Park Chan-wook, 2003), y finalmente con Parásitos (Bong Jong-hoo, 2019), siendo la primera cinta en ganar óscars a Mejor Película y Mejor director en un idioma que no sea inglés. No es casualidad que esa barrera la rompiera una película surcoreana. Hoy asistimos a The Book of Fish (2021), la última del director Lee Joon-ik.

Sigue haciendo frío en La Habana y el cielo amenaza con sus nubes negras. Volvemos al cine Yara, unos minutos antes de la sesión hay dos colas: una para la película, pues en los últimos años entre los jóvenes cubanos y de todo el mundo se ha desarrollado una fuerte moda por la cultura de Corea del Sur, con el K-pop, el cine y las series y todo en general; y otra cola para las palomitas o como aquí se les llama, rositas de maíz. En Cuba hay colas para todo, y en este caso es más larga la de las palomitas que la del cine, pues solo hay un pequeño puesto callejero de los antiguos, que no da abasto.

Una vez abren las puertas del cine comienza la estampida, y gente de todas las edades arramplan a su paso, vetustos cinéfilos y jóvenes filo-coreanos. Y como contraste a la marabunta, antes de entrar a la sala, tenemos al propio director, Lee Joon-ik. Parapetado detrás de un mostrador, con una tirada de librillos que la embajada ha preparado para la gala, el artista seulés, con ese temple recto, budista, que tanto nos sorprende de los orientales, firma y sonríe a los fanáticos y curiosos.

Al fin el público se sienta en la gran y estructurada sala, pues tiene una infraestructura de madera casi laberíntica, platea, galerías, palcos. Y comienza la película. La trama está basada históricamente basada en hechos reales y nos sitúa a comienzos del siglo XIX. Es la historia de un hombre exiliado por profesar la fe cristiana durante el reinado de Sunjo, que por su interpretación del confucianismo había decretado perseguir otros misticismos.

Lo primero que destaca es la exquisita fotografía en blanco y negro. Sorprende, y mucho, su calidad, que consigue mantener sin decaer ni un ápice durante las dos horas de metraje. Y también el hecho de que nos traslada a un cine poético y de bellos paisajes y sugestiones, pero el tono de la película es jocoso, parece no encajar con la seriedad del historicismo que trata y la fotografía impecable. Una insistente banda sonora, para enfatizar esa comicidad, descoloca un poco al principio de la proyección, pues percibimos demasiados estímulos aparentemente contradictorios.

Estamos ya inmersos en el éxodo de este erudito religioso, que viene a afincarse en una isla lejana al continente coreano. Al principio repele el maravilloso pueblo al que ha llegado obligado, pero rápidamente esta desconfianza inicial se transforma en una aventura mágica del hombre con sus nuevos vecinos, hasta conocer a un joven pescador que es quien dará sentido a la trama. El erudito alucina con los conocimientos del trabajador, que además es aficionado a los libros e hijo bastardo de un noble que le abandonó. Finalmente el exiliado comienza a redactar un libro con todos estos conocimientos de los peces.

Y esta la historia principal que se trata en la película, aunque paralelamente trata muchas otras cuestiones: el conflicto entre la fe cristiana y la confuciana budista, la relación maestro-alumno, pues el pescador le pide que a la vez el otro le vaya enseñando sobre religión y a leer en chino, y también cuestiones filosóficas sobre cómo gobernar y las consecuencias de la distancia entre las clases sociales. Una película vasta, ambiciosa, aunque en ningún momento pierde ese tono de simpatía oriental, que por momentos llena la sala de carcajadas.

Finalmente el maestro del pescador, aunque se intercambian los papeles todo el rato, a nivel vital el exiliado se convierte realmente el referente vital del joven, escribe entonces el Jasaneobo, que es el primer libro de biología marina de Corea. Es maravilloso el carrusel de bichos marinos que salen en la película, pulpos, mantarrayas, pargos, arenques… y hay una escena memorable, que recuerda al libro de Hemingway El viejo y el mar, donde el pescador, incitado por su maestro, consigue heroicamente pescar un pargo de 90 kilos.

Una historia muy bonita, una película grandiosa, tiene luego sus grandes conflictos y un final puramente clásico donde es imposible retener las lágrimas. “Corea apenas tiene películas históricas, como sí tienen nuestros vecinos Japón y China, por eso decidí filmar esta historia”, dice el director en el conversatorio posterior, tras un gran aplauso unánime. Acierta de lleno, además, pues la puesta en escena es impecable y por momentos recuerda, no solo por el blanco y negro, a los maestros nipones Kurosawa o Mizoguchi.

A través de una traductora, Lee Joon-ik interactúa con el público cubano, y es curioso el choque cultural pues son dos países con identidades casi antagónicas, la salazón cubana contra el hieratismo coreano. “Es lo bonito del cine, quizás a través de mi película yo haya conseguido acercarme a vosotros y vosotros a mi, superando los obstáculos del idioma”. Le preguntan también por el uso del blanco y negro, y responde que así podemos acercarnos más a la historia y que además es la imagen que tenemos de aquel pasado, que no necesitaba los colores para narrar esto.

Sale el público de la sala y afuera, sorpresa: un chaparrón solo posible en estos climas tropicales. Vientos racheados y mares de agua de lluvia por el asfalto, toda la gente apilada en la fachada del cine porque además, apenas hay transporte para volver a casa. Los viejos coches de La Habana, con tanta lluvia y tantos peligros en el camino, infinitos baches y mal estado general de las carreteras, no se atreven a desplazarse con semejante aguacero.

Toca esperar en las puertas del cine. Lo bonito es que quizás nos obliga a parar el ritmo de vida de los tiempos modernos, y en vez de ir de un lado para otro como pollos sin cabeza, todos nos quedamos allí esperando y no hay más remedio que comentar la bella película que se acaba de ver. Es una gran obra la de este no tan conocido director coreano, una gran producción, aunque él en el conversatorio dijera que la película no costó tanto dinero y que lo importante es hacer cine sin atender a los medios. Una buena trama histórica, sensible y con grandeza narrativa en muchas partes. Que quizás, como único fallo tiene querer abarcar más de lo que es posible en dos horas. Pero aún así es un privilegio asistir a esta impecable cinta, llena de emociones y sabiduría oriental. “Aprender sin pensar es difuso y desordenado. Pensar sin aprender es peligroso”.