Comienza una nueva aventura por el Festival de Cine de La Habana. La ciudad, estos días afectada por un frente frío, que en realidad es lo que en otros sitios se considera fresco, y que no lleva a nadie a cubrirse con más que una camiseta de mangas cortas, aunque todos comentan el bajón meterológico.
Asistimos a la primera sesión de las tres que tenemos programadas hoy. Finalmente, en estas humildes crónicas, nos dejamos caer por la verdadera esencia del festival: el cine puramente latinoamericano. Después de Kaurismaki y Buñuel, la conciencia dictamina que hay que ver películas cubanas para no ser un total impostor en la retransmisión de lo que aquí esta ocurriendo.
Sin duda, ha sido un acierto. La sala Acapulco está abarrotada para ver el estreno de la ópera prima del cubano Alan González, La mujer salvaje. No deja de sorprender la belleza de esta sala de cine, que según los datos tenía 1.500 butacas (hoy serán algunas menos). Y es un placer ver que apenas hay donde sentarse. “El cubano es muy de lo suyo”, nos dicen. A la proyección asiste todo tipo de gente, desde cinéfilos del festival a una gran mayoría de gente popular.
Antes de empezar pasan un corto, también cubano, de cuyo nombre no quiero acordarme. Una obra mala, muy mala, que afortunadamente apenas dura veinte minutos. Pareciera augurar los peores presagios, pero tras tímidos aplausos, empieza lo que realmente ha reunido a tanta gente en ese lugar.
La mujer salvaje es una película intimista, pues prácticamente en cada plano de la película aparece su protagonista, Lola Amores, una actriz poco conocida que en esta película, sencillamente, se sale. De hecho esta mujer es una de las comidillas del festival, protagoniza este film y otro largometraje del festival llamado Una noche con los Rolling Stones, que narra el histórico primer concierto de la banda británica en 2016.
Esta nueva película cuenta la historia de una mujer que ha estado en medio de una grave pelea a machetazos entre su marido y su amante, con su hijo de por medio. A ella le quitan el hijo, y se lo quitan prácticamente todo, la sociedad entera sabe su historia y la repudia. “Te has puesto tan mala que ya ni pa puta sirves”, le dice un vecino. Ella sigue adelante, intenta no oír a nadie y solo se preocupa por recuperar al hijo, que está con su tía y abuela.
Es el viaje de esta fortísima mujer, que cabalga majestuosamente Lola Amores, y que vemos cámara en mano, con un ritmo que no decae en ningún momento, una narrativa fresca y alejada de tópicos, una historia humana muy intensa y real.
Finalmente Yolanda, la protagonista, encuentra a su hijo después de muchos episodios dramáticos, antiguos amigos o familiares que ahora le dan la espalda, la policía persiguiéndola, un video del drama de los machetazos circulando por los teléfonos de la gente. Todo tan desagradable que cuando encuentra al niño, este no quiere ir con ella. Finalmente consigue convencerlo, y poco a poco retoman su relación cariñosa, el niño se va abriendo a los indudables encantos, aunque ciertamente tóxicos, de su madre. “¿Tú estás enamorada de él?/Yo estoy enamorada de ti”, le responde a su hijo cuando este le pregunta por su amante, al que finalmente van a visitar al hospital y que ha perdido un brazo.
Un plano final de las calles de La Habana desenfocada para acabar la película, con una conversación simpática entre madre e hijo, que sin duda han recuperado su unión en el peor momento. Una bella película, bien hecha, arriesgada. La sala entera ha seguido ese viaje como si estuviéramos todos allí dentro.
Y esto no para. De aquí volvemos al cine de 23 y 12 y asistimos al nuevo documental del cubano Ernesto Daranas, que recién llega de competir en Venecia. Landrián es la historia de recuperación de la obra de un cineasta también cubano que en los 60 y 70 trató de hacer sus películas, siendo censurado y finalmente exiliado por el régimen del país. Un tema muy, muy delicado.
Antes de la proyección, Daranas con su equipo y los protagonistas, hace un fuerte y emotivo discurso acerca del protagonista del documental y de la censura que aún hoy se sufre aquí. A muchos inquietarán estas palabras, pues hay una situación difícil de explicar o entender con la libertad de expresión en Cuba, con las críticas a un sistema que lleva más de 60 años en el poder.
Comienza el documental, con, aleluya, otra sala llena. El cine cubano triunfa en el festival. El montaje al principio nos impresiona por su frescura y rápidamente estamos viendo imágenes de este Nicolás Guillén Landrián, sobrino del célebre poeta Nicolás Guillén. La cámara de Landrián nos regala escenas y fotogramas de una belleza difícil de explicar, un poeta del celuloide, un retratista excepcional, caras de negros, gente bailando, cosas que ocurren en la ciudad, la diferencia de clases en planos cortos y afilados.
Se nos narra su historia personal, la de un poeta maldito, uno de esos artistas totales que fueron narrando sus vidas en diálogos con harta nobleza, una voz en off lo lee. Su viuda, paralelamente, nos va contando toda la historia con una sensibilidad excepcional y es uno de los motivos de que el documental funcione, el magnetismo de esa mujer al hablar de su marido fallecido. “Me duele aquí, donde los clavos” le decía Landrián a su mujer, cristificándose.
La cinta es el proceso de recuperación de todo el material. Vamos viendo las obras de Landrián en el mismo orden que Daranas y su equipo fueron rescatándolas de los archivos del ICAIC, del olvido. Y descubrimos a alguien ecléctico, a un artista dispuesto a romper todas las reglas y que tuvo la mala fortuna de vivir bajo un sistema de gobierno que no era muy partidario de tolerar estas actitudes. Lo encerraron dos veces, en ambas ocasiones uno de los principales motivos era “diversionismo ideológico”, “actitudes que no son propias de un ideal revolucionario”.
Es curiosa la narrativa oficial que nos queda del pasado. Días como hoy, con este documental, uno descubre a un cineasta de esta talla y se da cuenta de que la idea que tenía del cine cubano era incompleta. Es una figura fundamental a tener en cuenta, no solo aquí sino en el cine latinoamericano e incluso más allá. Landrián por momentos es una especie de Lorca de la cámara, en esas expediciones a oriente donde grababa a las poblaciones y los espacios naturales con una sensibilidad única.
Recuerda mucho su caso al cinemista (así se hacía llamar, cinematógrafo más alquimista), el granadino José Val del Omar. Otro artista radicalmente rompedor, que hizo una obra de una belleza e interés insuperables que alguna vez que cayeron en el olvido y que poco a poco se va rescatando. Ambos dos fueron censurados, en el caso de Val del Omar por el franquismo, que borró por completo su nombre y gran parte de su obra. Afortunadamente, hoy nos quedan reductos que son suficientes para apreciar la innegable genialidad que hay en ellas.
Algo así pasa con Landrián. O incluso peor en algunos aspectos. No solo fueron destruidos parte de sus documentales, ni fue encarcelado. Fue incluso víctima de electroshocks y finalmente forzado al ostracismo. El documental acaba con gran aplauso del público y en la sala se siente que hemos asistido a algo importante. Un evento muy emotivo, en un contexto convulso, especialmente este festival en el que como ya dijimos la censura es una presencia omnipresente fantasmal.
Y aún hay más. Todavía hay tiempo para una última sesión en el cine de 23 y 12. En este caso es el documental Buñuel, un cineasta surrealista, de Javier Espada. Este director, también de Calanda, un pueblo de apenas 4.000 habitantes, el pueblo de Buñuel, presenta su cuarto documental sobre la obra del genio del celuloide. Es un erudito en su figura y está dedicando buena parte de su vida a investigar sobre él, hoy toca la faceta de ese movimiento surrealista que inaugurara André Bretón en 1924.
El propio director nos cuenta, antes de la proyección, cómo ha realizado el documental y nos da detalles muy interesantes de Luis e introduce, orgulloso, que ha conseguido encontrar unas fotografias esteoroscópicas del padre de Buñuel que amplían la filmación de La edad de oro (1930), una de las obras fundamentales del surrealismo visual.
El documental nos muestra pedazos de las inolvidables películas que grabó Buñuel, empezando por Un perro andaluz y abarcando finalmente todas las demás, y es un placer ver esas imágenes, pero a mitad de la proyección ocurre algo insuperablemente surrealista: el apagón. “Maldita sea, otro apagón”, dice una de las más célebres canciones de Bad Bunny. Bienvenidos a Cuba, la perla de las Antillas.
Y hasta aquí el tercer día de festival. Uno se vuelve paseando a casa entre la total oscuridad, pues el apagón no es del cine sino del barrio. Es un privilegio, si uno no va pensando en los peligros de pasear en la noche sin farolas, disfrutar de pasear por una gran urbe totalmente a oscuras. Hasta podrían verse las estrellas. Pero los barrios de alrededor sí tienen luz, y finalmente, después de media hora, acaba volviendo también a este.
Lo normal es que después del apagón las proyecciones sigan por donde se quedaron. Pero en este caso, después de un largo día como espectador, este vampiro-cinéfilo vuelve a casa a descansar. Entre la lluvia, pues finalmente el frente frío sí acabó siendo tal. Mañana será otro día, el festival sigue.