Como si de un producto realizado una fábrica se tratase, las últimas temporadas cinematográficas han estado plagadas de ejemplos de actuaciones, trabajos y obras exclusivamente creados para triunfar en los grandes premios del cine mundial, los Oscar. Pero este curso se lleva la palma con dos de los ejemplos más clarividentes que se recuerdan.
Hablo de los trabajos de Will Smith (El Método Williams) y Jessica Chastain (Los Ojos de Tammy Faye), con sus respectivas encarnaciones de Richard Wlliams y Tammy Faye, por las que parten como los actuales favoritos (sobre todo en el caso de Smith) para hacerse con las estatuillas doradas en los categorías reinas de interpretación. Ambos tienen en común numerosos aspectos que son ya una conditio sine qua non para este tipo de fenómeno.
Tanto Chastain como el afamado Will dan vida en sus últimos grandes trabajos a dos personajes reales que forman parte del imaginario reciente norteamericano (algo ajeno, eso sí, al resto del mundo, donde estos trabajos se perciben desde un prisma distinto), éticamente horripilantes y con un físico que haga que los intérpretes se camuflen de forma cameleónica y vean su interpretación partir desde un paso avanzado en la carrera hacia el Oscar. Porque no lo vamos a negar, lo que gusta un buen maquillaje a un académico da para otro artículo entero.
Y no es ahí donde radica el problema digno de crítica, ni mucho menos. No hay nada malo en usar maquillaje o efectos digitales para recrear la imagen de alguien, para eso están. El problema es el enfoque que se da a este tipo de historias, destinadas única y exclusivamente a la exhibición del actor o actriz de turno al que ese año le apetece jugar al juego de los Oscar.
El hecho de escoger a personajes tan criticables y tan viscerales, obviamente, no es casualidad. Es el vehículo a través del cual los intérpretes se ven legitimados para dar rienda suelta a todas sus dotes actorales, muchas veces ‘pasadísimas’, y llenar la película de esos momentos conocidos como ‘Oscar clip‘ haciendo referencia a que podrían ser esos extractos que se incluyen cuando se anuncia a un nominado en la gala de los premios de la Academia.
Retornando al tema del enfoque, esto es quizás lo que más aterra al analizar este tipo de fenómeno. Chastain y Will Smith se proponen con sus trabajos este año blanquear la imagen de dos personas realmente horribles, con unas vidas repletas de actos reprobables que es edulcoran en el conjunto de la cinta para no dar pie a una actuación sórdida o más oscura que no llamaría tanto al gran público o a los miembros de la Academia. No son los primeros ni los últimos que lo hacen o lo harán. Algunos ejemplos de años pasados podrían ser Andra Day (Los EEUU contra Billie Holiday) o John Travolta (Gotti).
Y en el caso de Tammy Faye quizás no sea tan grave, puesto que sí que hay una parte positiva de la que se puede tirar (su apoyo a la comunidad LGTB en un momento en EEUU en el que no era nada sencillo) pese al resto de una vida repleta de actos mezquinos e indefendibles. Pero en el caso de Will Smith, la situación es aún peor.
¿Hay una historia interesante y digna de contar detrás de la figura de Richard Williams? Sí, pero desde luego esa no es la que cuenta El Método Wiliams. Es totalmente lícito querer contar la historia de cómo Venus y Serena Williams se criaron para alcanzar el éxito que finalmente han alcanzado sin situarles a ellas como protagonistas, pero, de nuevo, no de la forma en la que lo hace El Método Williams.
Una historia construida alrededor de la figura de un sociópata como Richard Williams no se debe nunca tratar de la forma en la que lo hace Reinaldo Marcus Green. Uno de los principales conflictos que presenta la historia es el por qué no participan las hermanas en el circuito de torneos juveniles de tenis americanos, achacándolo su padre al deseo de que las «niñas puedan ser niñas», algo que repite una y otra vez en la obra. Pese a esa insistencia que tiene la película en recordarnos lo mucho que «King Richard» quería que sus hijas disfrutasen de una infancia normal, la misma película se contradice al no enseñarnos nada de la vida de las jóvenes más allá de entrenamientos eternos y surrealistas de tenis, hacer los deberes o ver películas para pasar un test de su padre después de verlas. Y esto es solo un ejemplo de cómo estas películas apuestan todo a que el público empatice con personas realmente aterradoras e imposibles de defender.
La razón principal por la que esto ocurre de una forma tan ruin es que dichos proyectos están capitaneados (muchas veces desde el punto de vista económicos) y justificados por el mero lucimiento de estas estrellas. No hay ninguna cabeza ‘libre’ al mando, es decir, no hay un autor detrás de estos proyectos, sino unos ‘mandados’ encargados de llevar a la imagen un guion unidireccional y que debe aprobar el Will Smith o la Chastain de turno. Es por ello que nunca hay una gran firma detrás de estas películas. Todos los focos se centran en el estrellato que toque.
Este proceso maniqueo y que busca crear artefactos comerciales más que obras de arte es quizás una de esas razones por las que la Academia y sus Premios Oscar pierden adeptos año tras año sin entender por qué. Hacer creer al público que estas son las mejores películas que se hacen cada año ya no cuela, señores.