Crítica – ‘Sufragistas’

 

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Título original: Suffragette

Año: 2015

País:  Reino Unido

Directora: Sarah Gavron

Guión: Abi Morgan

Música: Alexandre Desplat

Fotografía: Eduard Grau

Reparto: Carey Mulligan, Helena Bonham Carter, Meryl Streep, Anne-Marie Duff, Brendan Gleeson, Ben Whishaw, Romola Garai, Samuel West, Geoff Bell, Natalie Press, Lee Nicholas Harris, Richard Banks, Adrian Schiller, Judit Novotnik, Morgan Watkins

Productora: Film4 / Pathé / Ruby Films

Género: Drama histórico/ Política de 1910 a 1919

Duración: 106 min.

¿Os imagináis que el día de las elecciones generales hubieseis llegado a las urnas y os hubieran dicho que no podéis votar por el simple hecho de ser mujer? ¿Qué me diríais si os dijese que todos vuestros bienes van a quedar en manos de vuestro marido? Todavía mejor, ¿os gustaría que os obligasen a casaros por el simple hecho de una convención social? ¿Qué opinaríais si no os dejasen acceder a estudios superiores? ¿Qué le diríais a un hombre que os dijera que sois inferiores a él? En la mayoría de los casos la ley nos ampara y en el resto, bueno, tenéis todo el derecho a sacarle los colores a quien se atreva a insinuar que sois inferiores. Este camino hacia la inclusión de las mujeres (porque, no perdamos la perspectiva, todavía hay mucho por hacer por la igualdad de género) no hubiera sido posible si a finales del siglo XIX y principios del XX otras mujeres no hubiesen luchado por sus derechos, por nuestros derechos. «Si dejamos que las mujeres voten, perderemos nuestra estructura social», esto clamaba un miembro del parlamento inglés allá por 1910.

Sufragistas nos presenta la historia del movimiento británico de la Unión Social y Política de las Mujeres liderada por Emmeline Pankhurst (Meryl Streep), un grupo de mujeres, que tras las protestas pacíficas por conseguir el voto femenino y la mejora de sus condiciones de vida, decidieron desobedecer el orden público porque, como la misma protagonista, Maud, le dice a un policía, «los hombres solo entienden de guerra». Maud (Carey Mulligan) es la capataz en una tintorería industrial, vive en el East End de Londres, es decir, en el distrito obrero (Mulligan clava el acento más cockney). Maud es una más, no es la figura que todos tenemos en la cabeza de una sufragista, no es la típica dama británica que tras la protesta se iba a tomar el té con pastas de las cinco. Y es que, la cultura patrialcal imperante nos ha vendido una imagen frívola de las sufragistas.

Y es uno de los puntos fuertes del mensaje que se quiere transmitir: la protagonista no es nadie importante, es un obrera más, pero que se ha cansado de seguir acatando la injusticia. Tenía un profesor que decía que un personaje es bueno cuando no es el mismo al final de la historia que al principio y, en este caso, la protagonista de Sufragistas evoluciona desde una joven de clase obrera callada y obediente, que mira el movimiento revolucionario desde fuera, lo admira, pero que no se atreve a unirse abiertamente por miedo a perder lo poco que tiene, hacia una joven decidida, fuerte y comprometida, una joven atrapada por el sistema que quiere acallar su voz, pero que no se rinde. Carey Mulligan está gloriosa en su papel de Maud, protagoniza alguna de las escenas más duras y , gracias a su gran trabajo interpretativo, el público siente el dolor y la angustia, la rabia y el ansia de justicia que recorren las venas de este personaje. Me pregunto por qué ha pasado tan desapercibida esta interpretación digna de Oscar, me pregunto por qué Sufragistas ha sido ensalzada por la crítica de todo el mundo, pero ignorada por los jurados de los grandes premios. Intento pensar que es casualidad, quiero creer que en el siglo XXI no se ignora deliberadamente una buena película por el mero hecho de estar cargada de un mensaje reivindicativo a la vez que redentor de la figura de un movimiento desvirtuado.

Carey Mulligan es el gran faro que guía una trama hilada sin despuntes, pero está acompañada de un reparto de actrices que parecen saberse parte de un proyecto que va más allá de un mero drama histórico. Maud está rodeada por un elenco de personajes que representan a mujeres de toda índole: mujeres de clase obrera desgraciadas en sus hogares, mujeres de clase media con maridos que las apoyan en su lucha, mujeres http://www.slaterpharmacy.com de clase obrera con un hogar confortable, mujeres de clase alta que son casi prisioneras de sus maridos. El mensaje de Sarah Gavron con esta variedad de personajes es claro: cuando hay algo por lo que luchar no importan las clases sociales. Uno de los personajes que más me llama la atención es el interpretado por Romola Garai, una dama de alta sociedad, mujer de un ministro británico. En un momento de la película su personaje es arrestado junto con otras de sus compañeras tras un acto de protesta; su marido acude a prisión y paga su fianza y cuando ella le dice que debe pagar también la de las demás éste la ignora; la imagen de su cara desencajada rogándole al marido poder usar su dinero es sobrecogedora porque «es mi dinero», protesta ella, «es mi dinero», se indigna, «déjame usar mi dinero», grita. Así, aunque vemos la desigualdad de clases en el ámbito de la justicia, también comprobamos que hasta la dama más distinguida y con más recursos económicos estaba condenada a vivir bajo el yugo del patriarcado.

Precisamente la escaramuza en la que la mujer del ministro acaba arrestada es uno de los momentos audiovisuales más destacables. Y digo audiovisuales y no visuales porque la experiencia sensorial abarca la vista y el oído. Gracias a la magnífica inclusión de la banda sonora, que se convierte en parte fundamental de la diégesis, ciertas partes de la trama se cargan de una emoción especial, de un «todo sensorial». En esta escena en concreto, unos policías cargan contra un grupo de sufragistas que protesta ante el palacio de Westminster. La confusión se apodera de la imagen que no muestra nada claro. Porras, sangre, gritos, el suelo, el cielo, un caballo encabritado, más gritos, no sabes muy bien qué estás viendo, y eso te confunde. ¿Por qué les pegan si no han hecho nada? Y la confusión se multiplica si añadimos el efecto sonoro que lo envuelve todo, un efecto de vacío, como si metieses la cabeza en una pecera. Ya no sientes solo confusión, tus sentidos están abotargados y quieres que todo acabe, pero no sabes qué está sucediendo. Angustia. No alcanzas a escuchar nada más allá de gritos cercanos, pero que parecen lejanos porque solo puedes concentrarte en tu propio yo que no consigue encontrarse entre el tumulto. Y así es como la directora ha conseguido que el espectador sienta en sus carnes lo que estas mujeres sintieron. «¿Por qué me está sucediendo esto? ¿Dónde está mi madre? ¿Dónde está mi hermana? ¡No me toques! Quiero irme a casa».

Y para culminar una historia que no pierde el ritmo en ningún momento (puede ser más lento o más acelerado, pero es el ritmo necesario en el momento adecuado) llegamos a un final que sorprende, que emociona y que estremece. Aparecen los créditos y la sala se sume en un silencio absoluto, alguien comienza un aplauso que se generaliza en una emotividad compartida mientras en nuestras mentes suenan las palabras de Emmeline Pankhurst: «Never surrender. Never give up the fight». Nunca os rindáis.

Lo mejor: El reparto de mujeres entregadas.

Lo peor: Que haya pasado inadvertida en los premios.

 Nota: 10/10