cien años de cine ecuatoriano
Fragmento del largometraje Qué tan lejos, de Tania Hermida.

Cien años de cine en Ecuador: ¿Qué ha cambiado?

Escribir sobre un cine pasado es escribir sobre significados y memorias. Es una práctica que nace al momento de ver películas y que permite reconocer el pensamiento, el lenguaje y las luchas de cierta época. Ecuador acaba de celebrar sus 100 años de cine y es necesaria siempre la idea de escribir acerca de la memoria cinematográfica. Dicha memoria es una resistencia y un reclamo desde la imagen y el sonido que exige mantenerse en la piel de la historia, y que siempre está en constante cambio.

En esta celebración se ha decidido, por medio de varias entidades culturales de Ecuador como la Casa de las Culturas Benjamín Carreón, la Cinemateca Nacional, la Universidad de las Artes, el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo, la Prefectura de Pichincha y el Centro de Producción e Innovación Mz14, hacer una agenda donde se conmemore la primera película de ficción en Ecuador: El tesoro de Atahualpa (1924) de Augusto San Miguel.

Esta agenda cuenta con películas que corresponden a la ficción, con películas de gran alcance taquillero en lo largo del historial cinematográfico de Ecuador y con archivo fílmico restaurado y recuperado por la Cinemateca Nacional.

De estas películas escribiré brevemente sobre tres con las cuales puedo trazar una especie de arqueología sobre los cambios sociales y de pensamiento que ha tenido el país a lo largo de su producción fílmica con relación al quehacer cinematográfico.

  • Qué tan lejos (Hermida, 2006)

En Qué tan lejos existe, creo yo, un reconocimiento hacia la identidad nacional, una identidad en ciertos casos resquebrajada, intervenida, disuelta y sobre todo nublada.

Esta película de Tania Hermida muestra las complejidades de la lengua y del nombramiento, y a su vez expone que la palabra constituye una forma de identidad fugaz, de la cual varios territorios atraviesan.

Esta identidad fugaz provoca que a veces alguien se sienta extranjero en su propio país, y esto es resultado de varios procesos de borrones de memoria y desterritorialización que se ha impuesto en espacios latinoamericanos a través de agendas coloniales y proyectos de dominación.

De una forma groseramente breve, Qué tan lejos comunica eso: la identidad, aquella que va y viene, así como aquella que deseamos y sea eterna; una identidad que sufre por la memoria de las cosas, de los espacios, de la palabra, porque cómo se construye una identidad si no es a través de lo pasado, o de los “antepresentes” como aparece en la película.

La identidad es el resultado de lo que ocurrió, de lo que pasa y de lo que vendrá; por ello la identidad no puede surgir de una ficción que nos resulta lejana porque no lo entendemos o extraña porque no la conocemos.

De esta forma solo obtenemos una identidad de vidrio meciéndose en una cuerda de lana. Surge aquí una costumbre por reparar aquella identidad fugaz dejando a un lado la idea de buscar recuerdos de la historia que brinden una memoria digna de producir identidades más duraderas, identidades de piedra.

centenario del cine ecuatoriano
Fragmento del documental Descartes, de Fernando Mieles.
  • Descartes (Mieles, 2009)

Pues bien, la segunda película de la que escribo es justamente aquella que define al acto de recordar como un acto de resistencia. Es una película que habla de la memoria y que también hace una referencia al poder que esta tiene no solo para definir un país, sino para definir(nos).

Esta película es Descartes, de Fernando Mieles estrenada en 2009. Es un documental que hace una doble investigación. Una de ellas reúne entrevistas con diversos personajes que pertenecen a la gestión cultural o al ámbito del amor al arte.  La otra en cambio hace un seguimiento a una enigmática figura de la cual después se menciona que es Gustavo Valle, antiguo escritor y director de cine.

La forma en que Descartes maneja la memoria es interesante porque lo hace viéndola como material que continuamente se ha desechado. La memoria en Descartes surge como un celuloide mutilado que se empolva en las bodegas de la historia.

Sin embargo, el documental anuncia que lo descartado puede ser recobrado. Así como este documental pregona el nombre de Valle, así es posible continuar con la práctica para diversas luchas y resistencias del recuerdo.

De esta forma pueden nombrarse documentales que abogan por la recuperación de la memoria como lo es Con mi corazón en Yambo (2009) de María Fernanda Restrepo cuya lucha por la reparación histórica ante la violación de derechos humanos que sufrieron sus hermanos no ha tenido precedente.

Otro ejemplo es La muerte de Jaime Roldós (2009) de Lissandra Rivera y Manolo Sarmiento. Aquí el documental sigue las funciones del recuerdo en función de compartir aquella memoria oculta. Lo que hace este documental es incentivar el cuestionamiento de la historia oficial, de esa memoria de papel impuesta que nos resulta difícil creer.

De este modo, varios documentales surgen para discutir el estado actual de la memoria y para denunciar la forma en la que se la ha silenciado repetidamente. Por ello Descartes tiene esa postura de reclamo y de memoria, porque su finalidad era que la memoria de pocos se convierta en la memoria de muchos, en una memoria colectiva a través de las imágenes y de las voces que el recuerdo podía proveer.

El documental está en constante pronunciamiento de recuperar el material fílmico, porque también es un material sensible para la memoria: el cine es memoria. Ahí yacen las historias que forman una cultura, una sociedad, un país. Sin embargo, ¿Qué ocurre cuando no hay material suficiente para un recuerdo?

Pues entonces hay que inventar el resto de la historia. La ficción como la narración del recuerdo.

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Fragmento del falso documental Un secreto en la caja, de Javier Izquierdo.
  • Un secreto en la caja (Izquierdo, 2016)

En el catálogo de las proyecciones que tendrían lugar en el centenario no estaba incluido Un secreto en la caja, pero sí estaba Augusto San Miguel ha muerto ayer (2003) del mismo director, Javier Izquierdo.

Sin embargo, decidí escribir sobre Un secreto en la caja porque aquí aparece una mirada sobre la ficción ecuatoriana demasiado interesante. Y es que esta película es un falso documental que narra la vida de Marcelo Chiriboga, un escritor ecuatoriano perteneciente al boom latinoamericano que en realidad nunca existió.

En varios momentos de la película, resuena la idea de este personaje imaginario que vive en un país imaginario rodeado de seres imaginarios. Resuena la idea de que Ecuador en sí es una ficción.

Extraigo estos pensamientos del documental porque parecen indicar que la ficción es una forma de identidad, y termina siendo la identidad ecuatoriana. Un país que necesita imaginarse a sí mismo para poder existir.

A partir de aquí la ficción tomará rumbos ya un poco alejados a aquellos pasos que dio Tanía Hermida con Qué tan lejos o Sebastián Cordero con Ratas, Ratones, Rateros (1999).

Ahora la ficción es un instrumento para imaginar nuestra identidad. Una identidad que viaja desde lo íntimo con películas como Alba (2016) de Ana Cristina Barragán, que cuenta cómo una relación entre padre e hija se va afianzando gradualmente; o que vayan a lo experimental y atemporal como Big Bang (2020), de Wilson Burbano.

Un secreto en la caja habla exactamente sobre esa potencialidad de la ficción que desemboca en Ecuador al ser un país atravesado por la línea imaginaria. Tal como Marcelo Chiriboga, el personaje del documental, la historia de Ecuador puede (re)inventarse con el fin de proponer un reparo político y social.

Chiriboga no es un personaje inventado y ya. Nace de la ausencia, nace como resultado del abandono a los escritores por parte del Estado, nace como una burla y un reclamo ante lo que sucede. Ese mismo gesto de invención política se ve reflejado en varias producciones venideras.

Eso no implica que no sigan existiendo películas con un carácter explícitamente político, o ficciones hechas para el entretenimiento, o documentales que continúan con la lucha por la memoria y justicia.

Lo que sí implica es que la ficción ahora tiene nuevas rutas y que todas las personas que producen actualmente tienen muchas más opciones para narrar una historia. Tienen más herramientas, más instrumentos, más lenguajes para contar un sentimiento, una idea o un reclamo.

Conclusión

No se puede hablar de todos los cines del mundo, ni se puede resumir la historia del cine de un país en renglones. Sin embargo, este texto es solo una breve y quizá insultante compresión de lo que han significado 100 años de cine ecuatoriano. Además, un centenario se ha hecho para definir la edad de los seres humanos, por lo que recién el cine ecuatoriano empieza a exceder los límites de la humanidad.

Hay que ver qué ficciones, historias, documentales, miradas, o voces traerán los años venideros del cine ecuatoriano, que al igual que muchos otros cines latinoamericanos continúan renaciendo constantemente.