Japón ante la occidentalización
Yasujiro Ozu es un autor transversal que empezó su carrera en el cine silente en el año 1927. Ha vivido a través del mudo, el color y el technicolor. Superó la guerra y su devastación. Con la llegada de los americanos, el cine japonés de Akira Kurosawa reflejaba el miedo a la pérdida de la moral y los valores tradicionales en Rashōmon (1950). Cuentos de Tokio (1953) por otro lado hablaba ya de un Japón que no se reconoce a sí mismo en las nuevas maneras de los jóvenes urbanitas. Llegado a Buenos días (Ohayō), Ozu ha quedado como una voz de antes de la guerra, inspirado por el melodrama, desgastado físicamente a niveles que él también percibe.
En contraste, los sesenta llegan como una época de crecimiento global, en la España desarrollista, en la Francia de la música pop, otramente llamada yé-yé, en los Estados Unidos del New Deal… Y a causa de la colonización americana y del encaje global, Japón también crece, antes incluso que su ocupante.
El desarrollismo en el cine universal
Su vecina se compró una lavadora, pero usted no tiene nada que envidiarle. Especialmente si es usted como Monsieur Hulot, porque Monsieur Hulot siempre hace las cosas a su manera.
Y es que Hulot convivía con el progreso sin desquiciarse, era un hombre tranquilo, tan tranquilo y parsimonioso que llegaba tarde a la vida moderna. Recordémoslo yéndose de vacaciones con un coche familiar que se cae a pedazos. Jacques Tati separaba sus películas del plano de lo real y trabajaba en un nivel de abstracción propio de la memoria y la nostalgia a través de la caricatura. Es así como se genera la magia detrás de la figura de Hulot en Mi tío (1958), un hombre sin voz y con una silueta muy clara y estilizada. El tema central de la película es además el de pueblo vs. suburbio, valiéndose de aquella icónica casa unifamiliar de estilo googie posatómico, una casa que él desmontará en múltiples gags irónicos.
La fascinación por la arquitectura
No casualmente Buenos días salió el mismo año que Mi tío. Existe en Buenos días la misma fascinación por el edificio como categoría: el único bloque de pisos de Buenos días se contempla desde una perspectiva isométrica ingeniera. Y es que el habitáculo disfruta de una nueva vida en el minimalismo japonés: se trata de la casa tradicional de un solo piso, pero mejor. Y es una comodidad que se expande con cada nuevo electrodoméstico.
La de los niños en edad escolar bordeando el río es una imagen que todavía se repite en el imaginario contemporáneo japonés. Si prestamos atención, podemos ver al fondo del paisaje fábricas echando humo y una autovía concurrida en la dirección contraria: el pequeño pueblo dormitorio está en medio de la nada. Pero no es un pueblo cualquiera. Es una modelo tecnificado de pueblo. Sus casas las une una pequeña cuadrícula de callejones de gravilla, la gente habla de un recibidor al otro porque están a tiro de piedra. Si añadimos que no se tenía por costumbre cerrar la puerta por nada ni por nadie, el suburbio es a la vez íntimo y colectivo y nos evoca a la película coral.
Las relaciones vecinales están condensadas, especialmente entre amas de casa, que en Buenos días se asocian de maneras nuevas. Las más cotillas encuentran a la cuadrícula una nueva oportunidad para montar sus rumores. Los maridos se refugian juntos en el bar. El jubilado borracho se redime como comercial, que es el trabajo del futuro.
El costumbrismo alegre
Ozu se deja seducir por el mundo urbano y nos invita a bajar la guardia por fin embalsamado por su gloria.
Y los niños, que son los presuntos protagonistas en el centro del discurso, impregnan su espíritu inocente en la trama. «Ohayō» ( お早う) se escribe apenas con un kanji de primer año (早) y silabario básico (お,う). La misma grafía hiragana (silabario básico) estampa sus buenas intenciones (¿o no hablaba Jean-Luc Godard del poder semiótico de la palabra escrita como imagen en sí, por ejemplo, en Livre d’Image ? ).
Buenos días es de las primeras cosas que nos enseñan en la escuela. Alrededor de los modernos sesenta, esto se ha substituído por unos exóticos «hello, I love you«, pero buenos días («kon’ nichiwa»), permítame que me disculpe («gomen kudasai») o que vaya bien («itterashai») siguen estando en el centro de la presentabilidad y el buen hacer japonés, palabras que por los niños solo son fórmulas («merci, je vais bien, je vous en prie») y que no van con la espontaneidad y la expresividad a chorro de los chavales.
Es curioso la capacidad que tiene ser humano para llegar a la serenidad al final de la vida, arrebatada por el cáncer de garganta el 1963. Si Cuentos de Tokio se lamentaba por el abandono de la gente mayor, Buenos días propone una evolución armónica con la tecnología, que no lucha contra ella sino que se integra, y que encuentra en el progreso una nueva normalidad, una nueva tradición. Al fin y al cabo el presente es lo que recordarán nuestros nietos, y ojalá vivirlo con su ilusión.