‘Todos queremos algo’: Inmersión ilusoria en los 80

 

 

Título original: Everybody Wants Some!!

Año: 2016

Duración: 116 minutos

País: Estados Unidos

Director: Richard Linklater

Guion: Richard Linklater

Fotografía: Shane F. Kelly

Reparto: Ryan Guzman, Zoey Deutch, Tyler Hoechlin, Wyatt Russell, Adriene Mishler, Blake Jenner, Jonathan Breck, Jessi Mechler, Glen Powell, Will Brittain, Taylor Murphy,Lizzy Pop, Vanessa Amaya, Sophia Taylor Ali, Tory Taranova

Productora: Annapurna Pictures

Género: Comedia

Ficha en Sensacine

Si  Slacker (1991), Dazed and Confused (1993) y Antes del amanecer (1995)  fueron en su día motivos suficientes para considerar a Richard Linklater como uno de los directores independientes más relevantes emergidos en los 90, luego llegarían Escuela de rock (2003), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013) para decirle al panorama cinematográfico americano que en Linklater había un potencial susceptible de ser reconocido más allá de las demandas de un público fiel y reducido. Un potencial que terminó por aflorar gracias a la catorce veces premiada Boyhood (2014) con la que el director consiguió, finalmente, llamar la atención de la crítica internacional y, sobre todo, ganarse el favor de un público más general que ahora empieza a identificar en su trabajo características propias de un auténtico cine de autor.

Con cierto renombre adquirido y tras las correspondientes alabanzas suscitadas,  a Linklater le apetece aflojar algo de carga dramática volviendo al cine gamberro de sus orígenes, divirtiéndose, soñando y llevándonos a nosotros con él en su ilusión pubertina de los 80. Todo ello, sin dejar de mostrar su evolución y sin bajarse del pequeño estandarte en el que ya se le ha colocado.

 

De este modo, quien conozca mínimamente la trayectoria cinematográfica de Linklater se imaginará que Todos queremos algo no es la prima lejana de American Pie, por mucho que pudiera parecerlo en el tráiler, y que, inevitablemente, los 116 minutos de metraje van a estar repletos de planos simples, largas conversaciones y detalles propensos al análisis particular de cada espectador. No obstante, entre el heterogéneo y variado grupo de espectadores los habrá quienes, como moscas a la miel, acudirán a la sala atraídos por  los pechos al aire, las palabras mal sonantes, la juerga, los botellines de cerveza vacíos, la hierba, las noches de discoteca, las peleas de machos cabríos y el juego duro en el béisbol. Es conveniente advertir a todos ellos que la combinación de esos elementos no ha dado como resultado una cinta frívola, complemento idóneo de ganchitos, cervezas, amigos y risas.

Más que película de sábado o viernes noche, esta es una opción para disfrutar en la soledad que ofrecen los días entre semana, durante o después de la puesta de sol, cuando a la dura jornada laboral ya no le quede más por extraer de nosotros y solo prevalezcan las ganas de soñar despiertos. Es esto precisamente lo que nos ofrece Linklater. Una ensoñación, una ilusión, una fantasía, una oportunidad de volver a ser partícipes del pasado – o de descubrirlo, si no tenemos la edad suficiente para haberlo experimentado-.

 

 

Y al igual que en los sueños, algo caóticos e imperfectos, cuesta diferenciar entre la introducción, el nudo y el desenlace de esta historia. Tras la aparición en pantalla del personaje principal, Jake Bradford (Blake Jenner), un jugador de Béisbol recién llegado a la universidad; la de los que serán sus veteranos y «porculeros» compañeros de residencia y de entrenamientos, Finnegan (Glen Powell), McReynolds (Tyler Hoechelin), Willoughby (Wyatt Russell) y  Jay Niles (Juston Street), entre otros, y la de la dulce Beverly (Zoey Deutch) – Qué es una ensoñación sin la chica perfecta – el resto lo conformarán las idas y venidas de los adolescentes durante los tres días previos al inicio de las clases.

Entre el alcohol y los desesperados intentos del equipo de Béisbol por llevarse al huerto a cuantas chicas sea posible, se entrevén la crisis de identidad propia de la edad, la incertidumbre de un futuro prometedor por delante que puede echarse a perder con muy poco, el empuje de la pasión juvenil, la competitividad, la sensación de verse amenazado por los otros, el miedo, el compañerismo… Todo ello dibujado con finas pinceladas que cada cual puede ir recogiendo al gusto para llevarse el filme a su terreno, ya sea el de la juventud latente o el de la madurez nostálgica.

 

Sí resulta más evidente el hecho de que estamos ante la cinta más cuidada por Linklater en lo que a estética se refiere. Es obvio que el director siente verdadera debilidad por la época y esa debilidad se traduce en una reproducción más icónica que históricamente fidedigna, aunque ¿No nos habíamos introducido en una ensoñación? es comprensible que las luces brillen más de lo normal, los colores sean más intensos que de costumbre, los escenarios en los que se desarrollan las acciones parezcan sacados de videoclips y la vestimenta de las distintas tribus del momento parezcan el fondo de armario de los grupos alternativos actuales.

Igualmente reseñables son las frescas actuaciones de un reparto repleto de caras nuevas, entre las que caben destacar las histriónicas maneras de Jay Niles y las fantásticas tretas de ligoteo de Finnegan, que lo mismo utiliza su carta astral (antentos, que él es Leo) para encandilar a una estudiante de arte dramático, que presume de tener el miembro pequeño ante un grupo de rubias para hacerlas reír y generar en ellas un efecto contrario al que producen los que usan sus cualidades como amantes como armas de seducción

 

 

Pese a la brusca impresión que producen al principio estos deportistas, conforme va avanzando el filme nos dejamos enganchar por su naturalidad, su sentido del humor y su carpe diem, para al final encontrarnos sonriendo como idiotas, con unas ganas inmensas de unirnos a ellos para repetir sus experiencias en bucle, hasta el final de los tiempos.

Con toda intención, el director se olvida de los giros argumentales y, por ende, de hacer cambios drásticos en la vida de los personajes. La idea es que nosotros asomemos la cabeza por esas vidas, participemos pasivamente de ellas durante tres días y nos dejemos llevar por los efímeros sueños de juventud, por los coloridos e ilusorios 80.

No apta para nostálgicos consumados, ni para amantes de lo retro, ni para quienes suelen tener los pies más en el cielo que en la tierra. Se resistirán a salir de la ensoñación y permanecerán atrapados en la sala de cine para siempre.

 

Lo mejor: la fidedigna y envolvente ambientación, las actuaciones (en especial las de Glen Powell y Juston Street) y los diálogos.

Lo peor: que termine cuando menos lo esperas y menos te apetece.

Nota: 8,5/10