Título original: La Bête
Año: 2023
País: Francia
Dirección: Bertrand Bonello
Guion: Bertrand Bonello
Fotografía: Josée Deshaies
Reparto: Léa Seydoux, George MacKay, Kester Lovelace, Julia Faure, Guslagie Malanda, Dasha Nekrasova, Martin Scali, Elina Löwensohn, Marta Hoskins, Félicien Pinot, Laurent Lacotte, Xavier Dolan
Productora: Les Films du Bélier, My New Picture, Sons of Manual, arte France Cinéma, Eurimages
Género: Ciencia ficción. Drama. Romance
—
Se me ocurren pocas formas de abordar una adaptación cinematográfica más radicales, contemporáneas y excesivas que la que ha perpetuado Bertrand Bonello en The Beast. El cineasta francés convierte La bestia en la jungla de Henry James en un relato distópico vertebrado por la presencia de la inteligencia artificial. El objetivo no es ajustar el material original a los códigos mediáticos de la actualidad, sino precisamente defender la vigencia del mismo a través de un palimpsesto de relatos (imágenes), con el fin de demostrar que no hay maldición más inquebrantable que la del argumento universal. Los protagonistas de este borgiano laberinto de pasiones no sólo deben enfrentarse a la condena de un amor imposible, sino también a todas sus réplicas, reproducciones, esbozos, reescrituras y adaptaciones (es decir, a un infinito de amores imposibles).
The Beast es una película imposible de la misma forma en la que lo es Inland Empire (Lynch, 2006): dos pesadillas anarquitectónicas que demuestran el potencial onírico de la imagen digital. Ese brillante prólogo inicial frente a un croma demuestra que la minimalista presencia de una figura sobre un fondo basta para activar una constelación de relatos tras la muerte del celuloide. Como bien señala Sergi Sánchez, la imagen digital es capaz de concentrar en sí misma todas las imágenes posibles. Bonello explora cómo abordar este brumoso infinito desde el montaje, cómo dar forma a este rizoma visual que supone la memoria. Porque The Beast no deja de ser un ejercicio de memoria a través de las imágenes y un testimonio de cómo las imágenes se han convertido ya en nuestra memoria.
El cineasta tiene claro que defender nuestra capacidad de manipular (nuestras) imágenes es la mejor forma de aferrarnos a la libertad (a nuestra memoria, a nuestro pasado, a nuestras pérdidas). Gabrielle, interpretada por una camaleónica y todoterreno Léa Seydoux, debe escoger entre la ansiedad de la estética posmoderna o la tranquilidad de una percepción artificial impuesta por el otro. En la era de los cuartos propios conectados, montar es recordar y, por lo tanto, montar es sufrir. Sergi Sánchez (de nuevo) rescata a Friedric Jameson, quien describe al individuo contemporáneo como «ese esquizofrénico que consume un coctel heterogéneo de presentes sin apenas relación con el tiempo». Gabrille es la exacta materialización de este sujeto, un personaje que prefiere vivir suspendida en la inexactitud de un melodramático infinito de posibles relatos que en la fría materialidad de una realidad trágica.
The Beast es el intento de utilizar la pasión como herramienta para dar orden al caos y la ficción como prueba de que son los tiempos los que se adaptan a las historias. Caben demasiadas cosas en este caos ontológico como para que la tarea de escribir sobre él no se acabe convirtiendo en un caos por sí mismo. Uno siente que para ser fiel a la película tendría que estar escribiendo cuatro textos al mismo tiempo, de la misma forma en la que Gabrielle acaba desdoblando su mirada (recuerdo, sueño) en cuatro imágenes, como si de una cámara de seguridad se tratara. Puede que la mejor forma de aterrizar el texto sea abordar sus indiscutibles singularidades. Puede que no haya otra forma de terminar este (incompleto e injusto) texto sobre The Beast que hablando de su pareja protagonista, sin duda de lo más hipnótico y apabullante que he visto en una pantalla de cine en muchísimo tiempo.
Seydoux y MacKay presentan la virtuosa capacidad de coreografiar una constante metamorfosis, de activar una parsimoniosa trayectoria circular que consigue mantenerles siempre alejados pero al mismo tiempo unidos por su propio movimiento inquebrantable. El dúo nos regala una historia de amor (y odio, y olvido) caóticamente pasional que cristaliza a la perfección la filosofía que Albert Camus plasmó en su ‘Mito de Sísifo’: lo mejor que puede hacer el condenado a la repetición es abrazar su condición (amar el duelo).
Mejor sentir eternamente el dolor de un amor imposible que no sentir nada. Y más si es el que uno puede sentir por George MacKay (¡inmenso, espectacular!), ridículamente carismático tanto en su papel de aristócrata victoriano como en el de incel de TikTok. The Beast es algo parecido a un milagro (es decir, algo parecido a Mulholand Drive) que apuesta por las hauntologías digitales para poder afirmar que Mark Fisher tenía razón: la única certeza del presente es el fracaso del futuro.