‘Spider-Man: No Way Home’, el éxtasis de una generación

Título original: Spider-Man: No Way Home

Año: 2021

Duración: 148 min.

País: Estados Unidos

Dirección: John Watts

Guion: Chris McKenna, Erik Sommers

Música: Michael Giacchino

Reparto: Tom Holland, Zendaya, Benedict Cumberbatch, Marisa Tomei, Jacob Batalon, Hannibal Buress

Productora: Pascal Pictures, Marvel Studios, Columbia Pictures

Género: Fantástico. Acción. Ciencia ficción

Ficha completa en FilmAffinity

Soy consciente de que ahora mismo bailo sobre un campo de minas. Sé perfectamente que cada una de estas frases, llenas de entusiasmo tras la proyección de Spider-Man: No Way Home, puede ser un paso en falso que haga detonar al peor enemigo de cualquier persona mínimamente interesada en esta tercera entrega del (nuevo) hombre arácnido: el spoiler. Por eso mismo, por el miedo que tengo de perder una pierna (ya nos vamos conociendo), hay muchas cosas que se van a quedar en el tintero. Y es una pena porque la última película de Marvel me parece absolutamente paradigmática, un síntoma de todo ese proceso de transición que el universo cinematográfico por excelencia está experimentando.

Creo que este cierre del telarañoroso tríptico de John Watts debe ser diseccionado y etiquetado como la prueba irrefutable de la capacidad de este (cada vez menos micro)cosmos de presentarse como aparentemente infinito, siendo este ya un vehículo sin motor que, paradójicamente, parece avanzar utilizando su propio rebufo. Todo cabe en este ejercicio transversal de origami narrativo donde todo es todo al mismo tiempo, donde la anarquitectura ontológica parece condicionar tanto a la a ratos barroca imagen digital (sigo defendiendo mi sueño húmedo de que Gaspar Noé dirija alguna entrega del Doctor Strange) como al movedizo texto (su relato avanza como quien juega una partida a serpientes y escaleras).

Hay cierto caos en Spider-Man: No Way Home. De hecho esos peros que podríamos echarle en cara serán los mismos que aparecieron en mi mente tras Avengers: Endgame. En ambos casos, para que el espectáculo pueda soltarse el pelo y el fan-service marca de la casa (para nada en tono despectivo, de verdad, sin ironía) pueda articularse, la coherencia narrativa o la búsqueda de algo más allá del «sota/caballo/rey» se sacrifican. Parece que cualquier base mínimamente llana vale con tal de que este edificio del hedonismo se construya (y destruya) cuanto antes. Pero es que, por muy críticos que seamos (y que tengamos que ser) sería hipócrita desmentir que todo eso, en este mismo instante mientras recuerdo la película, me da igual.

Lo último del hombre araña es lo mejor de Marvel desde Avengers: Infinity War. Me atrevería a confirmar que volvemos a hablar en términos de evento cinematográfico, sobre todo si entendemos estos 148 minutos como el clímax audiovisual de la generación Spider-Man. Lo último de Watts tiene mucho de tributo, de reivindicar la herencia del personaje y su innegable papel en nuestra memoria colectiva.

Sin duda estamos ante la entrega más crepuscular (y a la vez más spaghetti, hablando también en términos de western) de esta triología, donde recuperar los debates morales clásicos de la versión de Sam Raimi trae consigo la culminación de la vertiente más coming-of-age de las últimas películas. Y es que, a su modo, el foco vuelve a estar sobre la figura de Peter Parker tras unos años donde la individualidad en el universo cinematográfico se presenta como tabú (incluso en sus entregas propias Spider-man parecía estar mutando en el sucesor de Iron Man). ¿Quizás es ahí donde he vuelto a sentirme como cuando vi la segunda de Raimi en el cine cuando no era más que un niño? Puede…

Creo que la victoria de Spider-Man: No Way Home está más allá de que sea la película más autoconsciente de la compañía, o de su envidiable equilibrio de la comedia (ya me contaréis…) y el drama (he llorado, lo reconozco, I’m something of a fanboy myself) o de que nos regale, en mi humilde opinión, la mejor versión de Tom Holland junto a un final más que digno para este último tercio. («Todo eso sumando a muchas cosas más que no os puedo contar», escribo mientras grito internamente de rabia…)

La verdadera victoria es que Marvel demuestra que su objetivo de convertise en un palimpsesto, en una tabla donde se redacta sobre lo ya redactado, puede tener un resultado más que positivo fuera de los códigos de industria y oligopolio (sin olvidar la vertiente monstruosa que eso adoptó en Space Jam 2). Doblarse sobre sí mismo supone no sólo un estimulante ejercicio narrativo sino, además, una forma de recordar el que fue uno de los primeros contactos que tanto yo como muchxs tuvimos con la gran pantalla. Lo que hemos sido y lo que somos en diálogo, como en el mejor de los cines.

Lo mejor: La potencia emocional de encontrarnos frente al clímax de una generación

Lo peor: La frágil base narrativa sobre la que se sostiene el dionisíaco espectáculo

Nota: 8/10