Hoy toca hablar de Bernard Tapie, una nueva miniserie de Netflix que desgrana el carácter soñador y emprendedor de un personaje público de la vida francesa que durante décadas tuvo un importante papel en diferentes aspectos del panorama social y empresarial.
Bernard Tapie es una especie de biografía sin necesidad de mucha edulcoración. Los hitos de este ambicioso hombre de negocios no requiere de muchos elementos de ficción. Pese a sus orígenes humildes en los 1960 proveniente del extrarradio parisino (‘banlieues‘), se afanó desde el principio en destacar en cualquier campo. Fue jugador de fútbol en academias importantes, cantante frustrado con apariciones televisivas…
Finalmente, encontró su papel y un nicho en el cual ser una figura prominente en Francia. Y es que al menos en su propia cosmovisión, llegó a ser el empresario favorito de los franceses. Un hombre hecho a si mismo, el ‘self-made man‘ que tanto gusta en los EEUU, alcanzó grandes cotas de popularidad y poder tras esas frustradas aventuras en lo deportivo y musical. Esa falta de éxito no le impidió continuar emprendiendo y procurando la fama. Un buscavidas de manual, no exclusivamente motivado por solventar su maltrecha situación económica, sino empujado por una ambición, un ego y una autoconfianza enormes. A veces los que no se bajan de la nube, son los que acaban triunfando.
La serie lo retrata como un individuo de carácter aventurero, embaucador y hasta estafador. Una persona carismática con capacidad de convencer y embelesar con sus ideas y proyectos.
No importa que su carrera empezase con una pequeña tienda de electrodomésticos. Rápidamente proyectó su expansión ya que por su instinto para los negocios, detectaba necesidades y pensaba siempre en grande. Evidentemente el éxito emprendedor casi nunca llega a la primera. Y menos para los que no cuentan con el capital suficiente para arriesgar y sobre todo para tener la oportunidad de poderse equivocar y rehacer de nuevo.
Cuando su primer socio (Fabrice Luchini) le inhabilita y le reduce a la mínima expresión por celos y desconfianza, se le enciende de nuevo el apetito por los negocios. Es en ese momento cuando encuentra una opción de crecer en los negocios con la compra de empresas en dificultades (liquidaciones judiciales). Construiría a la postre un imperio con ingeniería financiera y legal, no podía comprar nada a su nombre…
Estamos en los 1970 y 1980, donde los tiburones financieros son las figuras del momento, reflotando y despiezando empresas para generar enormes plusvalías en un entorno de reconversión industrial. Adquirir negocios en tiempos de crisis es en la mayoría de ocasiones mucho más rentable que crear nuevos. Es el mundo ‘yuppie’ y la visión del arquetípico Gordon Gekko, siempre el gran referente cinematográfico de las finanzas.
Ya convertido en héroe nacional por «revitalizar» la maltrecha industria francesa, es capaz de artimañas y subterfugios de todo tipo. Lidiará con los sindicatos y con las finanzas para ayudar a la gente, pero «sin rentabilidad no hay empleos»…
Por los motivos de siempre, su auge se verá limitado y provocará su estrepitosa caída. Cruzar los límites y traspasar sus propios conceptos morales y éticos. El éxito a cambio renunciar a promesas y a los propios valores de dignidad. Principalmente por mucho exceso de ambición. No saber cuándo hay que decir basta. La fama, el poder y el éxito parece que te vuelve excéntrico y extravagante, como buen nuevo rico.
El otro gran motivo de su caída será su incursión en la política. Este auténtico soñador tras haber conseguido adquirir y gestionar grandes empresas (Adidas entre ellas), no puede reprimir su ego y vanidad y termina seducido y devorado por la política. Como ya le sucedió a otros personajes como Jesús Gil, Ruiz-Mateos o el propio Mario Conde. Personajes con los cuales podemos establecer ciertas analogías patrias. El poder corruptor y de destrucción de la política no es exclusividad nacional, en Francia hay múltiples y buenos ejemplos filmográficos para ello.
Llegar a ser Ministro de Ciudadanía no es nada fácil para un neófito, impulsado por la izquierda caviar francesa del socialista Mitterrand por su ímpetu, inteligencia y decisión.
Tras inmiscuirse en política, sus empresas cayeron en picado, la maquinaria te destruye. Demasiada exposición pública. El problema de un gran ego absorbente, creerse indestructible pese a todo y todos. Pero no por ello dejó de persistir, constante en toda su vida. Insiste en triunfar con el Olympique de Marsella para ganar en Francia y en Europa a toda costa en el fútbol. Por cierto, enfrentándose al Milán del magnate Silvio Berlusconi. Para que entendamos el contexto de la época.
E incluso se plantea su vuelta, para resarcirse de los agravios sufridos, a ser algún día Presidente de la República optando previamente por la siempre difícil plaza de Alcalde de Marsella. Que se lo digan si no a Gérard Depardieu y Benoît Magimel.
Así pues, la serie muestra al personaje como entusiasta y decidido a cumplir sus metas, no tan sólo ambición y dinero. No obstante, no deja del todo claro si pretende ensalzar su imagen o desprestigiarla. Al fin y al cabo fue un personaje de similar popularidad entre el socialismo francés como Dominique Strauss-Kahn (DSK). Con lo que en ocasiones se les tiende a perdonar «algunos excesos» por cierta simpatía ideológica y por toda la maquinaria mediática tras de ello. Eso quedará a juicio de cada espectador.
En definitiva, sí se reconoce en el propio protagonista la importancia de medir bien la escala de valores y ambiciones que pueden llevar a un camino más o menos tortuoso en tu vida personal y profesional. A cada cual valorar esos riesgos morales y éticos, y ponderar todos los pros y contras.