Novela, película y ahora en formato serie. La trama de esta versión de Las viudas de los jueves (Hinojosa Ozcariz, 2023) no difiere casi nada de las predecesoras. Casi fusila la película argentina (Piñeyro, 2009), aprovechando el mayor metraje para aportar más detalles a la historia. Nos sumerge en ese mundo aparentemente idílico, del exclusivo club de campo o condominio de Los Altos de las Cascadas, donde la riqueza y la opulencia contrastan con la realidad de los sirvientes del otro lado de la valla.
La serie es un retrato satírico de la clase social más privilegiada o adinerada. Unos aburguesados con aspiraciones de refinados gustos y modales, pero con serios problemas. No llega a ser un alegato de clases ni de trasfondo político, como sí tenía por ejemplo Nuevo Orden (Franco, 2020). Es más bien una exposición de lo idiotas y egoístas que pueden llegar a ser algunas personas, más preocupadas por las apariencias que del propio bienestar personal y familiar.
Por cierto, una ambientación y unas motivaciones tan egocéntricas que recuerdan en parte al argumento de La zona (Plá, 2007). Con una interesante acción que se desarrolla en otro ‘country‘. Llena de interacciones entre personajes de ese estrato socioeconómico alto y otros menos privilegiados. Sea la versión mexicana de la serie o la argentina de la película, vamos a encontrar la misma dinámica de soberbia y pretenciosidad. «El lado oscuro de una vida aparentemente perfecta». Ese recinto residencial, de puertas adentro, no es el remanso de paz, seguridad y armonía que se podría presuponer. En realidad, no se observa sino tensión, un exceso de compromiso social y pura fachada autoexigida.
Hay un claro panorama de elitismo y clasismo, tan común en los países emergentes, donde los adinerados buscan asemejarse a los burgueses europeos y diferenciarse de los pobres locales. Este residencial, más que en un refugio, se convierte en una prisión social. Un escenario de chismes, cotilleos y críticas culminadas en esas citas semanales segregadas de los jueves. Reflejando un desorden psicológico de los personajes a merced de sus problemas con el dinero, ocio y otras extravagancias. Ya observamos la psique de los ‘yuppies’ noruegos de Exit, y en cierta medida va en la línea de esa felicidad malentendida. «Las personas que no hacen nada, algo tienen que inventar para no aburrirse».
Esta serie entretiene al presentar una visión algo paródica de la vida de estos copropietarios. Unos personajes que representan un derroche de esnobismo y engreimiento. Aparecen como unos ‘cayetanos’ de nivel profesional, obsesionados con las apariencias y el estatus. Ostentar y fardar de dinero se convierte en un deporte. Hay malicia y comentarios hirientes para desmerecer a los demás como una manera de reafirmarse a uno mismo.
A lo largo de los episodios veremos los paripés y banquetes de alto copete como símbolo de la figuración y postureo. Una vida y una diversión de perfecto encaje únicamente en una idílica publicación de Instagram, para un determinado perfil de seguidores. Cada capítulo nos presenta las vicisitudes de cada una de las parejas del vecindario. Más allá de esa apariencia de familias perfectas de profesionales exitosos y estéticas personales cuidadísimas, exponen problemas de todo tipo.
Se nos revela la impostura detrás cada casa, a cual más grande y mejor decorada. De la cirugía plástica más perfeccionada o la fiesta más detallada. Una vida en vecindad convertida en una constante búsqueda de validación social, un juego de estatus y señalización donde al final todos parecen estar más tiesos que la mojama. Un clásico de nuestros días, no puede faltar el coche de gama alta, ni el último teléfono de la manzana. Símbolo del éxito y exaltación vanidosa, aunque tenga que ser a golpe de créditos. La metáfora más evidente viene relacionada con los relojes de colección que se muestran como un símbolo de ostentación en las tertulias de los hombres.
A pesar de que la película sea de mejor factura y más recomendable, esta serie profundiza con detalle en la vida de estas peculiares personalidades, por lo que es una buena crítica con dosis de ironía y sátira de esta aparente alta sociedad. Las dificultades económicas y los problemas familiares son el centro de todos los males que acechan a este elenco de impostores. Tanto que se ven incapaces de afrontar la situación y resolverla de algún modo más satisfactorio que el del desenlace final.
Unos individuos que no son carentes de educación financiera ni por sus formaciones elitistas ni procedencias familiares, sin embargo se muestran incapaces de contentarse con nada por esa obsesión de guardar las apariencias. ¿Por qué contentarse con esa urbanización si existe Miami? ¿Por qué llevar un reloj inteligente, si existen los de colección? Y así un sinfín de cosas de ese círculo vicioso: «para ser rico, a veces hay que aparentarlo, cueste lo que cueste».