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Series que son un buen negocio (XXXVII): ‘El Régimen’

La miniserie de El Régimen (2024) se presenta como una parodia política deslenguada y despiadada. Tras su visionado completo, y más aún durante algunos pasajes de sus episodios, es probable que resulte algo extravagante. Sólo apta para «mentes preclaras».

Aún así es una serie que cautiva de inicio, ya que parece evocar la mirada satírica que ofrecía la genial película de La muerte de Stalin. Y ello a pesar de no ser más que un leve atisbo de ese sarcasmo e ironía. Redunda en esa forma original de exposición de todas las fallas del proceso político. Recurriendo a parodiarlo mediante el nacionalismo místico y proteccionismo económico. Autarquía de la buena, con exaltación del aislacionismo frente al malvado yanqui.

Así que, no siendo tan excelente como aquella otra sátira del mundo de la política, El Régimen no deja de lado innumerables situaciones complejas y hasta incomprensibles. Es un retrato perfecto, revestido de ficción política, de la historia política contemporánea. Un buen refrito del periodo de entreguerras, la Guerra Fría y de la agitada actualidad geopolítica.

La canciller Elena Vernham (Kate Winslet) es una de esas ‘salvadoras de la Patria’, de un estado fallido tras disputas internas y de bandos antagónicos. Su república centroeuropea, de aroma a Primera Guerra Mundial, tiene una estética imperial a la austrohúngara. Junto con sus aires autoritarios y múltiples rasgos de personalidad extravagante, busca emular a uno de esos líderes bipolares que tanto abundan.

Si Sacha Baron Cohen era el perfecto Dictador de Wadiya, Kate Winslet lo es de esta república de ideología conservadora. Un nido de intrigas, donde el poder y las manipulaciones están a la orden del día. Sus rarezas, megalomanía y paranoias por su seguridad y su supuesta precaria salud, le convierte en un personaje maniático e impredecible. Aparentemente sólo confiante en su fiel guardaespaldas, apodado ‘El Carnicero’ (Matthias Schoenaerts). Un Rasputín moderno, visionario y profético que inspira en esta canciller todo tipo de sentimientos y comportamientos erráticos.

Ese componente psicológico, es revelador de las excentricidades del poder y de la legitimidad de estos personajes para regir los designios de los demás. Lo observamos en su momento con la serie islandesa de The Minister. Otro de esos mandatarios bastante populistas, y subproducto del marketing político.

Volvemos a la misma conclusión. No debiera ningún personaje político ostentar tal nivel de autoridad que le permita adoptar medidas de tanta trascendencia socioeconómica. Máxime si es una persona con una salud mental cuanto menos dudosa.

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Kate Winslett es una peculiar canciller que necesita de su ‘Rasputín’ (Fotograma: HBO Max)

Otra de las reflexiones de El Régimen, recae en la importancia de la geopolítica y la prioridad que cobran los asuntos económicos sobre todo lo demás. El progreso económico de los países ‘simplemente’ va a depender de la manipulación mediática, las luchas de poder internas y las oscuras fuerzas de la Comunidad Internacional. Tan triste como real.

La amenaza externa de los Estados Unidos como agente desestabilizador y conspirador geopolítico es quizá una de las pocas reflexiones lucidas de la canciller en toda la serie. Reacia a ceder la explotación de los recursos mineros a la súper potencia. El cobalto y hasta el azúcar de remolacha son el objeto de deseo. La alternativa es un acuerdo comercial, pero para ser la marioneta de la potencia antagónica, la China…

El gran valor de El Régimen es su original puesta en escena de todas las intrigas existentes en el proceso político. El enredo, la conspiración y la paranoia articulan toda la trama. Ni la Secretaria de Estado norteamericana, ni la OTAN, ni su propio Consejo de Ministros. En sus delirios oníricos y en el personaje de ‘El Carnicero’ se refugiará para evitar influencias externas para sus reformas agrarias y tratados económicos.

Una velada crítica al pensamiento más reaccionario o conservador: «no se puede ser Robin Hood y el rey al mismo tiempo». Una visión cínica del mundo de la política donde la geoestrategia y la economía priman.

Un planteamiento ingenioso y perspicaz, más allá de su efecto cómico más o menos exitoso. ¿Qué sucede cuando los líderes políticos están más preocupados por mantener el poder que por el bienestar de su pueblo? ¿Cómo afectan los desequilibrios psicológicos de aquellos en el poder a la estabilidad global?

En definitiva, nos recuerda que la realidad política puede ser tan absurda como entretenida y tristemente real. Al final, sólo importa permanecer en el poder, no hay adversario malo…