Idónea para este ambiente ya enrarecido de Elecciones al Parlamento Europeo, la miniserie francesa Bajo control (2023) aporta una mirada satírica e interesante sobre el complejo mundo de la política y la diplomacia.
Todo ello, pese a su apariencia de comedia liviana. Más bien ofrece una carga reflexiva mayor de lo que inicialmente sugeriría su presentación humorística. Es algo más que otra comedia ligera de líos y enredos políticos, sin renunciar lógicamente a ellos.
Obviamente hay numerosas analogías con otras películas y series cómicas o dramáticas sobre advenedizos bienintencionados que reciben el regalo envenenado de ostentar repentinamente un cargo público de notoriedad. Vamos, la típica del subgénero en la que uno se convierte en Presidente de Estados Unidos o Ministro de turno. Le ocurrió a Kiefer Sutherland en la serie Sucesor designado, a Kevin Kline en Dave, presidente por un día, y en muchos otros casos aún más rocambolescos.
En esta serie, la político ‘de suerte’ es la nueva ministra de Asuntos Exteriores (Léa Drucker). De profesión médico y dedicada vocacionalmente a la acción humanitaria. Así que siguiendo la tradición del subgénero, pasa inesperadamente de activista de ONG, a ser un alto cargo del aparato del Estado francés.
Básicamente la serie es como la crónica de un frenético mes de trabajo para esta ajena a la industria de los votos. No es fácil dejar de ser una francesa normal más, y convertirse en casta política. A pesar de su buena voluntad de solucionar problemas y conflictos, se estrellará contra el sistema por mucho que se las ingenie.
Otro punto interesante es la ridiculización continua de la pomposidad, tecnificación y burocratización de los procesos de la política, repleta de fracasos y contratiempos de todo tipo.
Con una visión muy escéptica del individualismo, el egoísmo interesado de la Unión Europea en particular, y de la Diplomacia Internacional en general. Para los creadores de la serie, la creación de la Unión Europea fue poco menos que un milagro. Cada uno por su lado y con sus intereses particulares. Francia con muchas ideas y discursos, y Alemania marcando el ritmo de todo a base de mercadeo de favores. Los Euro-líos de siempre.
Sin obviar la gestión de las crisis, envueltas en estratagemas de marketing político rozando lo obsceno. La mercantilización política es tal, que el rendimiento se mide con métricas de popularidad y aplicaciones para controlar el desempeño. Con un Presidente de la República narcisista, más centrado en su imagen pública que en el resto de cosas. Algo muy francés, sin duda.
Y es que todo el argumento se basa en la coordinación de acciones interministeriales y la toma de decisiones para la resolución del secuestro de unos ciudadanos europeos en la siempre conflictiva zona del Sahel. Hasta los propios terroristas, con sus carencias morales, parecen ser más organizados y más congruentes que los propios políticos a los que pretenden extorsionar.
La trama es hilarante, un pastor de corderos y una ‘outsider‘ total son las personas que más empeño y sentido común aportarán para salir del atolladero. Ni cohesión ni coordinación europeas, ni triunfo de la Diplomacia que valga… Aunque el marketing político termine imponiendo el relato, la miniserie es tajante al respecto.
En definitiva, una aceptable comedia con humor político inteligente. Dejando algunas perlas ingeniosas y disparatadas situaciones políticas. «El arte de la política no es solucionar conflictos, sino de perdurar pese a que ocurran».