Hay vida más allá de Frozen

«Los personajes que han roto moldes en el universo Disney», eso se dice de Elsa y Anna. Puede que las hermanas de moda no sean las antiguas princesas florero, pero tampoco esperaba algo distinto en pleno siglo XXI. No es Disney la panacea del feminismo, pero, en serio, hay vida más allá de Frozen.

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«Nos vamos a hacer de oro, hermana».

¿Hay algo más rosa y brillante que los estantes de las jugueterías dedicados a Frozen? Bueno, replanteo la pregunta: ¿hay algo más lleno de brilli-brilli que los estantes dedicados a Elsa? Sí, Elsa es la que se ha metido a las niñas en el bolsillo, todas quieren cantar Let it Go enfundadas en un vestido que tiene que picar más que acariciar a un erizo, porque no hay ni un solo milímetro de tela que no brille. Anna no tiene un vestido de red carpet, parece no conocer el maquillaje, tiene un color de pelo muy normalito, sus vestimenta no es nada glamourosa y, además, ella no tiene la elegancia natural de su hermana para caminar por la nieve, pero, lo más importante Anna no nos enseña nada (aparte, por supuesto, del amor incondicional que muestra por su hermana la díscola que está siempre a punto de matarla, eso lo obviaremos). Elsa es la que rompe con el «disneyniano» amor a primera vista y le dice a su hermana que no se puede enamorar de alguien que acaba de conocer. Lo admito, en el tema amoríos Frozen da un paso adelante, pero creo que la campaña de marketing feroz no quiere que sus clientas recuerden eso, no es demasiado vendible y menos si tenemos en cuenta que Elsa reprende a su hermana vestida casi de luto, y los cuellos altos de color negro venden casi menos que el feminismo, admitámoslo. Departamento de marketing, ¿qué hacemos para  solucionarlo? Hacer creer que todo se soluciona cantando la repetitiva Let it Go, mandar a todos los que te incordian a freír espárragos (eso no lo veo del todo mal) y vestirte como la reina del carnaval, el carnaval de Estocolmo que en Tenerife parece que son todas demasiado morenas y el estándar de belleza debe tener los ojos azules, la piel clara, el pelo rubio y debe encajar en una talla 32.

Por cierto, no me disgusta Frozen como película, lo que estoy atacando es  la hipercomercialización, al fenómeno Frozen creado por una agresiva campaña de comunicaciónEs tal el fanatismo que ¡ay! de quien se le ocurra ponerle algún «pero» a la que dicen que es la mejor película Disney de todos los tiempos. No vamos a entrar en esas disquisiciones porque no quiero acabar en la hoguera por hereje. No obstante sí me gustaría recordar que antes de Elsa y Anna han habido otras princesas Disney que han abierto en mayor o menor medida el camino a un rol femenino que no se limite a esperar a su príncipe azul mientras cantan a los pajaritos del bosque. Bueno, realmente sí existe una princesa Disney definitiva, pero a la gran máquina de hacer dinero no le interesa dejar de vendernos los vestidos rosas, el brilli-brilli y las doncellas delicadas y desvalidas que son Blancanieves, Aurora o Cenicienta.

La Bella y la Bestia (1991)

Bella es la Madame Bovary de Disney: es una lectora empedernida y sueña con los príncipes de las historias que lee, vive más en aquel mundo que en este. Sin embargo, aunque anhele a su príncipe azul, Bella rompe con la imagen de clásica doncella desvalida que necesita ser salvada. Es ella la que salva a su «amorcito» (y a su padre) y no al revés. Un amorcito que, por cierto, atractivo, lo que se dice atractivo no es. La Bella y la Bestia nos enseñó eso de «la belleza está en el interior». Bien es verdad que tras la «no belleza» se encuentra un príncipe nada desdeñable a la vista. No es Bella la princesa feminista definitiva, pero podríamos decir que abre la brecha entre las clásicas princesas Disney y la nueva generación de personajes femeninos.

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Me quiere, no me quiere, me quiere…

Pocahontas (1995)

Y como muestra del nuevo camino que marcó la Bella, en 1995 llegó Pocahontas. Si dejamos a un lado la hipersexualización que se hizo de este personaje y su tormentosa (y empalagosa) relación con John Smith, nos encontramos con la primera protagonista «no occidental» de la factoría Disney (Jasmine no cuenta como protagonista), una mujer  que sueña con ser libre y cuya personalidad no es una planicie manchega. He dicho que su relación con John Smith es pastelosa, pero voy a concederles el punto «rompebarreras»: es un amor interracial que, además, no acaba bien. El «fueron felices y comieron perdices» no pudo ser, otra ruptura más.

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«Soy un poco intensita, pero no soy mala persona».

Tarzán (1999)

Vale, Jane Porter no es una princesa, pero, oye, Disney la considera como tal en su catálogo de muñecas, así que yo me lo tomo al pie de la letra. Yo diría que esta mujer es el personaje femenino con más expresividad de la «factoría de sueños». Mirad su cara de resignado hartazgo que nos pone en el gif de abajo. Vale, me encanta Jane, lo admito, pero no la pongo en la lista solo por eso. Es una señorita inglesa de las de té a las cinco, pero no le importa ensuciarse, romperse el vestido, mojarse, mancharse o magullarse con tal de llevar a cabo sus trabajos de campo. Porque Jane quiere seguir los pasos de su padre el científico en una época en el que las mujeres, por cierto, no tenían mucho que decir y menos en el mundo de la ciencia. Bien es verdad que no es la protagonista y que tiene la función en la película de ser la enamorada de Tarzán, pero es un personaje que no se resigna a este rol establecido.

«¡Oh, genial! Todo sea por la ciencia».

 

Mulán (1998)

Se estrenó antes que Tarzán, pero he decidido saltarme la línea cronológica para ponerla como antecesora de «la princesa feminista». Mulán es la primera mujer Disney que se  rebela abiertamente contra el orden establecido. Bien es verdad que todo empieza porque «no es apta para casarse», lo que se espera de una mujer. Lo que también se espera es que un hombre de cada familia sirva en la guerra contra los hunos. Y ahí es cuando nuestra heroína da el golpe sobre la mesa y decide que ella es tan válida como cualquier hombre. Lo triste de Mulán es que no se convirtió en una de las princesas favoritas de las niñas. Parece que siempre está ahí, pero no se le da la importancia que se merece.

«Repíteme ahora eso de que solo soy una mujer».

 

Brave (2012)

Aunque si de infravalorar hablamos, deberíamos compadecernos de la pobre Mérida, la princesa abanderada del feminismo que ha quedado casi en el olvido tras la avalancha Frozen. Yo de verdad que no quiero ser conspiranoica, lo prometo, pero es que esta película tuvo problemas desde el principio, es como si alguien tuviese miedo a que este personaje rompiese con el canon de princesa Disney. «¿Una mujer que solo necesita de ella misma para sobrevivir? No hagamos demasiado ruido, que los amantes de Pixar tomen su píldora, pero que las niñas no se empapen demasiado del asunto», me imagino diciendo a los maquiavélicos señores de marketing.  Los mismos señores que enfadaron a la primera directora de la película (fue sustituida por un director a mitad de rodaje), Brenda Chapman, que criticó la sexualización de las muñecas de Mérida. Comparadas con la Mérida de la película, estas eran más delagadas, tenían más busto, menos cintura, el cabello menos enmarañado y un vestido ajustado y brillante. ¿Qué sentido tenía eso? Habían creado una muñeca que Mérida odiaría. Chapman, despedida por diferencias con los productores, defendió que la protagonista de Brave fue creada para romper el molde de princesa, con la homogeneización del canon, «para dar a las niñas un modelo mejor, más fuerte y más realista, con sustancia, y no solo una cara bonita que se sienta a esperar». Mérida nos enseñó que ser una princesa no es un sueño, el verdadero sueño es conseguir nuestra libertad, algo por lo que tendremos que luchar nosotros mismas y no nuestro príncipe encantado.

«No habéis entendido nada. Me rindo».