La miniserie Nada es otra brillante comedia satírica de los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn, cuyas películas o series son siempre más que recomendables. Recurrentemente críticos e irónicos acerca del devenir de determinados ámbitos de la sociedad. Principalmente sarcásticos en lo que respecta al mundo del arte contemporáneo, la política, el sector editorial, y todo el marketing y pomposidad que entraña la modernidad.
Si en Bellas Artes vimos a Oscar Martínez en su papel de veterano de vuelta de todo, en Nada el turno es para Luis Brandoni. Un habitual de las obras de Duprat y Cohn, como por ejemplo en Mi obra maestra.
En esta ocasión interpreta a un dandi, especie en extinción, que vive en Buenos Aires rodeado de cuidados y detalles: asistente minuciosa del hogar, casa pintoresca repleta de arte y objetos refinados, incluso un vehículo clásico de color llamativo.
En la persona de este crítico gastronómico de afinada lírica que es el temor de los restaurantes, parece reflejarse toda la esencia de la profesión. Mucha ostentación de conocimientos y esmero por los detalles, pero es pura teoría. Incapaces en la práctica de hacer nada similar a lo que se permiten valorar.
De ahí la superioridad moral que rezuma el personaje, y al que la serie termina por rebajar al mundo terrenal. Este individuo es un mordaz veterano resabiado, que genera simpatía por su originalidad, aunque resulte petulante y hasta insoportable. No en vano, es un ácido esnob pero que no rehúye el intercambio de pareceres, ni siquiera en su propio círculo de amistades. Hace siempre gala de esa poesía que hay en la discusión y en los elaborados insultos.
Por otro lado, cierto es que, la serie se vale de su lengua viperina para desenmascarar la desfachatez de las nuevas tendencias de la gastronomía, del mundo de los ‘foodies‘. Nada conforme con la modernidad del marketing gastronómico y la impostura de la industria de la restauración, con tantos nombres eufemísticos en sus platos y conceptos abstractos. Nada de «paladares de hormigón».

Con el punto de inflexión en la serie, llega la reflexión. Su autosuficiencia queda en entredicho al perder a la única persona que en verdad le soporta y tolera su manías: su asistente del hogar. Ahí le alcanza un colapso mental, ni siquiera aliviado por la lectura del diario de hábitos y costumbres, «una Biblia de sus caprichos», que ésta había preparado para un momento así. Una auténtica guía para el cuidado perfecto del hogar de un maniático de los detalles.
Eso sí, será capaz de escribir las temidas reseñas analógicas de antaño, hoy a merced de cualquier furibundo usuario de Google o ElTenedor. Todavía voz autorizada del buenhacer (o despropósito) de las artes culinarias bonaerenses. Un intelectual de la reposición estomacal. Sin embargo, no alcanza a saber cuidarse de si mismo ni en los detalles más comunes y simples del día a día. Ni con ese particular manual de asistencia a una persona de estándares imposibles.
La cura de humildad y acercamiento a una realidad más mundana le proviene de su nueva asistente del hogar. Una necesitada inmigrante paraguaya que a base de voluntad, sin teoría, cumple a duras penas con los estándares de minuciosidad que requiere este señor. Una simple milanesa, unas sopas y caldos de sencilla elaboración e ingredientes, son el detonante para que el crítico repare en la normalidad de las cosas, y en lo pomposo de su estilo de vida.
Es en definitiva, un formidable tour gastronómico del protagonista con fantásticos y sugerentes planos de delicias culinarias, esmero y gusto por la excelencia de la materia prima. Deconstruyendo tanta complejidad y desmenuzando la pretenciosidad tanto de la crítica como de la industria. Otro detalle original, el título de cada capítulo evocando un refrán porteño con doble sentido culinario y argumental. Robert DeNiro como secundario es sin duda otro atractivo añadido. Por lo tanto, Nada que objetar a esta miniserie…