El ‘Snyder-Cut’, los peligros del cliente insatisfecho y la tabla de Titanic

La relación entre público e industria cinematográfica nunca había sido tan estrecha. Estos días hemos visto cómo un rumor se convertía en proyecto. El Snyder-Cut, esa revisión y nuevo montaje de La Liga de la Justicia (2017) con material arrebatado a un gruñón Zack Snyder, verá la luz en HBO Max a lo largo de 2021, y lo hará con nuevas escenas grabadas e incluso nuevo presupuesto (70 millones estiman varias informaciones).

Y esto, más allá de que sulfure o deleite a según qué fans de las películas de DC, responde a una tendencia muy marcada: cada vez somos más protagonistas. Nosotros, el público. Los fans. Cada vez nuestras voces son más escuchadas. Nuestras opiniones, nuestros comentarios, nos convierten en target. Con nuestros tweets se hacen perfiles, gráficas en una presentación, datos que serán nuevas coordenadas para la navegación de un navío en el que pensábamos que éramos grumetes.

Los números importan. Los grandes estudios achican agua en unos años clave en la historia del cine, con unos profundos cambios en los hábitos de consumo. Hay que apostar sobre seguro, porque cada entrada vendida cuenta. Esto, en realidad, siempre ha sido así. Las previsiones de taquilla y de distribución siempre han marcado el trabajo de las productoras. La diferencia es que ahora nosotros, el público, los grumetes, hacemos más ruido que nunca. La reacción de los espectadores ante una película o serie es a tiempo real, perfectamente monitorizada. Esto nos confiere un gran poder sí, y con él, una responsabilidad que nos esforzamos mucho en rehuir.

El cambio en el diseño de Sonic fue causa directa de la reacción en redes sociales y un ejemplo del nuevo poder que tenemos como público.

Cuando se dio a conocer el aspecto que tendría Sonic, en la adaptación cinematográfica del videojuego, Internet voló en pedazos – o al menos esa parte de la comunidad que interesaba a los directivos de Paramount -. El diseño del erizo azul fue repudiado, hecho pasto para bromas y memes. La reacción fue lo suficientemente sonora como para que se retrasara el estreno de la cinta y dar tiempo a trabajar en un rediseño de este personaje, con los enormes costes que eso suponía. La idea creativa que vio nacer a ese erizo no valía ya. Escucharon y tomaron nota. A nuestra medida.

Se ha diluido de tal manera la línea que separaba nuestro espacio de opinión como público del de toma de decisiones en las grandes producciones que sin darnos cuenta ya formamos parte del equipo creativo de franquicias millonarias. Nuestros nicks de Twitter deberían aparecer en los créditos finales de muchas de las películas que más han impactado la taquilla en los últimos años.

No es noticia que la última trilogía de Star Wars (2015-2019) tuvo unos niveles desorbitados de improvisación que iban más allá de lo habitual en este tipo de producciones. Cada película se construyó – a veces varias veces –solo después de tomar concienzudamente la temperatura del hábitat online. The Rise of Skywaler (2019) acabó siendo un bochornoso compendio de comentarios en vídeos de YouTube e hilos de Twitter de cuentas con la silueta de Batman o de V de Vendetta. Nos tomaron demasiado en serio.

Claro que esto tampoco es algo novedoso. El final de la exitosa sitcom Cómo conocí a vuestra madre (2005-2014) produjo tal desazón entre los fans de la serie que tuvieron que incluir (y anunciar a bombo y platillo) en el DVD de la última temporada un final alternativo que habría de calmar un poco las aguas. El resultado: un paupérrimo montaje de los últimos segundos del episodio final, que rezumaba chapuza y nerviosismo por todos lados. Porque por supuesto que no habían grabado un final alternativo. Por mucha manga que se tenga a la improvisación, los creadores de una obra tienen una idea conceptual de lo que quieren transmitir, de cuál es la historia que quieren contar.

Porque adaptar el Episodio IX de Star Wars o el final de Como conocí a vuestra madre no son decisiones creativas, sino de marketing. Por supuesto, las obras no son siempre de sus creadores, y en un producto de las dimensiones de una película son muchas las partes que han participado en ellas. Una película, y su final, no son algo intocable.

Ridley Scott no vio su montaje ideal de Blade Runner (1983) hasta 2007 y su Final Cut, tras siete versiones distintas de este clásico. Coppola también luchó por tener su Apocalypse Now (1979) acorde a su idea final, con sus versiones de Apocalypse Now Redux (2001) y Apocalypse Now: Fina Cut (2020). El mismo Coppola ha anunciado recientemente que está trabando en un nuevo final para El Padrino III (1990) ¿Es Zack Snyder distinto a ellos?

‘Blade Runner’ ha tenido hasta siete versiones y montajes distintos.

En apariencia se podría decir que no. Los argumentos que el cineasta ha esgrimido para sacar adelante su nueva visión de La Liga de la Justicia hablan de libertad creativa y de poder contar con su obra completa. La diferencia aquí es que quizá el impulso último que ha hecho que se dé luz verde al Snyder-Cut haya venido de la presión online y de la conversación en redes sociales.

Hablamos del descontento de un público que de repente ha visto que tiene el poder de cambiar lo que ha recibido. Se trata de una peligrosa tendencia que expone cómo las grandes producciones empiezan a parecerse menos a la Noche estrellada de Van Gogh (una obra con personalidad única transmita por el artista y que emociona o repele, pero que no deja indiferente) y se acerca más un bistec en un restaurante, que si no lo traen en su punto como lo has pedido, que traigan otro.

Quizá, de estrenarse ahora, se reconstruiría el final de Titanic, pero ahora con una tabla más pequeña aún para dejar claro que Jack no podía salvarse y así silenciar uno de las bromas más extendidas en la historia del cine.

La petición de firmas para rehacer la última temporada de Juego de Tronos fue recibida por muchos con sorna, pero se trató también de un paso más hacia esa consolidación de nuestra influencia como público a la hora de exigir cambios a productos teóricamente artísticos. Y es un camino delicado. Porque será entonces cuando dejemos de ver las películas como productos artísticos y culturales (sea cual sea su origen o rasgos estéticos), y los empecemos a ver como productos meramente de consumo. Esto, de suceder, ahogará aún más la expresión artística de los realizadores, subordinados a estrategias de marketing online.

“He pagado por eso, tengo derecho a tener lo que aparece en la foto. La hoja de reclamaciones, por favor.”