Título original: Aku Wa Sonzai Shinai (Evil Does Not Exist)
Año: 2023
Duración: 106 min.
País: Japón
Director: Ryûsuke Hamaguchi
Guion: Ryûsuke Hamaguchi
Fotografía: Yoshio Kitagawa
Música: Eiko Ishibashi
Montaje: Ryûsuke Hamaguchi, Azusa Yamazaki
Reparto: Hitoshi Omika, Ryô Nishikawa, Ryûji Kosaka, Ayaka Shibutani, Hazuki Kikuchi, Hiroyuki Miura
Compañías: Neopa Co, Fictive
Distribuidora en España: Caramel Films
Género: Drama
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Tras la aclamada y celebrada Drive my car (así lo ha decido crítica y público), se estrena el miércoles 1 de mayo su nueva película bautizada con el sugerente título El mal no existe. Bajo el encandilamiento provocado por la belleza de las montañas de Nagano, Hamaguchi construye un largometraje sencillo y contemplativo que perfectamente podría haber sido un cortometraje sublime. El espacio sirve como excusa, más que como motivo, para narrar como la paz exterior e interior de los integrantes de un pueblo cercano a Tokio es corrompida por una empresa que desea crear un proyecto muy de moda entre los urbanitas: el glamping.
El poder sobre la naturaleza y sus intereses monetarios que tanto han servido de pretexto en los últimos años del cine social, Hamaguchi los resume principalmente en un largo debate en el que consigue poner los puntos sobre las íes debido a un guion escrito con una funcionalidad demostrada en otras obras de mayor calidad. Pero afortunadamente el metraje de El mal no existe, no es el de Drive my car, por lo tanto la lentitud de sus escenas no resultan en ningún momento soporíferas. El film es de una belleza extrema, nunca paradójicamente cansina, cuando deja en total libertad a dos de sus personajes principales. Padre e hija, sin necesidad de casi diálogos, se imponen con magnetismo al vacío de una narrativa que alguna vez soñó con ser profunda.
Eso sí, sería injusto no mencionar que la mirada de Hamaguchi capta con precisión detalles tan hermosos como el travelling de los niños jugando en el pueblo. Una gran lección de como crear una composición dinámica pese a la parálisis del movimiento. Pero también existen danzas vanguardistas dentro de la quietud de una naturaleza que alterna el silencio con la refinada y distinguida banda sonora de Eiko Ishibashi (figura muy importante en los cimientos de este proyecto).
En el Mal no existe queda patente que Hamaguchi es un buen director. Entonces, ¿dónde erradica el problema? En la necesidad de hacernos sentir que estamos ante una obra maestra. No hay ningún problema en mostrar como el protagonista corta leña durante cinco minutos, tras unos interminables títulos de crédito, siempre y cuando este hecho no derive en una acumulación de acontecimientos que únicamente se utilizarán para rellenar un vacío argumental. Seguramente la crítica describirá ese poliestireno como el material idóneo con el que mullir el maniqueísmo de los malos malísimos del cuento.
En cambio, hacia el final del paisaje todas estas buenas, pero inequívocas, intenciones logran tornarse en una veracidad hipnótica. El mal no existe contiene un último acto de compleja ambigüedad en la que los espectadores saldrán de la sala con el regusto de un inteligentísimo giro argumental. El poliestireno frente a la consistencia de un árbol centenario. Drive my car frente a El mal no existe. Dos historias análogas en estilo, pero muy diferentes en cuanto a porcentaje de pretenciosidad. Disfruten con criterio propio, por lo tanto subjetivo, de esta bella pausa.