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Nahuel Pérez Biscayart y Ursula Corberó en una escena clave de "El jockey".

‘El jockey’, la pregunta por el ser

Título original: El Jockey

Año: 2024

País: Argentina

Dirección: Luis Ortega

Guión: Luis Ortega, Fabián Casas, Rodolfo Palacios

Reparto: Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó, Daniel Giménez Cacho, Mariana Di Girolamo, Daniel Fanego, Osmar Nuñez, Luis Ziembrowski, Roberto Carnaghi, Adriana Aguirre, Roly Serrano

Música: Sune Wagner

Fotografía: Timo Salminen

Compañías: Coproducción Argentina-México-España-Dinamarca-Estados Unidos; Rei Cine, El Despacho Produkties, Infinity Hill, Exile Content Studio, Warner Music 

Género: Thriller. Drama | Caballos

Ficha en FilmAffinity

Una vez más, Luis Ortega irrumpe en la escena cinematográfica con la propuesta de una película distinta (nueva y, como siempre, diferente) indagando problemas que abordan al ser humano a través de personajes y ambientes que rozan la marginalidad.

Filosóficamente hablando, El jockey (2024), distribuida por Star Distribution Latinoamérica y elegida como mejor película de América Latina en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, apunta hacia cuestiones sobre el ser y, claro está en el film, la identidad.

Ortega, nos tiene ya acostumbrados/as (y no por eso, deja de sorprendernos) a tratamientos de temas profundos en películas que rompen con la tradición del cine «ya masticado» para permitir al espectador interrogarse acerca de la vida, la muerte, el amor, el odio, el hastío, la otredad y el mundo posmoderno. 

El jockey, nos acerca a un cine disruptivo, alocado, onírico y, asimismo, profundamente real, que difícilmente encontramos en la cartelera comercial. Remo Manfredi (interpretado por Nahuel Pérez Biscayart), el jockey y personaje principal de la película, enfrenta una crisis existencial sobre su carrera como jinete profesional.

Tras haber obtenido numerosas victorias, trofeos y ganancias exorbitantes para con sus superiores o «jefes» (una verdadera mafia y refugio aristocrático de la elite del mundo del jockey y el juego de las apuestas) la única manera en la que siente que puede continuar en ese ambiente es a través del uso y abuso de estupefacientes y alcohol. Es decir, «tapando» su angustia. Su refugio en esta especie de depresión, de cansancio de una vida monótona y material, es su novia, otra jocketa llamada Abril (Úrsula Corberó), quien tiene un futuro prometedor y de quien Remo se encuentra profundamente enamorado. 

Sin embargo, la adicción lo lleva a la ruina: un gravísimo accidente en medio de una carrera en su nuevo caballo, (traído de Japón y valorado en millón de dólares) lo hospitaliza con un pronóstico fatal. Aquí es donde la película propone una bisagra; Remo milagrosa y sorpresivamente despierta, y sale del hospital vestido con las ropas de una mujer que, hospitalizada también, ocupaba una cama a su lado. Su comportamiento extraño se desencadena sin cesar; deambula por las calles maquillado, se ve reflejado en un espejo para luego desaparecer su imagen sin explicación racional, se pesa en balanzas de farmacias y observa que su peso es «cero» (la noción del peso corporal – metáfora sobre el peso del ser y de la existencia – ya aparece desde el comienzo de la película cuando los jugadores deben pesarse obligatoriamente antes de una carrera). 

El espectador puede recordar, a estas alturas, que Remo le pregunta a Abril «¿qué tengo que hacer para que me sigas amando?» a lo que ella le responde «morir y nacer de nuevo». Bueno, pareciera ser que algo de esto es lo que va ocurriendo en lo que resta de la película. Una muerte y resurrección de Manfredi y, también, de Abril. Y las preguntas ontológicas comienzas a aparecer en el personaje (y se trasladan también a los/as demás): ¿Quién soy?, ¿soy el mismo que corría carreras?, ¿soy él o una nueva persona?, ¿o soy ambos o ambas?. En este deambular por las calles, en busca de no sabemos qué (recordando a personajes de la Nouvelle Vague francesa), Remo incurre en varios delitos que lo llevan a la cárcel donde se convierte en «¿ella?» (o al menos, en un otro/a), desencadenando escenas de ensueño, irracionales.

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Tras su accidente, Remo atraviesa una serie de sucesos de riesgo y se confronta con su «creador».

La ambientación musical de la película es exquisita, permitiendo la fusión de baile y música, dos lenguajes esenciales y claves en el film. La música alude, mayormente, a un repertorio de canciones argentinas de la década de los años 60´s y 80´s: «Fumemos un cigarrillo» de Piero, «Lo mismo que a Usted» (Palito Ortega), «Trigal» (Sandro) y «Sin Disfraz» (Virus) esta última como parte del climax inicial del film. Particularmente, es destacable la primera estrofa de esta canción que encaja y apunta a la médula de la película: A veces voy donde reina el mar es mi lugar, llego sin disfraz. Por un minuto abandono el frac y me desnudo en lo espiritual para amar como si fuera mentiroso y nudista, en taxi voy hotel Savoy y bailamos. Y ya no sé si es hoy, ayer o mañana.

Señala Martin Heidegger, en sus primeras páginas de Ser y Tiempo (1927) que toda pregunta (sobre el ser) es ya una búsqueda. Dado que la película bordea con guiños humorísticos, dramáticos y hasta grotescos estos asuntos filosóficos sobre el ser y la identidad, cabe seguir haciendo preguntas en tanto espectadores/as de esta película para encontrar respuestas abiertas (aunque esto suene como un oxímoron) a estos interrogantes.

 

‘El jockey’, la pregunta por el ser
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Lo mejor: la poética visual y propuesta disruptiva para la época.
Lo peor: la falta de desarrollo en las historias de algunos personajes.
8.5