Vivimos en un mundo social. Nos rodeamos de posibilidades para interactuar entre unos y otros, ya sea para concretar el lugar de una quedada, para apuntarnos al último meme de moda o para visibilizar diversas causas y/o proyectos. Las redes sociales nos interconectan a partir de unas formas comunicativas reconocidas y aceptadas por la gran mayoría de la población. Esto se intensifica con las nuevas generaciones, aquellas conocidas como los nativos digitales (nombre bastante más cool que millenial), que manejan Twitter igual de bien o incluso mejor que el tenedor para los spaguettis.
Con todas estas bondades que rodean a la red, parece que debemos aportar significado a todo aquello que hagamos. El eslogan se dirige hacia la integración global, ser partícipes de cada nueva viralización sin importar demasiado la imagen que realmente estamos mostrando. En cierto modo, este avatar digital demuestra algunas de nuestras inclinaciones políticas, sociales y/o culturales, sin que tengamos que preocuparnos demasiado por nuestra identificación. El control, por tanto, es muy directo… ¿No?
El musical es uno de esos géneros que siempre han ido por libre. Tradicionalmente, su interés ha sido la emoción, algo que no es de extrañar ya que la música tiene un importante calado en esta función. El sentimiento se mueve constantemente a través del musical, fusionando el (no) relato con unas piezas musicales que adquieren significado. Esto es intrínseco en las formas del musical, no tanto por lo que la letra de la canción pueda significar o por los movimientos de la melodía. Depende de la obra que estemos disfrutando optar por una expresividad u otra en sus elementos, lo cual lleva al género a una libertad creativa sensacional.
Dear Evan Hansen y la realidad
El 31 de julio de 2015 se estrenó en el Arena Stage de Washington DC el musical Dear Evan Hansen, producido por Steven Levenson, Justin Paul y Benj Pasek. Protagonizado por el enorme Ben Platt (The Politician), el musical trata las vivencias de un adolescente con ansiedad social y cierto rechazo en la escuela. Todo cambia radicalmente cuando la persona que menos imagina comete un acto que cambiará su vida por completo. Siento ser tan ambiguo pero es algo que debéis descubrir por vosotros mismos/as para entender el calado de esta obra con todos nosotros. Como público y, principalmente, como personas.
La escenografía de Dear Evan Hansen es especialmente particular. Los espacios en los que se desarrolla la acción son minimalistas, ya que lo que obtiene verdadera relevancia son las pantallas/espejos alrededor del escenario. En ciertos momentos, estas pantallas muestran la actividad de redes sociales que conocemos y utilizamos en nuestro día a día. En esos momentos, la iluminación desaparece y, así, el mundo. Pero de la misma forma que muestran esas interacciones también sirven como espejo de aquello que representamos en la red.
Desde el rechazo del resto e, incluso, de nosotros mismos, Internet nos aporta la posibilidad de establecer otras perspectivas. Dear Evan Hansen se sirve de esta visión y la lleva un paso más allá. Conscientes del mundo interconectado en el que vivimos, la obra coloca a su protagonista en una tesitura compleja a la par que provechosa. Lo cierto es que lo descrito hasta el momento sobre Evan lo presenta como un personaje frágil asolado por su entorno, por lo que su decisión sobre el rumbo a tomar se dirige más hacia la bondad de la persona. Sus actos son sumamente discutibles, pero el contraste se presenta en la finalidad.
Manipulación y éxito
Ahora me va a tocar hablar de algunos spoilers importantes así que, como decía Jigsaw la decisión es vuestra. Cuando Evan Hansen elabora el falso relato sobre su amistad con Connor, las vivencias entre ambos y el secretismo de su vínculo, el tono de la obra es idealista. Movido por la piedad hacia los padres, la historia va tomando cada vez mayor tamaño para Evan, al igual que su posición. La imagen proyectada pasa de la incredulidad por parte del resto a la admiración total. La premisa de una mentira repetida constantemente se convierte en verdad acaba teniendo sentido. Esto puede resultar cuestionable y, de hecho, lo es, pero su justificación se establece en la causa.
La magnitud del relato acaba otorgando un propósito a la mentira de Evan, pudiendo ayudar a personas afectadas por estos trastornos, tal y como le ocurría a él. Es importante resaltar este pasado ya que la persona que era Evan ya no existe. En un momento dado confiesa a su madre que ha dejado de tomar las pastillas para paliar la ansiedad. Sus interacciones se presentan separadas, ya sea por la abstracción de la videollamada o por la presencia virtual. Su único vínculo real es con su nueva familia, los padres de Connor que lo ven como un hijo adoptivo y Zoe, ese amor platónico que se ha hecho real. Todo es ideal, el mundo ha dado un vuelco a partir de la muerte de otra persona. La falsedad digital creada a partir del suicidio ha acabado con la realidad.
Impacto
Y entonces todo explota. La imagen de Evan es tan enorme que le acaba superando. Todo aquello logrado en la red, con una enorme cantidad de personas compartiendo su relato y su misión, también conlleva una responsabilidad. Las contradicciones asolan al protagonista y entonces todo acaba saliendo a la luz. Pero lo hace en un ámbito cerrado, aquel que verdaderamente importa: la familia. La nueva imagen de Evan destroza a su madre al ser un elemento problemático de su éxito y, finalmente, a los padres y hermana de Connor por la irrealidad de esos actos. Es aquí donde la música sirve a un propósito mayor, abandonando el estilo durante toda la obra.
La confesión y posterior purgatorio de Evan se realiza a partir de un grito desesperado en Words Fail, una pieza en la que los versos de Ben Platt se separan por momentos de la melodía. Es la catarsis del personaje, el encuentro con su imagen distorsionada y su derrota. Pero también llega la reconciliación con aquel mundo propio representado por su madre. La figura que no le entendía cuándo realmente todo su tiempo era realmente él. Todo acaba en un encuentro final con aquel amor idealizado que le acaba redimiendo por un bien realizado que, sin justificar su falsedad y manipulación, le sitúa en un nuevo punto con la realidad.
Dear Evan Hansen trata de hacer un retrato sencillo pero potente sobre el mundo en el que vivimos. La idea de plantear al protagonista como un adolescente incapaz de conciliar su mundo no busca tan sólo la identificación piadosa por parte del público, sino la realidad de una enfermedad que es propia de nuestra sociedad y que va muy en relación con la necesidad de destacar en ese nuevo mundo digital que hemos elaborado entre todos. Con todo, no es una crítica total hacia la redes, más bien una advertencia. Estas nuevas herramientas pueden hacer mucho bien incluso desde la manipulación de la realidad. Sin embargo, corremos el riesgo de perder la perspectiva de nuestro alrededor de manera que nos lleve a desligarnos. Es un equilibrio de difícil conciliación que, en multitud de ocasiones, escapa a nuestro control.