«Vida en pausa»: la esperanza como antídoto

Título original: Vida en pausa

Año: 2024

País: Grecia

Dirección: Alexandros Avranas

Guion: Stavros Pamballis, Alexandros Avranas

Reparto: Chulpan Khamatova, Grigoriy Dobrygin, Naomi Lamp, Miroslava Pashutina, Eleni Roussinou

Música: Tuomas Kantelinen

Fotografía: Olympia Mytilinaiou

Productoras: Coproducción Grecia-Francia-Suecia-Alemania-Estonia-Finlandia; Les Films du Worso, Fox in the Snow Films, Amrion, Asterisk, Elle Driver, Faliro House, Film I Väst, Making Movies, Senator Film Produktion

Género: Drama. Basado en hechos reales. Inmigración. Enfermedad.

Ficha en FilmAffinity

Este viernes 4 de abril se estrena la nueva película del director griego Alexandros Avranas (Miss Violence, proyecto por el que ganó el León de Plata a la mejor dirección en la 70 edición del Festival Internacional de Cine de Venecia en 2013) titulada Vida en pausa. En este caso, voy a centrarme en comentar algunos de los temas que se tratan en el largometraje. Para ello, voy a utilizar algunas escenas. Así, te recomiendo leer esta crítica cuando hayas visto la película.

«NO TRASPASAR»

En la primera secuencia ya se aprecia uno de los mensajes más importantes de la cinta: el ser humano raramente arriesga su tranquila vida para ayudar a los demás. La familia Gallitzin, de origen ruso, vive en un piso cedido por el Estado sueco. Cada cierto tiempo, funcionarios del Ministerio van a su vivienda para comprobar que todo está en orden. Revisan todas las habitaciones, ya que quieren asegurarse que no han robado nada. Cuando se van, los padres y sus hijas se disponen a cenar. Solos, en un lugar que no les pertenece.

De repente, un cartel capta nuestra atención: en el vidrio de una puerta está escrito «no traspasar». Esto es un reflejo de la sociedad contemporánea: vemos como extraños a las personas que nos rodean y que son distintas. Nosotros, que estamos al otro lado del cristal, no renunciamos a nuestra vida plácida para socorrer a quien lo necesita.

Los Gallitzin, refugiados rusos que están esperando que les acepten el asilo político en Suecia, buscan lo mismo que todo el mundo: poder vivir serenamente. Para logarlo, necesitan que el resto de los ciudadanos les vean como suecos y que les ayuden. Sin embargo, parece que esto no sucede. Este, según el director, es el significado que le quería dar al inicio de la película.

Vida en pausa
                                                                                                           La familia Gallitzin (Foto: Cadena SER)

¿HOSPITAL = ESTADO?

Los integrantes de la familia están muy nerviosos antes de tener la reunión en la que sabrán si les han aceptado o no la solicitud de asilo político. Katia, la niña pequeña, incluso está fantaseando ya con su nueva vida y les pregunta a sus padres si «Mañana cuando nos convirtamos en suecos, ¿tendremos que cambiar nuestro nombre a uno sueco?». Os pregunto a vosotros, queridos lectores, ¿qué le queda a una persona si pierde su nombre?, ¿mantiene su identidad?

Una vez ya en el Ministerio, reciben la peor de las noticias posibles: le deniegan el asilo político alegando que su historia no es creíble. Aun así, todavía les queda una oportunidad: Katia, que vio todo lo que le sucedió a su padre, tiene que testificar para que puedan tener la oportunidad de recibir el asilo político. La presión que la niña sufre es demasiada y, un día en la escuela, pierde el conocimiento y debe ser internada en el hospital. Es diagnosticada con un síndrome disociativo que induce un estado catatónico y que suelen sufrir los hijos de quienes buscan asilo y se les ha sido denegado. El nombre de la enfermedad es el Síndrome de resignación. 

En el hospital, las enfermeras enseñan a los padres todas las pautas que deben seguir cuando estén viendo a su hija. Ante todo, tienen que estar todo el rato sonriendo y evitar hablar del pasado, del asilo, de sus problemas y de todo aquello que pueda provocar ansiedad. Lo más importante es que, pase lo que pase, «sigan sonriendo» y «no olviden sonreír». 

Debo reconocer que ver a la enfermera obligando a los padres a que esbozaran una sonrisa (teniendo en cuenta su situación) me provocó mucha impotencia. Alexandros Avranas, al preguntarle acerca de esta escena (podéis ver la entrevista completa aquí), me comentó que la trabajadora actuaba como el Estado: tranquilos, no importa lo que suceda, tenéis que sonreír y ser positivos. Por otro lado, los padres -a causa de la espera por saber la resolución del asilo- se habían olvidado tanto de sonreír como de ser padres. En este punto, el hospital tiene la misma función que el Estado: incitar a los ciudadanos a no caer en el pesimismo y evitar que broten lágrimas de sus ojos. 

¿QUIÉN PROVOCA EL SÍNDROME DE RESIGNACIÓN?

Para poder conseguir el asilo político, ahora que la única testigo no puede declarar, los padres presionan a su hija mayor Alina para que se aprenda de memoria (y que sepa ponerle verdad) todo lo que pasó el día que intentaron matar a Sergei (el padre) por difundir la democracia, el pluralismo político, la libertad de expresión y el final de la censura en la lectura. Alina acepta hacerlo, sabedora de que es la única opción que tienen para no volver a Rusia y quedarse protegidos en Suecia.

El problema es que no es capaz de emocionar con la historia y Sergei le somete a largas sesiones en las que practican el discurso. Se olvida que es su hija y la trata como a una extraña. La relación paterno-filial se rompe. Incluso, le llega a decir que «si tu testimonio no les convence por completo, nos echarán del país». El estrés que Alina siente es infernal y lo acaba pagando caro.

En el Ministerio descubren que Alina, por orden de sus padres, está intentando engañarles. Mas, lo peor es que ella también cae enferma y empieza a sufrir el Síndrome de resignación, por lo que también es ingresada. La pregunta, está clara: ¿el culpable de dicha enfermedad es el sistema o el estrés de los padres? 

Centrándonos en la película, Katia lo ha sufrido por culpa del sistema y Alina por los padres. Así, no se puede responder que sea provocado exclusivamente por uno o por otro. Quizás, lo más honesto sea decir que es por una mezcla de ambas. A mi parecer, diría que el primer culpable es el Estado que decide iniciar una guerra y, luego, el estrés que obviamente sienten los familiares. Seamos sinceros, ¿quién estaría tranquilo si ve que su país entra en guerra y tiene una familia que proteger?

VOLVER A SER PADRES

Al ver que ya no les queda nada, los padres deciden sacar a sus hijas del hospital y cuidarlas ellos. En parte, saben que están así por ellos y quieren volver a ser padres. Edmund Burke, padre del conservadurismo, planteaba un pacto intergeneracional: el contrato social es un pacto entre los que vivieron, los que viven y los que vivirán; esto, implica una continuidad histórica y una responsabilidad hacia las generaciones futuras. Con tanta guerra, ¿sigue vigente este contrato?

Los padres de Katia y Alina habían roto inconscientemente este pacto porque, intentando que sus hijas tuvieran una vida mejor, les habían arrebatado su presente. Por protegerlas de un futuro inseguro e inestable, les han aniquilado la posibilidad de tener una vida tranquila en la actualidad. Este es otro de los temas que el director quería introducir en la película: ¿las personas rebeldes y revolucionarias llevan a cabo sus acciones por ellos mismos o por la sociedad?

Vida en pausa
La familia vuelve a estar unida (Foto: La Zona Cine)

LA ESPERANZA COMO ANTÍDOTO AL SÍNDROME

¿Si tienes esperanza, es imposible tener el Síndrome de resignación? Esta fue una de las preguntas que le hice al director Alexandros Avranas. Su respuesta fue muy concisa y directa: exacto, este es el significado de la película.

Los padres, en el último acto del largometraje, están conviviendo con sus hijas enfermas en un país que no es el suyo y en una situación límite; no obstante, ahora las cosas han cambiado: han recuperado la esperanza, han vuelto a ser padres y han dejado de estar estresados por su contexto vital. Están disfrutando de pasar el tiempo con las personas que más quieren: sus pequeñas Alina y Katia.

Como consecuencia de esta nueva vida, el Síndrome desaparece y Katia puede ir a testificar. Esta vez sí, parece que van a poder conseguir su tan anhelado asilo político. Ya sabéis lo que se dice, la esperanza es lo último que se pierde. 

¿QUIÉNES SON LAS VERDADERAS VÍCTIMAS DE LAS GUERRAS?

El tema principal de la película es que las verdaderas víctimas de las guerras son los niños y las niñas. Van a ser la siguiente generación y son los que pueden cambiar las cosas. Pero, no les estamos protegiendo y ese está siendo nuestro gran error.

El largometraje finaliza con el siguiente mensaje: En 2014, la Agencia Sueca de Salud reconoció la posibilidad de diagnosticar el Síndrome de resignación. La gran mayoría de los afectados son niños refugiados de antiguos países de la Unión Soviética y Yugoslavia. En vista de los conflictos recientes y sus consecuentes migraciones, se espera que los casos de este Síndrome aumenten exponencialmente.

Por fin, ¿una vida tranquila? (Foto: La Zona Cine)

CONCLUSIÓN

Vida en pausa es una película muy valiente donde se denuncian las consecuencias negativas que las guerras pueden provocar en la sociedad y, concretamente, en los niños y las niñas que constituyen las generaciones futuras. Erradicar el Síndrome de resignación está en nuestras manos, mantengamos la esperanza.

 

Nota: 7.5/10

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