Durante los mandatos (o reinados) de la primera ministra (ultra)conservadora Margaret Thatcher, se llevó a cabo en Reino Unido un proceso de desindustrialización que causó grandes estragos entre la clase obrera de algunas zonas del país. Sectores como el de la minería o el de la construcción naval fueron cesando paulatinamente su producción, lo que se tradujo en millones de personas perdiendo sus empleos y cayendo en las garras de la exclusión social. Hay que entender que en las áreas tradicionalmente más industrializadas del país había ciudades enteras construidas en torno a estas actividades, y un porcentaje altísimo de la población ocupada en estas urbes se desempeñaba en diversos puestos de trabajo relacionados, de uno u otra forma, con la industria local y nacional.
El desmantelamiento de este tejido productivo como parte de un plan económico neoliberal (y que de refilón debilitara la prominente actividad sindical existente en algunas regiones), llevó a un aumento significativo de las huelgas obreras en el país. La mayoría de los trabajadoras de estas industrias estaban siendo despedidos (ya fuera de forma inmediata o progresiva) sin que el Estado les proporcionara una alternativa laboral digna o un apoyo para adaptarse a esta transición económica radical. A la luz del sentir cuasi-revolucionario, tan romantizado por la izquierda mundial como trágico en su desenlace, se han estrenado maravillosas, hagiográficas (es de justicia reconocerlo) y asombrosamente delicadas películas como Billy Elliot o Pride.
Ciudades enteras azotadas por una inesperada y omnipresente depresión. Familias sucumbiendo ante la pobreza o viendo severamente dañadas sus condiciones laborales. Gente que busca desesperadamente algo perdurable en el tiempo y de (aparente) solidez a lo que aferrarse con pasión y entrega desmedida. Marx decía que, en el sistema capitalista, aquel algo era inconfundiblemente la religión (y demás opiáceos). En el presente, la tesis que enuncia el supuesto poder alienante de los eventos deportivos con gran alcance mediático como el fútbol parece tener una aceptación significativa. No obstante, a pesar de tener una base racional y razonable, esta noción acerca del deporte es, si no errónea, al menos parcialmente errónea.
Sunderland es una ciudad costera al noreste de Inglaterra. Su población oscila en torno a los 170 000 habitantes. Fue una de las ciudades del país donde más peso tuvo la industria naval. De gente en su mayoría humilde y de clase trabajadora que, ante el cierre de los astilleros locales tuvo que reconducir su actividad laboral hacia otros sectores. Es una de las zonas más pobres de Reino Unido. Lo que explica que el ayuntamiento haya estado ininterrumpidamente en manos del Partido Laborista desde 1973. Paradójicamente, la ciudad también mostró un apoyo mayoritario al Brexit (pero eso es otra historia). Y sin embargo, el equipo local de fútbol, el Sunderland AFC, es uno de los clubes con la afición más fiel y apasionada del país.
Se podría esgrimir que existe una correlación entre el bajo nivel de vida de la urbe y el ferviente sentir futbolístico. Y es evidente que, en cierta medida, el deporte rey ha servido tradicionalmente como vía de escape para las clases populares. Sin embargo, esto no quiere decir necesariamente que sea un elemento de alienación.
En la serie documental de Netflix Sunderland ‘Til I Die, se puede observar claramente cómo el fútbol puede funcionar como un poderoso elemento de cohesión entre las gentes humildes. Los valores como el honor, la camaradería y la lealtad están muy presentes en hinchadas como la del Sunderland AFC. En unos tiempos en los que el fútbol (y tantas otras cosas) ha sido absorbido por la lógica empresarial y monetaria, desterrando inmisericordemente cualquier resquicio de humanidad, clubes históricos y humildes como este son un oasis de pasión atemporal. Porque a las gentes corrientes, las que viven mes a mes, se les puede arrebatar muchas cosas, pero nunca su partido del domingo. El rugir colectivo, la hermandad y el sentimiento sincero de pertenencia.
¿Elemento de alienación? Amigos, en la ciudad de Sunderland el fútbol es, y siempre será, obrero y humilde. El gentío se mueve al son de Pete Seeger. Las gargantas son una poderosa y apasionada unión inseparable. La camaradería es una realidad más fuerte que cualquier plan gubernamental de desindustrialización. Puede que mis palabras no sean más que un débil y manido arrebato romanticista, pero algunas cosas nacieron para ser romantizadas. Y un estadio de fútbol lleno de cantares acompasados y sincera pasión es una de ellas.