Título original: Robot Dreams
Año: 2023
País: España
Dirección: Pablo Berger
Guion: Sara Varon
Música: Alfonso de Vilallonga
Productora: Arcadia Motion Pictures, Noodles Production, Les Films du Worso, RTVE, Movistar Plus+
Género: Animación, drama, romance
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Cuando Andrew Stanton dirigió WALL-E (2008) obligó a su equipo a ver al menos una película de Buster Keaton o Charles Chaplin al día. El cine mudo es imprescidible para entender ese clásico del cine infantil de la misma forma que lo es para entender Robot Dreams, la nueva película del cineasta Pablo Berger. Es curioso cómo dos películas animadas protagonizadas por robots incapaces de pronunciar palabra —y perfectamente capaces de comprender el amor— tengan tan poco en común. Si Stanton se fija en la comedia física del slapstick, Berger se sumerge en el silente drama humanista que plantea, curiosamente, otra película de Pixar en su prólogo: UP (2009) de Pete Docter. Al fin y al cabo ambas obras empatizan en su ímpetu por intentar demostrar que para cristalizar la esencia de la existencia cotidiana (queriendo esto decir el amor, el tiempo y la ausencia) no hacen falta diálogos.
Robot Dreams es una entrañable fábula-pop sobre lo encontrado y lo perdido, sobre el recuerdo y sus reminiscencias y, por encima de todo, sobre saber convivir con los huecos. No es casual que durante la película Berger pose nuestros ojos recurrentemente sobre el World Trade Center. Esta es una historia sobre aquellas imágenes que acompañaban el día a día y que ya sólo pueden evocar al pasado. Lo que se presenta como una inocente comedia animada y tributo a la cultura occidental ochentera se acaba desvelando como una agridulce (más dulce que agria) reflexión sobre la soledad de las ciudades, convirtiéndose progresivamente en un viviente cuadro de Edward Hopper a gran escala o en una película de Noah Baumbach protagonizada por animales antropomórficos.
Nueva York (una vez más) es elogiada al mismo tiempo que señalada. La ciudad que nunca duerme acoje (¡una vez más!) a un cineasta con síndrome de Estocolmo que la retrata, paradójicamente, como una ciudad abarrotada de gente incapaz de cruzarse con nadie. Berger se pregunta —al igual que ya lo hizo Philip K. Dick— con qué sueñan los androides como respuesta a una metrópolis donde lo humano parece ajeno y donde la cultura pop ajena aporta más compañía que lo humano. Desde esa nostalgia cultural, muy similar a la que Richard Linklater desplegaba en Apollo 10½: A Space Age Childhood (2022), el cineasta construye un relato donde el tiempo pesa.
Durante el transcurso de un año se desarrolla una vivaz historia de amor en el sentido más puro de la palabra. Las etiquetas sobran tanto como las palabras cuando se trata de la estima (¿amistad platónica o hipotético cuento queer a lo Luca (2021)? ¿acaso eso cambia algo?). Berger edifica una narración episódica —invocando a las viñetas del cómic de Sara Varon que da vida a la película— donde el recuerdo es mucho más efectivo que el sueño. Por mucho que estén presentes incluso en el título de la obra, todos los episodios oníricos no acaban de empacar con un universo contruido a partir de la fotogenia de esos pequeños milagros cotidianos (a lo que Jonas Mekas se refería como «brief glimpses of beauty»).
Lo que resulta mágico no es que un robot pueda soñar, sino que pueda vivir. Puede que Robot Dreams peque al introducir demasiado artificio en una historia que sólo pedía mirar por la ventana y recordar, pero es indiscutible que cuando mira por la ventana y recuerda adquiere una potencialidad cercana a la que perseguía Chris Marker («nada diferencia a los recuerdos de los momentos comunes, sólo se convierten en memoria a través de las cicatrices que dejan»). Estableciendo un divertido juego proustiano, Berger convierte September de Earth, Wind & Fire en la semilla de la que brotara todo su dispositivo. De ella nacerán, además de un excelente final con ecos a La La Land (2016), todos los ecos que recuerdan que las figuras añoradas son sólo fantasmas. Intentar coreografiar una comedia animada con ellos es, sin lugar a dudas, mucho más complejo de lo que parece.