pobre diablo

‘Pobre diablo’, pobres nosotros

Título original: Pobre diablo

Año: 2022

Duración: 8 capítulos de 20 minutos

País: España

Directores: Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla y Miguel Esteban

Guion: Helena Pozuelo, Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla y Miguel Esteban

Fotografía: animación

Reparto: Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Ignatius Farray, Gakian, Verónica Forqué

Productoras: Rockyn Animation, Buendía Estudios

Género: comedia, animación

Ficha completa en FilmAffinity

El año pasado llegó a los cines españoles Cámera Café, la película (Sevilla, 2022). La mítica serie de televisión tenía un formato muy claro -todo grabado desde la máquina de café de una oficina cualquiera- y muchos vieron con escepticismo su secuela. Sin embargo, Ernesto Sevilla se atrevió a coger la idea de la serie y llevarla a otros confines tanto de realización como de humor. Se trajo a los Arturo Valls y compañía a La hora chanante (Reyes, 2002) y arriesgó con notables resultados en muchas partes de la película.

Ahora, junto a los también chanantes Joaquín Reyes y Miguel Esteban, estrena en HBO Max la serie de animación Pobre diablo, la secuela no oficial de la clásica La semilla del diablo (Polanski, 1968). Obviamente, le dan un giro y salen del terror adentrándose en la comedia, fusionándolo con una evolución de los dibujos de Enjuto Mojamuto.

Stan (Joaquin Reyes) es el hijo del diablo (Ignatius Farray) que dio a luz Mia Farrow, a la que da voz la fallecida Verónica Forqué. Su misión en la vida es que en su mes 666 destruya el mundo, pero sus aspiraciones personales no son esas: quiere ser actor. Justo un mes antes de que desate el fin de la humanidad, viaja a Nueva York para hacer una investigación de campo para ver cómo está el mundo, aunque en verdad aprovecha para intentar cumplir su sueño y encontrar el amor.

El romanticismo de Stan contrasta con la maldad del gato Mefisto (Ernesto Sevilla) y la diabla Samael (Galkian), pero también con el de una sociedad que tiene ganas de autodestruirse. De hecho, esto también es una constante incluso en el humor. Sus protagonistas no son especialmente divertidos. Mefisto por ejemplo tan solo hace chascarrillos y casi ninguno dibuja una sonrisa en la cara del espectador. Sin embargo, la verdadera comedia está alrededor de este grupo del inframundo, en el mundo real.

Los capítulos no tan centrados en los protagonistas son, sin duda, los más divertidos por la propia estupidez sin sentido que refleja la realidad. El apocalipsis no llega por la actuación de Stan, el cual comparte una visión roussoniana del mundo e intenta a todos enseñarle a ser feliz, realizarse y mejorar, sino por el propio ser humano. Su pensamiento naif es debido a que su conocimiento de la tierra se basa en comedias románticas y sitcoms. Así, toda buena acción que intenta hacer es llevada a su límite opuesto, situación que llega a su momento culmen en el episodio de los incels, probablemente el más divertido.

Cuando los protagonistas aparecen durante más tiempo en la pantalla, a partir sobre todo del cuarto episodio, se vuelve un poco menos consistente y olvidable. Les falta esa chispa de caricatura social que tan bien le sienta en los primeros capítulos.

Sin embargo, llega el séptimo capítulo. Fuera de cualquier cosa que hayan hecho los chanantes, cuentan la historia de una mujer que espera junto a su amiga y vino a que le comuniquen los médicos que tiene cáncer. Esta malvive en un Nueva York absurdamente caro con un empleo basura como cocinera en un restaurante de comida rápida, actuando de niñera de un inversor en criptomonedas. Aquí no hay humor, sino la mayor de las tristezas. Porque, cuando el absurdo se convierte en realidad, se consolida como drama. Y consigue la excelencia en este tanto por sus metáforas como por su capacidad de llegarte al corazón. Una isla dentro de la serie, pero con todo el sentido del mundo.

De hecho, después de este episodio, el último sabe diferente. La vuelta a la comedia se percibe extraña tras este dramón. Aparte, aqueja uno de los problemas que tenía Cámera Café, la película: la creatividad se desinfla al final. Es verdad que el capítulo no está mal y su historia resulta interesante, pero lo que es el desenlace definitivo es un bluf bastante ridículo.

Al menos, esto no es sangrante y tampoco empaña una serie que, con sus subidas y bajadas, nos ofrece tres o cuatro capítulos notables y que pueden ser recordados durante mucho tiempo. Además, de ser el último trabajo póstumo de la grandísima Forqué.

Nota: 7/10

Lo mejor: su caricatura social y el séptimo capítulo

Lo peor: los tres capítulos centrales que son bastante olvidables