Título original: Monkey Man
Año: 2024
País: Estados Unidos
Dirección: Dev Patel
Guion: Dev Patel, Paul Angunawela, John Collee
Fotografía: Sharone Meir
Reparto: Dev Patel, Vipin Sharma, Sobhita Dhuliwala, Sharlto Copley, Pitobash, Sikander Kher, Makrand Deshpande, Ashwini Khalsekar, Adithi Kalkunte
Productora: Thunder Road Pictures, Bron Studios, Creative Wealth Media Finance, Monkeypaw Productions
Género: Drama, Acción
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Monkey Man (AKA Hánuman AKA Vishnu AKA un dios mono de la religión hindú) es, al menos en su conjunto, una peli de hostias. Cine de acción sucio, además. Ese que impregna la pantalla de mugre y sudor y la salpica de sangre porque eso es lo que suele salir de un cuerpo cuando lo disparan, acuchillan o revientan con los objetos que haya a mano. Monkey Man, a su vez, es Dev Patel, (Lion) aquel muchacho que saltó a la palestra en Slumdog Millionaire (2008), que luego regentaría El exótico Hotel Marigold (2011) y su secuela y que ha acabado recientemente en dos de los cortos que Wes Anderson ha hecho para Netflix. Aquí el actor nacido en Reino Unido no solo protagoniza, sino que escribe y dirige esta cinta que, al menos en su conjunto, es la hostia.
La película cuenta la historia de un chico sin nombre que malvive en los bajos fondos de una ciudad ficticia de la India. Rodeado de miseria y pobreza, nuestro protagonista se gana el pan participando en peleas clandestinas vestido con una máscara de gorila, siendo parte activa de un espectáculo claramente amañado. No obstante, este supuesto «Bobby» consigue trabajo en un burdel de alto standing, esperando pergeñar su venganza contra aquellos que asesinaron a su madre y destruyeron el poblado donde vivía de pequeño. Una historia estereotípica enmarcada en un género estereotípico, con vistas al cine que va desde Bruce Lee hasta Liam Nesson en sus mejores vertientes.
Para ello, Patel saca a relucir un improbable manejo del tempo narrativo. Su primera y casi superlativa hora es un despliegue de ferocidad creativa, un derroche de energía cinética para suplir la evidente falta de medios en comparación con sus referentes, donde cabe hasta una esperada cita a John Wick muy al principio para despachar peajes facilones cuanto antes. Patel, a través del montaje expeditivo y los primeros planos a granel, va construyendo un primer bloque que es puro momentum. La imagen, si bien a merced de una narración que peca tanto de constreñida como de ruidosa, alcanza por momentos una especie de experimentación en las texturas gracias a la fotografía entre lo estilizada y lo pringosa y la planificación hiperartificial de sus peleas, tan violentas como imperfectas.
Sin embargo, todo esta sinergia positiva se ve bruscamente interrumpida en su segunda mitad. Compuesta principalmente por un valle en la narración en el que Patel quiere enfatizar, con demasiadas ínfulas, el empaque emocional, espiritual y social de su obra. Y es ahí donde este nuevo autor patina de manera un tanto naif, aunque yendo hasta las últimas consecuencias con su planteamiento inicial en la representación de los poderes fácticos sobre la corrupta política del país y sus instituciones, así como de los sectores más marginados de la sociedad, incluyendo a parte de la comunidad LGBTQ+ como motor de cierta parte de la historia y coprotagonizando una de las secuencias más potentes de la cinta.
Porque el clímax, aun lastrado por ciertos tics visuales y argumentales vistos en las casi 2 horas anteriores, vuelve a dejar constancia del potencial tras la cámara del actor de El caballero verde (2021). Un despliegue de una faceta hasta ahora nada trabajada por el intérprete la del héroe de acción (más setentero que moderno), pero que podría ser el comienzo de una prometedora e interesante carrera tras las cámaras. Por el momento, demos gracias a Jordan Peele, porque esto iba a ir directo a Netflix y él se ha encargado de que vaya a salas y es que no hay lugar mejor para ver como el protagonista de la película le raja el cuello a un tipo cogiendo el cuchillo con la boca.