He conseguido remediar las miles de horas vacías que me ha ofrecido esta necesaria cuarentena y que he invertido en gran parte en una posición horizontal con la vista dirigida a la televisión. De alguna manera, estaba absorbiendo información de manera constante y masiva; no tanto por el contenido en sí, sino por el continente que lo arrojaba a mi cabeza como una palanca medieval lanzaba piedras a los batallones enemigos. También he de confesar que este artículo de opinión, en su planteamiento inicial, versaba sobre cómo la televisión había desperdiciado una última oportunidad por innovar, adaptarse, evolucionar y seguir manteniendo un liderazgo que no tardará en perder a favor del servicio streaming e Internet en apenas unos años. Pero, siendo sincero conmigo mismo y con quien está leyendo esto… He concluido que no sólo es una obviedad que la caja tonta es un medio (que no un invento) repleto de telarañas y que ahuyenta a cualquiera con su olor a esmegma. Periodistas y analistas profesionales ya han escrito sobre esto no sólo antes, sino mejor que un servidor. Así que para qué llover sobre mojado.
No obstante (y como comentaba al principio), no ha sido poco el tiempo que he pasado consumiendo televisión. De forma sorprendente, un firme opositor como yo se ha encontrado viendo realities show, programas matinales, informativos telediarios, debates políticos y reposiciones de series de las que hacía años que no escuchaba a nadie hablar. Productos que (sólo en los de índole periodística, no de telebasura) consumía de manera autónoma y bajo mi gusto a través de Internet. Pero, para mi condenada desgracia, he sido espectador atónito del mayor despliegue sádico, cínico, patético y surrealista de la historia de la televisión (y eso que los late night españoles de finales de los noventa y principios de siglo eran difíciles de superar).
Los personajes más variopintos, ignorantes e hipócritas del invento cuadrado -que ya lo eran desde mucho antes de la pandemia- parecen haberse puesto de acuerdo para revolcarse en sus chiqueros autoproducidos para gritar y jalear en un estado de éxtasis casi ritual proclamas supuestamente satíricas o críticas con el nuevo panorama mundial. Faltas de respeto al aspecto físico de eminencias médicas, comparaciones absurdas y demenciales entre un virus cardiorespiratorio de contagio masivo y una enfermedad de transmisión sexual inmunodeficiente, consejos y exigencias a las instituciones de índole sanitaria sin ninguna certificación, información o experiencia en el campo tras ese mensaje…
Les voy a ser sincero: no me apetece redactar las locuras y declaraciones (algunas tangentes al neofascismo) que han vertidos esos presentadores, programas y cadenas que ustedes bien conocen; por no decir que habrán sido testigos de casi todas. Ni esto es un panfleto político (me la trae al pairo quién vote qué mientras mi voto valga el mismo que el suyo) ni un canto a la corrección formal en televisión (no sólo doy por perdida la incorrección política de calidad, sino lo que esta basura televisiva pretende hacer creer a su audicencia como sátira), pero es inevitable pensar que estos mismos idiotas de cartón-pluma mojados en anís del mono son los que llaman a las barricadas y a la revolución mientras aplauden la represión gubernamental en el pasado; que se llenan la boca de derechos y defensa a grupos desfavorecidos mientras se jactan orgullosos en ataques directos y personales a los incansables especialistas y sanitarios que se dejan la vida día tras día para controlar y protegernos de la situación más inestable desde la Segunda Guerra Mundial.
En estos dos meses de confinamiento me he reafirmado en el por qué desde mi temprana adolescencia abandoné la televisión y todo lo que representaba. Hace mucho tiempo que me siento lejos de ese vertedero anacrónico y distanciado, con las ratas más grandes y enfermas de rabia que buscan ansiosas morder al espectador en la yugular para infectarles con sus ideologías, complejos y mentiras. Es de lo que viven, lo que les alimenta: ahogarse con números de audiencia para vomitarles en la calle cuando les pidan una foto. Y yo creo en el auxiliar sanitario del hospital y en el presentador y periodista fieles a la información, no en el neofascista enfermo de poder de la televisión. Unos sí que están en la barricada; los otros, llenándose los bolsillos mientras ríen sobre un montón de mierda del que no tardarán en resbalarse para mancharse aún más en ella.