‘La piedad’, la libertad de un creador

Título original: La piedad

Año: 2022

Duración: 84 minutos

País: España

Director: Eduardo Casanova

Guion: Eduardo Casanova

Música: Pedro Onetto

Fotografía: Luis Ángel Pérez

Reparto: Ángela Molina, Manel Llunell, Macarena Gómez, Ana Polvorosa, Antonio Durán, María León, Alberto Jo Lee, Daniel Freire, Meteora Fontana, Songa Park

Productora: Coproducción España-Argentina; Pokeepsie Films, Crudo Films, Gente Seria. Productor: Álex de la Iglesia

Género: Drama. Comedia.

Ficha en Filmaffinitty

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En el 2010 comenzó la carrera como director de Eduardo Casanova con una serie de cortometrajes en donde un compendio de diversos referentes plasmaban la curiosidad y la vehemencia de un joven que no disimulaba su pasión por el cine. Tras pruebas, errores y aciertos Casanova fue creando un sello propio y único mediante la inspiración de otros grandes directores.

Pero es en 2015, con el lanzamiento del cortometraje Eat My Shit, cuando consiguió encontrarse así mismo gracias a la reacción de un tipo de espectador que mostró cierto rechazo al ver a una Ana Polvorosa con un culo en la cara, (dicho esto es preferible ver un culo en la cara, que aguantar caras de culo). Sin embargo, lo importante es que tal hecho sirvió de pretexto para que Casanova se atreviera a estrenar dos años después su primer largometraje titulado Pieles; una ópera prima de calidad cercana a los típicos fallos del principiante, pero lejana a una falta de profundidad que muchos no quisieron entrever.

Sorprendentemente en 2022 llegó el gran salto mortal hacia un sinuoso viaje bautizado como La piedad. Un film difícil de clasificar por la complejidad de su tema y con un tono más austero, oscuro y crudo que el de su anterior película. Esta vez Casanova nos transporta hasta un hogar aséptico del 2011 liderado por Libertad (Ángela Molina), una madre que actúa contrariamente al significado de su nombre, y por Mateo (Manuel Llunell), un hijo que sobrevive esclavo a la toxicidad de una relación maternofilial que bebe del síndrome de Münchhausen por poderes.

Sin desprenderse del color rosa como forma de dar luz a un mundo que lo reclama, la historia se desarrolla inicialmente casi en un único espacio como medio opresor de una libertad que no permite la entrada de nada y de nadie. El único contacto que tiene Mateo con el exterior proviene de las noticias de Corea del Norte y de las clases de baile de su madre. Una noche, el primogénito de arrebatada independencia consigue cobrar la fortaleza suficiente para salir corriendo, y es ahí, en su primera y agobiante huída, cuando el título de La Piedad emerge de un imagen bellamente diseñada junto a una banda sonora majestuosa que humedece el lagrimal del espectador.

Es mejor no desvelar mucho sobre la trama para vivir la experiencia que nos aporta esta obra, pero sí se podrá hacer hincapié en dos factores importantes: el diagnóstico y tratamiento del cáncer de Mateo, y la dictadura del líder norcoreano Kim Jong-il fallecido en 2011. El primer tema está tratado con una madurez inaudita que jamás necesita recurrir a la pornografía sentimental para emocionar sin trampantojos. El segundo, puede llegar a resultar a priori una digresión abrupta del relato, pero termina por transformarse en un paralelismo acertado y crudo.

Casanova sabe utilizar a la perfección el surrealismo, tanto en imágenes como en subtextos, como concepto e hilo conductor narrativo de los extractos más crueles de la vida real. Libertad y Mateo están cautivos en una dependencia tóxica por culpa de un cordón umbilical que ahoga, también podría extrapolarse a otro tipo de relaciones, pero que este caso sirve de manera ejemplar para rodar una de las mejores escenas del cine español del siglo XXI. 

Mención aparte se merece la interpretación de Ángela Molina (un indiscutible icono de la historia de nuestro cine) como el Sol que quema en la cercanía y enfría en la distancia. La actriz cuyo nombre debería estar grabado en el Goya a mejor actriz principal 2022, se mueve entre la absurdez, la comedia y el dramatismo como pocas veces antes la habíamos contemplado. Y ese gran peso también se apoya en la mirada triste y apocada de un inmenso Manel Llunell cuya fragilidad conmueve hasta la extenuación.

En definitiva, La piedad es conjunto de tantas metáforas continuadas que podríamos definirla como una gran y portentosa alegoría. Contiene todo lo que un espectador necesita sentir en la butaca de una sala en donde el silencio, tras unos últimos minutos de CINE en mayúsculas, confirma a Eduardo Casanova como uno de los mejores directores españoles actuales por contar lo que nadie quiere ver de una forma magistral metamorfoseando lo difícil en fácil.

La piedad se agarra a tu pecho durante días, y tras soltarte, ya no eres el mismo.

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Lo mejor: Consigue caer sin ninguna fisura tras ese gran salto mortal.

Lo peor: La probabilidad de que esta película no coloque a Casanova en el lugar que le pertenece.

Nota: 10/10