En los años 50 Sevilla llamaba mucho la atención. No faltan las cuentas de Instagram o Facebook de historia de la ciudad que regularmente postean las instantáneas en la Feria de Sevilla de celebridades tales como Orson Welles, Ava Gardner o Grace Kelly, que incluso está inmortalizada en el Ayuntamiento, en la fachada de la Plaza de San Francisco. La ciudad tampoco se puede quejar mucho últimamente. El equipo de Juego de Tronos se trasladó aquí a grabar y pudimos ver a Sophie Turner, Maisie Williams o Peter Dinklage, entre otros. Diferentes tipos de estrellas, pero también igualmente de influyentes por los nuevos tiempos, donde las series son el producto audiovisual más consumido.
Sin embargo, el XIX Festival de Cine Europeo de Sevilla ha conseguido traer a una estrella al estilo añejo: un actor que nos ha dejado un puñado de personajes para la posteridad y que tiene su nombre escrito en la historia del séptimo arte. Johnny Depp puede que llegase como la primera vez que lo vemos encarnando a Jack Sparrow: en un gran barco que se está hundiendo. Su reputación estaba en declive tras su juicio con Amber Heard, que tuvo gran repercusión, pero que ha dejado muy desgastada su imagen. Pero estamos hablando del Capitán Jack Sparrow, del Somberero Loco, de Willy Wonka, de Eduardo Manostijeras. La relación emocional con tantas generaciones es inquebrantable y Sevilla se ha volcado.
«Con alegría te saludamos»
Antes del pase en el gran Cartuja Center, la alfombra roja estaba totalmente colapsada por cientos de fans reclamando a su héroe. Por momentos, parecía una escena berlanguiana en donde el público suspiraba por un simple saludo de Johnny Depp. Así veíamos a padres elevando a sus bebes para la estrella lo bendijese, personas con pancartas e imágenes de su películas más conocidas para ser firmadas. Hay que decir que no pasó de largo y el actor se paró con su público.
Por parte de la prensa, el día se asemejaba más a La dolce vita (Fellini, 1960). Como en la obra maestra de Fellini, los periodistas y gráficos corrían detrás de él como si fuese Anita Ekberg (no sabemos si Johnny Depp acabará la noche bañándose en la fuente de Puerta de Jerez gritando, pero tampoco queremos poner nuestra mano en el fuego). Primero en la rueda de prensa en uno de los enclaves más emblemáticos de la ciudad, El Alcázar, y posteriormente, en el citado Cartuja Center.
Felliniano se autodenominó Johnny Depp, que venía a presentar su segunda película como director al fin y al cabo. Realmente, se identificaba como cualquiera de esos «criminales del cine» que rompían las normas a través de sus obras, como el citado, John Waters, Emir Kusturica o Jim Jarmusch. De hecho, en la rueda de prensa se mostró duro con Hollywood por no promover a las nuevas generaciones de realizadores con voces propias.
A pesar de su aspecto y andares de rock and roll star, sorprendió por su parsimonia y ser alguien verdaderamente relajado. Cuando le preguntaron cómo era posible que interpretase normalmente a personajes tan excéntricos no tuvo problemas en darnos su receta para el éxito: «esquizofrenia». Verdaderamente, reconoció que estaba «drogado» y que es tímido, siendo su verdadera personalidad mucho más cercana a Eduardo Manostijeras, aunque siempre se le vio muy juguetón, tanto en la rueda de prensa como en la presentación de su película.
La obra del artista
Lamentablemente, su figura eclipsó a la película y a cualquiera de sus compañeros que asistieron, entre ellos la actriz Antonia Desplat, incluso a pesar de los esfuerzos del mismo realizador, que siempre los intentaba hacer participes. Cuando desapareció del escenario del Cartuja Center, no fueron pocos los asistentes que salieron de la sala antes de la proyección. Solo importaba el icono, no el artista, ni la persona.
De esto mismo trata su segundo largometraje Modi, Three Days on the Wing of Madness. Nos traslada al París de la Primera Guerra Mundial, a tres días de la vida bohemia del pintor Amedeo Modigliani (Riccardo Scamarcio), que recuerda al tan español esperpento valleinclanesco (o el de Juan Manuel de Prada en su reciente Mil ojos tiene la noche, también situado en la capital francesa). En él proyecta a su propia persona desde un inicio piratesco, y desembocando en una interesante reflexión sobre el papel del crítico de arte, de la nula valía de la vida de un artista, solo útil para el mercadeo, de la imposibilidad de la libertad para una persona atada a su arte.
Puede que Johnny Depp esté en otro momento de su vida, buscando alejarse de los focos o cambiando su imagen delante de ellos, pero su figura siga siendo enorme. Sevilla se acuesta pensando en el día en el que «casi capturamos al capitán Jack Sparrow«.