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‘Ferrari’, hacia una poesía industrial

Título original: Ferrari

Año: 2023

Duración: 130 min

País: Estados Unidos

Dirección: Michael Mann

Guion: Troy Kennedy-Martin

Música: Daniel Pemberton

Reparto: Adam Driver, Penélope Cruz, Shailene Woodley, Patrick Dempsey, Jack O’Connell, Gabriel Leone, Giuseppe Festinese, Sarah Gadon, Michele Savoia

Productoras: Moto Productions, Iervolino & Lady Bacardi Entertainment

Género: Drama

Ficha completa en Filmaffinity

Vuelve a las carteleras uno de mis géneros favoritos: los biopics de personalidades europeas interpretadas por actores estadounidenses. No hemos tenido que esperar mucho desde el estreno de Napoleón de Ridley Scott para volver a sumergirnos en el fascinante mundo idiomático de estas biografías mestizas. Una revolución francesa pronunciada en inglés genera un valle de lo inquietante casi tan efectivo como escuchar la historia de Enzo Ferrari en una extraña mezcla de inglés, inglés con —cuestionable— acento italiano e italiano. La Italia que nos regala Michael Mann en Ferrari destila una extrañez que se contagia fácilmente a su tono: por sus venas corre una solemnidad neo-clásica, mientras que su cuerpo refleja desenfado.

Lo nuevo del director de Heat, Miami Vice o Collateral aborda de nuevo las sinergias entre las masculinidades y los motores, esta vez poniendo en escena una elegía shakesperiana bastante alejada de sus frenéticos thrillers urbanos. El coche se convierte aquí en un espacio de introspección, escenario de una reflexión sobre las múltiples facetas de la muerte. El honor se convierte en la única forma de superar el luto —de nuevo Shakespeare— en una película marcada por la tragedia, donde ni siquiera las secuencias de acción parecen desprenderse de esa omnipresencia del tempus fugit. Para Mann, poco diferencia a la vida de las circuitos: imposible recorrerlos sin la muerte achechando.

Un servidor aplaude la profundidad con la que el cineasta aborda su retrato del capitalismo, el deporte y la religión, tres espacios entendidos en Ferrari como uno solo. El automovilismo supone —y más en la post-guerra— un antídoto para esa muerte del mito sobre la que teorizaba Rollo May, adquiriendo una mística que antes sólo podían resguardar las paredes de una iglesia (como bien representa Mann). Sin embargo, todo intento de trascendencia se acaba ahogando en un despliegue técnico sorprendentemente deficiente. El montaje de este «Saturno añorando a su hijo y matando a los del resto» resulta ortopédico y empuja a la película —junto a un guion a veces precipitado— al terreno de la comedia involuntaria.

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Fotograma de ‘Ferrari’ (Foto: Diamond Films)

No ayuda en absoluto acompañar estas imágenes descafeinadas con la banda sonora de Daniel Pemberton, una sucesión de cuerdas frotadas carente de personalidad que aparece cuando no se le necesita (y desaparece cuando más se le añora). Los efectos visuales, aunque vistosos, acaban por arrebatar cualquier atisbo de solemnidad que el cineasta hubiera querido condensar en sus reflexiones acerca de la muerte. Por desgracia, a todas estas imperfecciones se le suma una dirección que pese a su solidez no consigue despertar en absoluto la visceralidad que desprendían las carreteras de Collateral.

Tampoco acabo encontrando nada que me entusiasme demasiado en su faceta más soap opera, con un triángulo amoroso que tiñe todo el metraje de una grisácea monotonía. Difícil que las actuaciones de Penélope Cruz o Shailene Woodley sobresalgan en un melodrama italiano que avanza tan sobre raíles. Quizás lo único que necesitaba Ferrari, una biografía exageradamente contenida, era permitirse descarrilar (escribe este crítico mientras se da cuenta de que, cuando descarrila, la película se le hace sorprendentemente innecesaria). Lo que está claro es que Michael Mann ha conseguido hacerme sentir fuera de lugar, obligándome a buscar mi asiento en un anfiteatro lleno hasta la bandera. Supongo que siempre nos quedará un Adam Driver que rescata en forma de monólogo esa poesía industrial que el cineasta ansiaba reivindicar: versos escritos con sangre y gasolina.

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Lo mejor: un Adam Driver que rescata en forma de monólogo esa poesía industrial que el cineasta ansiaba reivindicar
Lo peor: Un Michael Mann descafeinado que no consigue hacer despegar su epopeya sobre ruedas
5