El clan de hierro

‘El clan de hierro’, masculinidad y ternura

Título original: The Iron Claw

Año: 2023

Duración: 130 min

País: Estados Unidos

Dirección: Sean Durkin

Guion: Sean Durkin

Música:Richard Reed Parry

Reparto: Zac Efron, Jeremy Allen White, Harris Dickinson, Stanley Simons, Holt McCallany, Maura Tierney, Lily James, Michael Harney, Aaron Dean Eisenberg, Kevin Anton, Scott Innes

Productoras: BBC Film, Access Entertainment, House Productions, A24

Género: Drama, biográfico

Ficha completa en Filmaffinity

Durante mi pre-adolescencia me encantaba ver la lucha libre con mi hermano pequeño. Por algún motivo encontraba en esta disciplina tan ligada a la masculinidad estereótipica —una espectro en el que nunca he encajado demasiado— una serialidad entrañable. Los relatos shakesperianos sobre traición y ambición, efectos secundarios de los sudorosos combates, me parecían mucho más atractivos que la violencia ficcionada que acogía el todopoderoso cuadrilatero. El ring no abrazaba a deportistas, sino a personas (quizás personajes). El clan de hierro, la última película de Sean Durkin, recoge mi pulsión adolescente en una cruda biografía que explora los peligros de exponer lo deportivo a los caprichos del relato (es decir, del capitalismo).

Este contundente retrato familiar, encuadrado siempre desde el amable ojo analógico de Mátyás Erdély, recoge la historia real de los hermanos Von Erich, figuras esenciales en la lucha libre estadounidense de los años 80. El cineasta canadiense encuentra en esta tragedia sobre la ambición heredada una excusa para buscar con lupa esas grietas que ponen en evidencia a la masculinidad atrofiada (también llamada «maldición»), aquella que empuja a los personajes a la auto-destrucción. El clan de hierro, en su inquebrantable estructura de ascenso y descenso, se presenta como un díptico desgarrador, pero también como un catálogo de desgracias que puede llegar a rozar lo tedioso.

Quizá uno de los puntos débiles de la película sea adaptar a la gran pantalla una historia real tan inverosímil que parece salir de la mente de un guionista desenfrenado. Sean Durkin tiene con sus personajes la misma piedad que la vida (o su padre) tuvo con ellos: ninguna. Rescatando esa naturaleza shakesperiana que un día me introdujo en la WWE, esta tragedia texana nos sumerge en una espiral de dolor, soledad y ambición que solo puede acabar en muerte. Durkin acierta rescatando esta tradición grandilocuente (casi operística) para poder utilizarla como metáfora de ese gran mecanismo del sueño americano. Al fin y al cabo la lucha libre materializa a la perfección la eterna mentira del capitalismo. ¿Qué lugar queda para la meritocracia en un deporte guionizado? ¿Qué mérito tiene ganar una competición cuando el ganador se escoge a dedo?

el clan de hierro
Fotograma de ‘El clan de hierro’ de Sean Durkin (Foto: YouPlanet)

Cuando la historia acepta esta imposibilidad del éxito es cuando la inocencia puede brotar de estas masculinidades hiperbólicas representadas por cuatro hermanos obligados a ser los mejores en una disciplina sin mejores. Cuando El clan de hierro se deshace de lo trágico es cuando aparece la obra maestra que pudo llegar a ser, una entrañable comedia ochentera, a medio camino entre el cine de Sean Baker y la sitcom folk, donde la aparentemente imposible ternura consigue abrirse camino. La primera hora de metraje desborda carisma a través de un elenco protagonista deslumbrante, brillantes en su capaz de perpetuar un afecto utópico. Inconcebible dejar fuera de cualquier nominación a Zac Efron, Jeremy Allen White y Harris Dickinson, lo mejor de la película (¡sin duda la mejor actuación de Efron!).

Me entristece pensar en lo que El clan de hierro podría haber sido. Ser fiel a lo real no exime a los narradores de la responsabilidad de hacer justicia, de proponer ucronías que den el dolor por aprendido y puedan centrarse en posibilitar esa esperanza que sin duda estuvo. No hace falta llegar al extremo de las reescrituras históricas de Tarantino. Pero si el cine pudo llegar a imaginar un Los Ángeles en el que Sharon Tate sobrevive, quizás podría haber dado más peso a la vida de los hermanos Van Erich que a su muerte.

Me quedo con esos instantes de íntima cotidianidad (amenizados con las melodías de Rush o Blue Öyster Cult), donde el capitalismo y el patriarcado parecen dar un respiro a una historia asfixiada por ellos. Lo bueno es que entre tanto porno de la miseria Durkin nos hace un inmenso favor: devolvernos los crop tops masculinos de Campamento sangriento.

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Lo mejor: Un cuarteto protagonista brillante capaz de conseguir que lo entrañable se abra camino
Lo peor: Un relato que sucumbe a la crueldad de lo real y paraliza la piedad de la ficción
7