En el Martini número 7 (leído este comienzo fuera de contexto parece que hablamos de una línea de colonia) conversábamos sobre el cine como reflejo de la vida, de la realidad; nuestra realidad. Y lo relataba desde el celuloide porque es mi pasión más destacada, pero es extensible a otras muchas artes como la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, el cómic, etcétera. De alguna manera, además, el cine es la única capaz de reunirlas a todas ellas de manera efectiva, justa y entretenida. Pero eso quizás sea un debate para otra copa.
Lo que quiero expresar con esta introducción es que el arte de la cinematografía es tan complejo, dinámico y diverso que se adapta a infinitas combinaciones de situaciones, sentimientos, personajes y realidades. Se amolda a nuestro gustos y circunstancias: siempre, seas un amante del arte o no, tienes una película especial, un intérprete favorito o una banda sonora predilecta. Las disfrutas a pesar de las opiniones de los demás porque cuando las visionas, sientes que has vuelto a casa. Que vuelves a visitar a unos viejos amigos. A recordar una experiencia.
Y sí, negarlo es tontería: existen una serie de películas que son las obras maestras del cine, independientemente de nuestro criterio. Las Capillas Sixtinas del séptimo arte. La filmografía completa de Akira Kurosawa, 2001: Una Odisea en el Espacio, El Padrino, Vértigo, El Imperio Contraataca, Hasta que llegó su hora… Y nombro tan sólo una ínfima parte de ellas. Son filmes aparentemente simples que esconden una complejidad y un mensaje tan potentes que solo un experto en el medio sería capaz de lograrlo.
Ahora, la cuestión del debate: ¿pueden no gustarnos estas películas? ¿Deben nuestros filmes favoritos coincidir con los grandes clásicos? Por supuesto que no. Disfrute del cine, tanto y como le plazca. Ya puede ser con el corto amateur de su mejor amigo o con la nueva película de Christopher Nolan. Sólo disfrute, que es el primer y último principio del cine.
La duda debería quedar resuelta en este punto, pero no. En mi más que corto (e intenso) bagaje por círculos de lectores, redes sociales y encuentros personales en festivales, he tenido el más que dudoso honor de conocer y conversar sobre lo que he denominado «dictadores del cine», personas que discriminan, ningunean y se burlan de otro cine que no sea el que ellos mismos dictaminan. Créanme que por surrealista que suene, existe gente así y más en este arte.
Si no sabes apreciar el cine checoslovaco de los años cincuenta eres un inculto incapaz de ver una obra maestra ante sus ojos. No critiques, por supuesto, a ese director japonés cuyas películas nunca han salido de la isla asiática o a ese guionista sudafricano que escribió un drama costumbrista muy por encima del de Puzo y Coppola.
No quisiera caer en estereotipos, porque precisamente son las armas de estos dictadores, pero es casi un tópico sistemático que los autoritarios del cine odien (en un desprecio desmedido e irracional) un autor en particular. O incluso varios, especialmente si son contemporáneos. Porque sí, puedes detestar el trabajo de un artista (mi caso es una directora española) pero es imposible que todo lo que haga sea deleznable u odioso. ¿Nada, absolutamenta nada de lo que hace es bueno? ¿En serio?
Entonces, como Papá Nöel, sacan una lista enorme y comienzan a enunciar lo que ellos denominan «buen cine». Una pequeña pista: no hay dos listas iguales. Y si debatieran entre ellos sobre su contenido, la conversación no acabaría siendo cortés ni mucho menos.
Al fin y al cabo, los dictadores de los visionados no son más que personas por lo general acomplejadas, en la búsqueda de atención y reconocimiento de su criterio. Su arma es la humillación y el desprecio. No simbolizan lo que el cine representa: pasión, confluencia, amistad, diversidad. Si su gusto no fuera el cine, serían fanáticos de fútbol, políticos autoritarios o planfetistas excéntricos.
Mi recomendación es que no haga ningún caso a estos pseudoamantes del celuloide. Consume las películas que te gusten y llenen; objetivamente pueden ser mejores o peores pero es TU cine y eso amiga (y amigo), nadie nunca te lo podrá negar.