En 2003 se dio a conocer internacionalmente un joven actor hispano-alemán en un papel que le catapultaría al estrellato. Good Bye, Lenin! (Becker) fue el primer paso de gigante que dio Daniel Brühl -o Dani, como prefiere que le llamen- en una carrera envidiable. Conforme pasaban los años iba encadenando proyectos cada vez más atractivos y reputados. Era uno de los protagonistas de Los edukadores (Weingartner, 2004), una de las películas sobre la rebeldía juvenil. Interpretó a Puig Antich, uno de los últimos ejecutados del régimen franquista, en su biopic Salvador (Huerga, 2006). Fue dirigido por Quentin Tarantino en Malditos bastardos (2009). Encarna al malvado Barón Zemo en el Universo Cinematográfico de Marvel. Todo este bagaje le ha ayudado a asentarse como un de los actores europeos más reconocibles del momento.
Ahora se ha lanzado a dirigir su primer largometraje, cuya première en España fue en el Festival de Sevilla. Para más inri, el propio Festival le otorgará el Premio Honorífico por su carrera. Una verdadera estrella en la capital hispalense.
En su ópera prima La puerta de al lado, el hispano-alemán centra la acción en una serie de conversaciones entre un prestigioso actor (Daniel Brühl) y un residente del barrio (Peter Kurth). Ambos vienen de dos mundos diferentes: el actor de la Alemania del Oeste, el otro de la del Este. Durante el diálogo, el vecino le reconoce que lo espía desde su casa y con los datos bancarios a los que tiene acceso debido a su trabajo. Lo que parecía una simple charla, se convierte en el desmoronamiento de la vida personal del actor.
PREGUNTA: ¿Es esta película autobiográfica?
DANIEL BRÜHL: Sí, en cierto modo lo es. Han entrado muchas experiencias profesionales y personales que he tenido: humillaciones, momentos incómodos. Aun así, tuve una distancia enorme hacia este personaje y quise poner muy claro desde el principio que es una comedia. Ni siquiera es una versión negativa mía. El tío es insoportable, arrogante, pedante, narcisista. Alguien que se ha perdido en la profesión y en la fama. Eso es lo que me interesaba a mí.
También me gustaba la idea de la sobreexposición que practican algunos famosos por las redes sociales, acrecentando el morbo de la gente a descubrir hasta los detalles más íntimos.
P: Un aspecto de la película que me impactó fue la de información que tenía el personaje de Bruno (Peter Kurth) sobre cualquier persona debido a su trabajo en el banco.
DB. La idea del largometraje nació en Barcelona. La tuve en un restaurante del barrio de Gracia, donde me acababa de mudar y estaban reformando la fachada de mi casa. Me imaginé que uno de los obreros que estaban trabajando en la obra observaba el interior del piso durante meses.
Sin embargo, cambiamos el personaje y decidimos que fuese un trabajador de un banco. Me pareció más interesante. Mi guionista (Daniel Kehlman) contactó con un amigo suyo que trabajaba en un banco austriaco. Hablamos con él y nos dijo que tenía acceso a todos los datos de sus clientes, como el personaje de Peter.
P: Tratas la dicotomía que existe en Alemania entre Este y Oeste. ¿Cómo percibes la tensión entre estas dos partes?
DB. Está todavía muy presente. Estoy viviendo este conflicto día a día. Es increíble que, tantos años después de la caída del muro, aún exista este contraste y que los conflictos sean tan extremos, pero es la verdad. Todavía hay una desigualdad enorme que provoca mucha amargura, frustración y decepción entre una cantidad importante de personas del Este. Se sienten engañados por promesas falsas de que los dos países se iban a nivelar rápidamente. No ha sido el caso ni siquiera después de tres décadas.
P: También abordas el tema de la gentrificación.
DB. Era mi intención transmitir cómo percibo esta situación. Por eso me centro en un barrio del este de Berlín y quería representar cómo está la ciudad actualmente. Este barrio va expulsando poco a poco a sus vecinos por culpa de la gentrificación, por lo que probablemente esta película no hubiese podido ser grabada dentro de cinco años.
Este además es el punto más personal de la historia, porque yo siempre me he sentido como alguien de fuera y parte de la gentrificación desde que salí de mi ciudad, Colonia. Aún me siento culpable. Hay muchas situaciones en mi barrio de Berlín donde siento ciertos nervios y culpa, a pesar de llevar veinte años viviendo en la ciudad. Nada más empezar a hablar con mi acento de Colonia ya saben que soy del oeste, con lo que eso puede acarrear.
P: ¿Cómo te atreviste a pasar de actor a director?
DB. Como muchos otros actores, tenía muchas ganas de poder contar mi propia historia. Sobre todo, en el proceso mágico de la realización, no ser excluido de ninguna parte de la creación. Incluso, estaba escribiendo el guion con Daniel. Él me invitó a participar, ya que decía que solo lo podía hacer conmigo. Aprendí mucho sobre la estructura, sobre la escritura de guion. Después ejecutar la película, el montaje, todo fue fascinante.
Para mí fue una experiencia brutal, de lo más bonito que he vivido, lo que más me ha llenado. Por eso tengo ganas de seguir dirigiendo y con el mismo guionista.
P: Tienes una relación muy cercana con España. ¿Te gustaría dirigir a actrices y actores españoles?
DB. Lo gracioso es que estoy preparando dos producciones españolas: una serie y una película. Lo tengo muy claro y, sobre todo una de las ideas sería con actores y actrices de aquí.
P: Cómo te sientes al recibir el Premio Honorífico que otorga el Festival de Sevilla?
DB. Es una pasada. Ya el hecho de que mi primera película como realizador se presente en el Festival es fenomenal. Pero que me den este premio tan prestigioso de un Festival tan importante de cine europeo es lo más. Para mí es un día inolvidable. No podría haber mejor manera para arrancar el estreno de mi película que estar aquí en Sevilla, donde es la premiere en España, y recibiendo este premio. Estoy muy nervioso, pero a la vez me siento muy honrado y feliz.