Un año separa los dos volúmenes de Kill Bill: una misma historia de la venganza de una novia masacrada en un ensayo de su boda. En 2004, Tarantino estrena, y con ello finaliza, la que podemos concluir es su mágnum opus. Esta continuación es radicalmente opuesta a su primera contraparte, pero no por ello absolutamente diferente: funciona como el reflejo en un espejo.
Kill Bill (Vol. I) es un cómic; el Vol. II es una novela gráfica.
El Vol. I son artes marciales y el segundo un duelo western.
El Vol. I es acción y el Vol. II es diálogo.
El Vol. I es Beatrix y el segundo es Bill.
Y es percetible en el inicio de cada cinta: en la primera Bill dispara a Kiddo en la cabeza, mientras que en la segunda Uma Thurman narra a cámara mientras conduce. Uno, violencia. El otro, diálogo.
Kill Bill Volumen II narra el destino de Beatrix Kiddo cara a sus tres últimos contendientes: Budd, Elle y Bill.
Tarantino centra en el personaje de Budd todo el homenaje al spaghetti western que era minoritario en la primera cinta. Durante una hora de película nos sentimos abrazados por el sudor, la suciedad, el polvo del desierto, el alcohol bebido a morro y la desgraciada suerte de un desgraciado, elementos clásicos del cine de Leone, Corbucci, Castellari o Valerii. De hecho, Budd es el único de los cinco de la lista de Beatrix capaz de vencerla con una escopeta de cartuchos de sal.
La prometedora Elle Driver, interpretada por Daryl Hannah, profesa un respeto hacia la figura de Beatrix típico de la filosofía oriental. Justo cuando uno cree que el ganador de dos Óscars sirvió todo el pastel de cultura marcial asiática en el Vol. I, se encuentra con el Capítulo 8 (La Cruel Tutela de Pai Mei), un relato que parece sacado de la mejor de las películas de Sonny Chiba.
La banda sonora se sustenta bajo el mismo principio de un estilo más cercano al western: country, piezas de Morricone y Bacalov y alguna pieza de música alternativa como «About Her» de Malcolm McLaren.
El clímax final con Bill (cuya deriva en el guión original era una pelea con katanas en la playa a la luz de la luna, como él mismo sugiere en la película) acaba siendo un cierre perfecto y sorprendetemente calmo, basado sólo en diálogo y una fugaz coreografía de veinte segundos, que acaba con Beatrix practicándole la técnica imposible de los cinco puntos de presión del corazón. Bill se despide bajo la preciosa y emotiva pieza musical del final de la película Navajo Joe.
Kill Bill Vol. II es la calma después de la tempestad: una película basada en una violencia más minimalista y encerrada que su antecesora. Tarantino traza un análisis psicológico de las motivaciones y conclusiones que los personajes meditan sobre sus propias decisiones, especialmente con Beatrix y Bill. Las líneas que separan los estilos en esta película son más difusos que en la primera, funcionando de manera diferente pero no peor. El cierre está a la altura de las expectativas y da la sensación de que el genio de Knoxville ha contado con todas sus exigencias, fetiches y requerimientos para crear su obra más personal.
En 2007, se alía con uno de sus mejores amigos, el también guionista, productor y director Robert Rodríguez para rendir homenaje a los pases dobles de los autocines de serie B de los setenta. El proyecto llevará el título de Grindhouse (la denominación para estos shows) y signficará el primer fracaso artístico y de taquilla de Quentin Tarantino. ‘
Nota: 8.5
Presupuesto: 30.000.000 $
Recaudación: 152.200.000 $ (Mundial)
Escena icónica: La Novia escapando de su enterramiento viva usando las técnicas de su maestro, Pai Mei.
Una frase: “That woman deserves her revenge… and we deserve to die.”