rotterdam 2022

Crónica – Festival Internacional de Cine de Rotterdam 2022

Cuando decidí pedir la acreditación para cubrir el Festival de Rotterdam, ya sabíamos que esta edición del certamen neerlandés iba a ser casi completamente online, pero la programación aún no estaba anunciada. En aquel momento, películas como Inmotep de Julián Génisson o el nuevo largometraje de Rita Azevedo Gomes, basado en un guion de Éric Rohmer, todavía formaban parte del posible line-up del festival.

No fue así: ambas pasaron a mejor vida (la directora portuguesa presentó The Kegelstatt Trio en el Festival de Berlín, que acaba de finalizar). Sin embargo, Rotterdam supo recomponerse, y aunque esta vez encontramos prácticamente en su totalidad autores (para mí) desconocidos, esta edición del festival ha mantenido un interés por explorar el estado del cine de autor en la actualidad.

47º Edición del IFFR: Impresiones del Festival Internacional de Cine de Rotterdam 2018 – IV Acto

La sección oficial ha contado con una mezcla interesante de ficción y documentales, y para mí hay una clarísima ganadora: The Plains, de David Easteal, un documental de tres horas en el que el director pone la cámara en el asiento trasero del coche mientras un compañero de trabajo le acerca a su casa.

Grabada a lo largo de un año de estos trayectos, de apenas 20 minutos cada y de los que vemos algo más de diez, The Plains va a ser una de las películas que recordaré a final de año; un viaje bastante emotivo construido con elementos mínimos pero que explota a la perfección todo lo que puede hacernos empatizar con sus protagonistas: la rutina, los problemas familiares, el trabajo… los viajes en coche son algo incómodos al principio, y se puede ver cómo los dos hombres tienen cada vez más confianza y están cada vez más involucrados en la vida del otro. Podría haber visto siete horas de esto. El de Easteal es el único documental que me animé a ver de la sección oficial (Tiger Competition), pero no me perdí a la flamante ganadora del festival.

EAMI, de la paraguaya Paz Encina, es una obra impresionante que basa su propuesta en que el espectador habite los lugares donde transcurre su historia, en ocasiones más cercana del videoarte, de una instalación, que de un largometraje de ficción al uso.

En EAMI, asistimos a un genocidio desde su final: la tribu Ayoreo-Totobiegosode (que utiliza la palabra “eami” para referirse tanto a “bosque”, como a “mundo”) es expulsada del bosque donde han vivido toda su vida. Es maltratada, abusada y asesinada por gente a la que no entienden. La directora mueve la historia a un ritmo pausado, calmado, permitiendo que el espectador habite el mismo bosque que los protagonistas, haciendo esa expulsión tanto más dolorosa.

Fotograma de ‘The Plains’, de David Easteal.

En un tercio similar se mueve Achrome, de Maria Ignatenko, otro largometraje de ritmo pausado que, en este caso, sigue a un inocente joven que se une al bando nazi porque lo considera una llamada divina… y se le pasa cuando se da cuenta de que a una de las jóvenes del pueblo los soldados no están precisamente dándole caricias. Ignatenko rueda con pulso firme una historia seca y dura, pero le falta un poco de dinamismo en la construcción de personajes para conseguir que la historia impacte como ella pretende.

Un problema similar (dificultad para involucrarse emocionalmente con los protagonistas) es el que aqueja a Met Mes, de Sam de Jong, la única propuesta local de la Sección Oficial de Rotterdam, y un trabajo extravagante y llamativo que destaca entre sus compañeras de sección.

Met Mes es la historia de una reportera de televisión a quien roban su cámara. Nadie le presta atención hasta que se inventa que el ladrón llevaba un cuchillo (“met mes” significa “con cuchillo” en neerlandés), cuando todo su mundo (y el del ladrón) da un vuelco. La película juega con las preconcepciones que el espectador puede tener sobre el género, la raza, la sexualidad y un sinfín de temáticas, hasta el punto de que a ratos se siente como si de Jong estuviese haciendo más un tratado sobre la sociedad neerlandesa actual que una película; a ratos, su narrativa es confusa, moviéndose más por los temas que por el propio argumento.

Fotograma de ‘EAMI’, ganadora del festival.

Esto parece haber sido una constante en el festival: películas como Meghdoot, A Criança, La Rêve et la Radio o Yamabuki, aunque todas con virtudes y atmósferas más que logradas, son esfuerzos que resultan realmente densos, y se ven especialmente damnificadas al ser visionadas desde casa, en lugar de en una sala de cine.

Quizá esto ha sido lo más destacado de esta edición del festival: cuestionar el papel de la sala de cine en un evento de estas características, reconocer qué películas pierden, qué películas ganan, cómo mejora o empeora la experiencia poder elegir el propio horario, en lugar de depender de un equipo de programación y un calendario curado. Mi opinión personal es que el festival pierde mucho al verse desde casa, y que la experiencia en cines mejoraría el visionado de cualquiera de las películas.