Crítica – ‘Dolor y gloria’

Título original: Dolor y gloria

Año: 2019

Duración: 108 min.

País: España

Dirección: Pedro Almodóvar

Guion: Pedro Almodóvar

Música: Alberto Iglesias

Fotografía: José Luis Alcaine

Reparto: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Raúl Arévalo, Julieta Serrano, Nora Navas, Neus Alborch, Rosalía, Cecilia Roth, Susi Sánchez, Eva Martín, Julián López, Francisca Horcajo

Productora: El Deseo

Género: Drama

 

Desde lo más conciso y directo, como Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) o Átame (1989), hasta lo más onírico y enigmático, como La piel que habito (2011) o Los abrazos rotos (2009), Pedro Almodóvar siempre ha tenido un don para bautizar sus películas. Consigue describirlas a la perfección, a veces mejor que otras, pero siempre de una forma tan eficiente que nos tiene pendientes de ver con qué nueva obra nos va a sorprender. Esta vez es el turno de Dolor y gloria, su nueva cinta protagonizada por Antonio Banderas y Penélope Cruz con un título perfecto para la ocasión.

No hay duda de que en el nuevo film del oscarizado cineasta manchego hay mucho dolor, sí, pero también hay bastante gloria. Almodóvar se camufla de forma muy poco discreta en el personaje interpretado por Banderas, un director de cine prácticamente retirado, atormentado por diversas enfermedades y mucha soledad. Los errores del pasado persiguen a Salvador Mallo, alter ego del realizador, que no se preocupa en disimular ni un segundo su parecido con el propio Pedro. Una caracterización descarada y una interpretación, aunque contenida, llena de tics que nos recuerdan al manchego, completan un autorretrato de Almodóvar tan particular como inseparable de su persona. Cada escena de la película parece estar sacada directamente de su propia vida. Hay verdad en las emociones y conflictos del protagonista y muchísima humanidad. Estamos ante algo único, el artista convirtiéndose de nuevo en persona y desnudándose ante los espectadores.

Almodóvar lleva toda su vida escribiendo no tanto sobre sí mismo sino más bien sobre aquello que le rodea y le llama la atención. Es cierto que en otras ocasiones ha sido más directo a la hora de reflejarse en su propio cine (La mala educación), pero nunca ha sido tan franco y honesto a la hora de hacerlo. En Dolor y gloria se enfrenta directamente a su trauma más cercano, la pérdida de su madre, eterna figurante en la mayoría de sus películas, a pesar de no haber querido ver nunca ninguna. Francisca Caballero ha sido siempre una de sus grandes inspiraciones. Un pilar clave durante toda su vida y que ahora se convierte en el eje principal dentro del conflicto del protagonista de su nueva película. En Volver (2006) ya se encargaba de homenajear a las mujeres de su infancia, las señoras del pueblo de La Mancha donde se crio y que abandonó a favor de una vida mucho más «movida» (y nunca mejor dicho) en la capital. Madrid absorbió por completo a Almodóvar y, en parte, es algo que ahora le atormenta. O al menos eso nos invita a pensar con este nuevo film. Deja a un lado los homenajes y se centra en los conflictos personales que lo separaban de su madre.

Almodóvar nos presenta a un director de cine que se enfrenta a una de sus peores crisis creativas. Hay pocas cosas peores para una artista que el ser incapaz de empezar una nueva obra. Confrontar ese lienzo en blanco que te mira y te intimida puede ser muy duro, pero el cineasta tampoco quiere ser pesimista. Dolor y gloria nos habla de la superación de los traumas, de esos viajes al pasado que a veces pueden llegar a ser extremadamente dolorosos pero que, muy en el fondo, necesitamos. Las heridas abiertas han de ser cerradas en algún momento y, en esta película, el manchego se encarga de salvar la deuda con su difunta madre. Intenta pedirle perdón por todos los errores que pudo cometer en el pasado. Y no solo es un “lo siento” a la mujer que le enseñó todo lo que sabe en la vida, Almodóvar también se encarga de perdonarse a sí mismo, de dejar ir a la culpa y conseguir liberarse de un peso que lo asfixia todavía hoy.

Hay muchas formas de definir esta catarsis emocional que presenta Pedro Almodóvar. Mantiene el estilo de Julieta (2016), ese denominado “drama seco” sin excentricidades que gustó a la crítica, aunque no convenció tanto en taquilla, pero esta vez le da una vuelta de tuerca. Almodóvar deja a un lado las adaptaciones de historias que no son suyas y nos invita a dar un paseo por su propia vida y eso es lo que hace especial a Dolor y gloria. Aquí se dedica a desmontar al mito para volverlo un ser de carne y hueso, infeliz y desgraciado, pero con mucha esperanza. Un canto al cine, al arte, a los viejos amores y a las viejas amistades y, sobre todo, a las madres que mueven cielo y tierra por sus hijos a cambio de nada, solo para que ellos sean felices a su manera o, al menos, tengan todo eso que ellas nunca pudieron tener.

Almodóvar vuelve a lo grande, pero lo hace desde lo pequeño, desde sí mismo, desde sus propios sentimientos, y ahí es donde triunfa. No es su mejor película, pero sí es esa película que dentro de unos años podremos volver a revisar para entender quién es realmente Pedro Almodóvar.

Lo mejor: El autorretrato que realiza el manchego sobre su propia vida y sus propios traumas. Estamos ante el Almodóvar más honesto de toda su filmografía.

Lo peor: Es una película, de nuevo, alejada de las excentricidades de otros trabajos del autor que, al igual que pasó con Julieta, podría no convencer del todo a su público habitual.

Nota: 8/10.