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Crítica – ‘Blanco en blanco’

Título original: Blanco en blanco

Año: 2019

Duración: 100 min

País: Chile

Dirección: Théo Court

Guion: Théo Court, Samuel M. Delgado

Sonido: Carlos García, Carlos Sánchez Frías

Fotografía: José Ángel Alayón Dévora

Reparto: Alfredo Castro, Lars Rudolph, Lola Rubio, Alejandro Goic, Esther Vega, David Pantaleón, Ignacio Ceruti

Productora: El Viaje Films, Don Quijote Films, Pomme Hurlante Films, Blond Indian Films, Kundschafter Filmproduktion

Distribuidora: Elamedia

Género: Drama

Ficha en Filmaffinity

Mr. Porter es un cacique en el Chile de finales del s. XIX. A pesar de su ocupada agenda, ha encontrado una nueva esposa, una joven que aún no es adolescente y que vive en una casa fría junto a una criada en un páramo que pertenece a su futuro esposo. También en el terreno, robado a los indígenas locales, viven una serie de trabajadores que obedecen las órdenes de Mr. Porter. A lo largo de Blanco en blanco, la segunda película del director chileno Théo Court (Ocaso), jamás llegaremos a ver a Mr. Porter, a entender qué es lo que lo mantiene constantemente ocupado, ni a saber el más mínimo detalle de él.

De quien sí tendremos información, explicitada a través de sus acciones, es de Pedro, el fotógrafo al que Mr. Porter ha contratado como retratista del enlace. A su llegada, se enfrenta inmediatamente a la joven prometida, buscando la mejor forma de retratarla. Su futuro marido no está a la vista. Conforme avanza el tiempo, Pedro se acomoda a esta situación; no se marcha de la casa porque aún espera retratar a Mr. Porter, pero coge confianza con los habitantes de la hacienda. Un día, esa confianza va demasiado lejos, al intentar hacer un retrato artístico de la prometida del cacique, y es expulsado de la casa. El paisaje desértico y la distancia a otras poblaciones le obligan a tratar de ganarse el favor de los demás habitantes, y la película toma un tono muy diferente de ahí en adelante.

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Alfredo Castro como Pedro en ‘Blanco en blanco’.

A grandes rasgos, Blanco en blanco es una película sobre el control. Lo que se perfila durante sus primeros compases como un estudio de personaje de ese fotógrafo, interpretado de forma magistral por Alfredo Castro, rápidamente se diluye en un caleidoscopio coral en el que cada personaje rezuma vida interior, pero en el que nadie está en una posición que le permita expresarse.

Pedro, como un extranjero en la pequeña comunidad, no comprende las reglas; en un principio parece verse como un superior, pero es esa actitud la que lo lleva pasarse de la raya, y termina con su expulsión después de intentar, precisamente, expresarse: artísticamente, pero también explicitando una especie de deseo sexual hacia la prometida.

Una vez fuera, Pedro se ve forzado a adaptarse a marchas forzadas. Pero el guion que Théo Court coescribe junto a Samuel M. Delgado es, quizá, el apartado más débil de Blanco en blanco, y el viaje psicológico de su protagonista no está desarrollado de una forma satisfactoria (en realidad, no está desarrollado de ninguna forma). Lo que de forma natural se convertiría en una suerte de arco de redención, ve al personaje de Alfredo Castro envuelto en un mundo que lo insta a abrazar sus peores impulsos.

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Fotograma de Alfredo Castro en ‘Blanco en blanco’.

El colofón a esto se encuentra en la secuencia final de la película, sin duda la más brillante. Aunque el ritmo mortalmente lento de la película no la abandona en ningún momento, esta secuencia ve a Pedro como uno más del grupo, persiguiendo a un grupo de indígenas que huye como presas y que son asesinados. A través de su cámara, vemos cómo Pedro se apresura en colocar a los hombres para obtener una fotografía representativa de este período de su vida; ahora sí, lo vemos en control de la narrativa, y lo que representará esta imagen no será la matanza de los indígenas, sino la colonización de los hombres de Mr. Porter, retratados como conquistadores, mirando al futuro.

Lo mejor: la fotografía es impresionante, y la secuencia final, a través de la cámara del protagonista, impacta al espectador.

Lo peor: el ritmo es soporífero, y a los espectadores menos receptivos les costará seguir una historia que no ofrece recompensas.

Nota: 5/10