Título original: Asteroid City
Año: 2023
País: Estados Unidos
Dirección: Wes Anderson
Guion: Wes Anderson, Roman Coppola
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Robert D. Yeoman
Reparto: Jason Schwartzman, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Jeffrey Wright, Tilda Swinton, Bryan Cranston, Edward Norton, Adrien Brody, Liev Schreiber, Hope Davis, Stephen Park, Rupert Friend, Maya Hawke, Steve Carell, Matt Dillon, Hong Chau, Willem Dafoe, Margot Robbie, Tony Revolori, Jake Ryan, Jeff Goldblum, Sophia Lillis, Grace Edwards
Productora: American Empirical Pictures, Indian Paintbrush
Género: Comedia, Ciencia Ficción
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Podría decirse de manera hiperbólica, y no por ello errada, que Wes Anderson lleva siendo un preso endiabladamente enfermizo de su propio corpus estético y ético bastante tiempo. Aunque es cierto que toda su obra (desde Bottle Rocket hasta esta Asteroid City que nos ocupa) destila las mismas filias y obsesiones que el mismo director se ha encargado de depurar hasta el tuétano película a película, creando un universo singular para bien y para mal. Y desde luego mucho más enriquecedor y taxativo de lo que puedan generar ciertas modas o programas informáticos.
Aún así, desde que nos regalara la superlativa y perfectamente equilibrada El gran Hotel Budapest (2014), el creador texano lleva inmerso en una especie de trance chiflado en el que sus formas totalmente acendradas dan paso a unos temas más ambiciosos en sus propias meditaciones. Si la La crónica francesa (2021) era un tratado sobre la escritura en general y el periodismo literario en particular, Asteroid City versa sobre el proceso creativo de la narración y la labor actoral.
La acción nos sitúa en 1955, en mitad de una ciudad árida dónde un grupo de cerebritos acompañados por sus padres acuden a una ceremonia sobre la observación de fenómenos astronómicos. Allí, un hecho insólito (por la vía de un viejo conocido como el stop-motion) les hará permanecer en cuarentena indeterminada. Eso sí, estamos ante la primera capa del habitual armazón metacinematográfico de la narración andersoniana, pues aquí la historia no deja de ser un reflejo de la preparación y reproducción de una obra teatral bajo los focos de un programa televisivo, con Bryan Cranston de maestro de ceremonias (que se lleva el mejor chiste de la cinta, por cierto).
Sin embargo, esta vez parece que el director si encuentra la verdadera razón de ser de dicho subrayado del artificio, aun cuando su resultado se torna en deliciosa imperfección. Conjugando el blanco y negro con una nueva paleta de colores pastel, Anderson busca la esencia misma del macrocosmos imaginativo a través de su microcosmos particular. Haciendo gala de la comedia bien engrasada que lleva practicando con Roman Coppola en el guion desde hace décadas, pero relegando su hondura dramática a terrenos más existencialistas y absurdos.
Por el camino, un plantel de estrellas (para caerse de culo sino fuera porque desde Los Tenenbaums (2001) parece llevarse de maravilla con medio Hollywood) con sus más y sus menos, a merced de una vorágine autoral que imposibilita no reducir a muchos de sus intérpretes a meros cameos simpáticos, así como sus respectivas tramas a meras anécdotas. No obstante, halla en Jason Schwartzman, uno de sus grandes colaboradores, su mayor activo y ejemplar contrapeso, acabando por ser el innegable vehículo de Anderson para la reflexión más profunda y bonita que haya dado a luz sobre el global de su carrera para ambos.
Por tanto, se puede constatar que sí, Wes Anderson sigue estando loco de remate. Creedme, os lo dice alguien que lleva siendo feligrés de esta parroquia muchos años. Y parece que no aceptamos más fieles, pero no se equivoquen. El director sólo mira hacia su ombligo por el bien de todos aquellos que se dejan abrazar por una pantalla de cine.
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Lo mejor: El momento OVNI. De esos para incorporarse en la butaca y disfrutar inocentemente como el niño que llevamos dentro.
Lo peor: Demasiadas estrellas actorales para tan poco tiempo. La ambición se acaba tornando en «ligera» fanfarria
Nota: 8/10