No existe diana para las burlas más recurrente entre los criticones críticos cretácicos que el bueno de Adam Sandler. Muchas son las palabras desconsideradas que se le han dedicado a lo largo de los años. La mayoría de sus detractores enarbolan el argumento de que «es un actor flojo» (o directamente malo). Pues bien, hoy un servidor se ha levantado con ganas de hacer cosquillas en la planta de los pies a los puristas. Adam Sandler no solo no es un actor mediocre, sino que además es un grandísimo actor.
A menudo se suele confundir la calidad de las actuaciones de un intérprete con la calidad de las películas en las que ha trabajado. Si bien puedo entender que los filmes que cuentan habitualmente con Adam Sandler como cabeza de cartel no están destinados a triunfar en los Oscar, creo que los detractores del bueno de Richard (ese es su segundo nombre) son tremendamente injustos a la de valorar el trabajo del cómico. Hace ya tiempo que Sandler eligió dirigir su carrera hacia la comedia bobalicona Happy Madison Style, y todos estamos de acuerdo en que The Do-Over (Steven Brill, 2016) y Criminales en el mar (Kyle Newachek, 2019) no son precisamente dos peliculones. Pero no seamos puñeteros, a Sandler hay que reconocerle títulos perfectamente reivindicables (incluso dentro del campo de la comedia chorra) como 50 primeras citas (Peter Segal, 2004), Click (Frank Coraci, 2006), Juntos y revueltos (Frank Coraci, 2014), Un papá genial (Dennis Dugan, 1999) o incluso la divertidísima Pixels (Chris Columbus, 2015).
Hacer comedia es igual de respetable y loable que rodar dramas (y a menudo mucho más difícil y menos agradecido), y sin embargo el razonamiento marcado por el «esta película no estaba mal para ser una comedia» se impone injustamente no solo entre la crítica sino también entre el público. No está de más romper de vez en cuando una lanza a favor de los bufones, los comediantes y los payasos que tantas tardes nos han amenizado a todos frente a la pantalla. Porque está muy bien eso de sentarse con un vaso de whisky y un puro Montecristo a ver películas de Stanley Kubrick, pero de cuando en cuando conviene tomarse un respiro y tirarse en el sofá con un bowl de palomitas para ver cómo Adam Sandler hace chistes de culos y pedos.
Algunos, los más comprensivos, sí admiten que Adam Sandler es un actor decente y un buen cómico, pero sin embargo suelen acusarlo de ser un actor «mono-registro». Nada más lejos de la realidad. Aunque no recibiera toda la notoriedad que merecía, Adam Sandler se ha desempeñado magistralmente en el registro melodramático, y películas como la emocionante e infravalorada En algún lugar de la memoria (Mike Binder, 2007) así lo atestiguan. En esta cinta, que pasó relativamente desapercibida, Sandler interpreta a un hombre que pierde a toda su familia en los atentados del 11-S. Huelga decir que la cinta no tiene el más mínimo toque humorístico. Siempre he pensado que en este gran papel estaba el Oscar que a Adam Sandler debieron haberle dado, pero que por culpa de los prejuicios de la industria nunca llegó (ni siquiera fue nominado).
Dejémonos llevar. Aprendamos a apreciar más esas obras intrascendentales que nos hacen pasar ratos divertidos. Reconstruyamos de una forma más justa y sincera nuestra actitud hacia la comedia y los comediantes. No sé ustedes, pero al menos yo tengo clarísimo que, aunque sea contra viento y marea, siempre estaré del lado de Adam Richard Sandler y sus chascarrillos escatológicos. Todo el mundo necesita de vez en cuando un chiste sobre caca.
Postdata: nunca en mi vida he visto una película con un vaso de whisky en una mano y un puro Montecristo en la otra.