¿Asegura una conglomeración de estrellas el éxito en el mundo del cine? Si hablamos del aspecto económico, desde luego que sí (tan solo hay que ver, por ejemplo, las cifras de recaudación de las películas de Marvel siempre tan copadas de las caras más conocidas de Hollywood). Ahora bien, desde un punto de vista cualitativo, ahí ya es otra cosa.
Viene este debate a colación del tremendo revuelo está levantando en nuestro país el goteo de estrellas de la gran pantalla que se están sumando al elenco del próximo proyecto de Wes Anderson, que será rodado en la localidad madrileña de Chinchón a partir del próximo mes de septiembre.
Hablamos de nombres como el de Scarlett Johansson, Margot Robbie, Tom Hanks o clásicos del cine de Anderson como Tilda Swinton, Bill Murray o Jason Schwarztman. A la vista de esta ristra de nombres (mucho más extensa, y lo que quedará aún por saberse…) la película se prevé cuanto menos llamativa para el gran público.
¿Supone esto un problema a la hora de entrar a valorar el trabajo de Anderson? Este debate es claro y justo. No se ha estrenado en España todavía el último largometraje del extrovertido cineasta americano (The French Dispatch) y ya se está hablando de lo extremadamente ‘espectacular’ que será su próxima película, de la cual se desconoce título, argumento o siquiera si Chinchón lucirá en pantalla o la elección del lugar responde a un nuevo impulso arbitrario de Anderson.
Dar por sentado que algo es bueno o incluso tildarlo de obra maestra antes siquiera de poder ser accesible para cualquier espectador es un grave error en el que se cae de forma recurrente en los últimos años. El cine de Wes Anderson, en el que siempre se agolpan las caras más conocidas del cosmos cinematográfico yankee, siempre ha cargado a rastras con ese ‘sambenito’. Bendito, pensará el bueno de Wes, pero que al fin y al cabo hace realmente difícil una valoración objetiva en la que no entre en juego la expectación que se genera alrededor de todos y cada uno de sus proyectos.
A esto no ayuda la excentricidad de su obra. El amor que recibe Anderson por parte de crítica y público es proporcional a la cantidad de odio que engendra su trabajo. Hay quien no ve más allá de ‘los delirios enfermizos de un hombre obsesionado con la simetría’, y los hay también que ensalzan ‘esa constante manera de dar dinamismo a una cámara fija con un movimiento panorámico delirante’. Anderson levanta fobias y filias con cada uno de sus movimientos. Con él no hay término medio.
Tiene Wes el don de vender la piel de sus osos antes incluso de cambiar el cartucho de su escopeta para cazar, y por ahora parece haberle ido bien. Los peligros de generar una sobreexpectación antes de presionar el botón de REC de una cámara para dar inicio a un rodaje parecen no pesar del todo sobre los hombros del director tejano, aunque todavía le cueste lidiar con los grandes encuentros con la prensa en los eventos de promoción de sus obras. Al cazador parece no gustarle estar en el foco de atención, pero su hasta ahora más que notable colección de ‘reses’ hace que debamos perdonárselo, eso sí, sin alabar algo que todavía no tiene más que unos cimientos recubiertos en oro pero cuya estructura es totalmente desconocida.