La política es una disciplina difícil. Compleja. La política en televisión; una odisea, una tarea hercúlea. Y en la ficción española, una utopía. Pero entonces llegan series como Vamos Juan, y los nubarrones se dispersan. La política en las pantallas españolas no solo es posible, sino que es una aventura llena de recompensas.
La segunda temporada de esta serie de TNT ha conseguido superar dos grandes desafíos (y a la vez, hacerse con dos medallas): primero, volver a ser relevante en el panorama televisivo en nuestro país. Es decir, hacer que su magnífica primera temporada, Vota Juan, no quedase en una anecdótica escaramuza, en un recuerdo de culto que los cafeteros seriéfilos rescatasen en hilos de Twitter de recomendaciones para llenar horas muertas de domingos.
Y segundo: ha conseguido abrir esa ventana hacia una historia mayor y hacer imprescindible un nuevo capítulo en la historia de Juan Carrasco y en sus quijotadas políticas. Esta segunda temporada, cuya única crítica quizás será su propia brevedad – siete episodios dejan a uno sin saciar -, ha permitido sobrepasar ese punto de inflexión al que se someten las primeras temporadas en las series que experimentan (y padecen). Esto es; ser capaces de responder con un rotundo “SÍ” a la pregunta: “bueno, ¿seguimos o no?”. Sí y sí.
Porque en Vamos Juan parece que todo funciona. Toma las bases del planteamiento de su primera temporada para construir sobre ella, pero sin padecer de “secuelitis”: no solo repite lo que funcionó, sino que arriesga.
Y para pruebas, la evidencia casi científica de que el sexto episodio, “Estambul” – dirigido por cierto por el mismo Javier Cámara y disponible gratis aquí – es una delicia de principio a fin. No es fácil pausar el argumento en el episodio previo al final de temporada. Se trata de un movimiento quirúrgico que solo series del nivel de Breaking Bad se atrevían a realizar – sí, la maldita mosca, hay que aceptar ya que es una maravilla -. Un episodio que, con la deslumbrante Anna Castillo, mira a Lost in Traslation en sus mejores momentos, y sirve para tomar aliento en la trama y explorar, juguetear con sus personajes, como ya hiciera Los Soprano con las ensoñaciones de Tony en mitad de su coma. Demasiadas buenas referencias.
Diego San José, su creador y uno de sus guionistas, desprende una convicción refrescante para contar la (trágica) historia de Juan Carrasco, un personaje patético hasta el extremo, que mira directamente al abismo de lo absurdo sin caer en él, porque entonces, gracias a la soberbia interpretación de Javier Cámara, se gira para introducir momentos puramente dramáticos y penosos. Juan Carrasco vuelve a enfundarse el traje de un Michael Scott desesperado y ridículo – en el mejor de los sentidos -.
Porque además Juan Carraco no camina solo. En esta segunda temporada, sus escuderos – María Pujalte y Adam Jezierski – vuelven a estar fabulosos. Han crecido, han cambiado, pero siguen siendo ellos, en un equilibrio muy pensado. Mención aparte merece la incorporación (esperemos que vuelva) – de Jesús Vidal.
De nuevo, su mayor crítica: su brevedad. Vamos Juan consta de siete episodios (¡qué lejos quedan aquellas temporadas de 23 episodios de la era pre-Netflix!). Y siete fragmentos de esta historia no son suficientes. Porque la historia no tiene tiempo para asentarse. Lo sabemos; es comedia, es sátira, no es The Wire. Pero la comedia también sabe (y debe) profundizar. Estirar la trama solo es malo si quieres ser La Casa de Papel o The Walking Dead.
Al final, Vamos Juan vuelve a ser un soplo de aire fresco para nuestras pantallas, tanto en su forma – demuestra que el género político no debe dar miedo – como en su contenido – hay mucho que contar usando la política como pretexto -. Si Javier Cámara puede afeitarse para cambiar, las historias también.