Título original: Triangle of Sadness
Año: 2022
Duración: 149 min
País: Suecia
Dirección: Ruben Östlund
Guión: Ruben Östlund
Música: Abdullah Siddiqui
Fotografía: Fredrik Wenzel
Reparto: Harris Dickinson, Charlbi Dean, Zlatko Buric, Dolly De Leon, Woody Harrelson, Vicki Berlin, Henrik Dorsin, Sunnyi Melles, Jean-Christophe Folly, Iris Berben
Género: Comedia, drama, sátira
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Cinco años separan a las dos Palmas de oro que Ruben Östlund lleva ya bajo el brazo, galardones que muchos no dudarían en tachar de polémicos. Quizás sea porque el cineasta sueco parece cuestionar en sus películas a aquellos que al final del día deciden premiarle, casi como si el jurado de Cannes hubiera caído no una sino dos veces en una especie de masoquismo intelectual y, sobre todo, de orgullosa autoconsciencia. ¿Si me río de esta película significará que sé reírme de mí mismo? ¿Ser consciente de mi privilegio me salva de la culpa que este conlleva? El cinismo de clase acaba siendo la esencia del cine de Östlund, siempre al servicio de hacer plausibles esas líneas que delimitan lo que tiene que ser, no con el objetivo de invitar a su destrucción, sino con el de moldear el absurdo casi kafkiano de las estructuras sociales que a duras penas deambulamos.
En ese sentido, The Square y Triángulo de la tristeza funcionan como un continuista díptico sobre la verdadera fragilidad de aquellos que visten el privilegio. La comedia sigue brotando en el cine de Östlund de su habilidad al cuestionar el status quo, de poner sobre la mesa la posibilidad de que el sistema capitalista no sea más que un protocolo a gran escala, una inmensa cena de etiqueta, un simulacro de lo real donde lo real en sí mismo existe solo como performance y concepto.
Ese redundante «todos tenemos los mismos derechos y obligaciones dentro de este cuadrado» de The Square nos invitaba a pensar cuántos otros cuadrados conforman nuestro día a día. Los títulos de crédito de lo último del cineasta sueco dejan claro —mientras arrojan pintura sobre modelos semidesnudos— no sólo que seguimos dentro de The Square (siempre lo estamos), sino también que los cuerpos capitalistas deben ser objeto de análisis cultural. Triángulo de la tristeza disecciona los códigos de la clase alta como si de una estrícta coreografía teatral se tratara, inundando el escenario de elementos escatológicos con el único objetivo de comprobar cuánto tardan estos títeres en parecer ridículos.
Si Buñuel se pregunta en El fantasma de la libertad qué pasaría si cegáramos acompañados y comiéramos en soledad, Östlund se plantea cómo sería una comida de etiqueta en un barco al borde del naufragio (de la misma forma que ya se preguntó como sería una cena de gala acechada por un gorila salvaje). Lo que en Buñuel es figura retórica, hipótesis y ucronía, en Triángulo de la tristeza es vómito, mierda y H&M. El sueco adapta con gusto la crítica política a las necesidades de nuestros tiempos (por eso en ocasiones ni lo parece). En un panorama donde The White Lotus, El Menú (Mylod, 2022) y Glass Onion (Johnson, 2022) verifican el éxito de la sátira de clase alta entre el mainstream, la ganadora de Cannes supone un destilado radical del género en cuanto a intenciones: Empatizar con los millonarios no es una opción, prefiero que no te rías a que empatices.
Triángulo de la tristeza se estructura sobre una falsa pluralidad que permite al vehículo ideológico del cineasta transitar «con elegancia». Su gusto por el gag, su coralidad y su maleabilidad en cuanto al punto de vista permiten diseñar una comedia deshumanizada y distante empeñada en recordarnos que esta no es una película de personajes sino de personaje. El privilegio es el único protagonista y todos ellos interpretan el mismo papel (¿no sería acaso delirante una función donde todo el reparto interpretara a Hamlet?). Esta es una película sobre el privilegio, no sobre los privilegiados.
Dejándose llevar por su arrebatado impulso de señalar con el dedo la hipocresía de los que más tienen, Östlund termina, eso sí, descuidando más de lo debido la rígida y contundente forma que había estado cultivando en sus anteriores trabajos. Nos encontramos con una dirección más televisiva, menos consciente de que el gag debe tener también mucho de visual (la escena del ascensor lo confirma). La precisión de la banda sonora original de The Square se esfuma, y su estructura antológica y episódica (esa especie de aspirante a Roy Andersson adicto a Justice se tratara) se decanta más por lo lineal (un Náufrago musicalizado por Fred Again.), perdiendo por el camino parte de carisma e identidad autoral.
Lo que sí se queda sobre la mesa tras la tormenta es una comedia cínica, fría y paciente, desplegada desde la posición algo irritante del ciudadano conformista. Triángulo de la tristeza no quiere cambiar el mundo (sabe que no puede hacerlo), pero sí reírse de él. La cinta regala momentos memorables —batallas de citas entre capitalistas y comunistas, clichés corporativistas en el mundo de la moda, cenas con desnivel, placeres obreros como caprichos del patrón—, pero también muchos minutos con riesgo a caer en el saco de los sobrexplicativo (incluso un final más precipitado de la cuenta).
Östlund regala, en definitiva, un cuento sobre la ironía del privilegio (la de sus personajes) y, por supuesto, sobre lo privilegiado de la ironía (la de Östlund). Porque la cúspide de su cinismo recae en saber que si él no fuera como ellos, este ataque contra ellos no podría existir.
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Lo mejor: Un Ruben Östlund capaz incluso de descuidar la forma si eso significa poder abrazar el vómito (y la comedia)
Lo peor: Un Ruben Östlund capaz incluso de descuidar la forma si eso significa poder abrazar el vómito (y el privilegio)
Nota: 7/10