Averiguar quién eres y demostrar lo que vales… Ese es uno de los lemas principales de esta miniserie de Loot: todo el dinero. Pura reinvención personal y reorientación profesional, lección digna de los mejores vendehúmos del ‘coaching’.
Esta es una de esas parodias del mundo de los ricos que en algún momento tras un clic, intentan virar su rumbo en busca de una motivación personal distinta. Un argumento que va muy en la línea de comedias del estilo Una rubia muy legal, Arthur, el soltero de oro, etc. El resurgimiento de una nueva persona, comprometida con objetivos más vitales y humanos, más allá de amasar una fortuna o acumular bienes materiales de todo tipo.
La comediante televisiva Maya Rudolph (Idiocracy) interpreta a una mujer florero (Molly) en una especie de crisis de los 40, ¿de ella, de su marido, o de ambos? Despechada y traicionada por la infidelidad de su marido con una mujer mucho más joven. Adam Scott, el actor de Walter Mitty, y la más reciente serie de Severance. Él es un visionario de la tecnología, uno de esos nuevos empresarios de éxito que de la noche a la mañana se convierten en multimillonarios (‘billionaires’). Todo este tiempo la había mantenido económica y socialmente aislada en una burbuja de irrealidad. El universo paralelo en el que viven los ultrarricos que hacen y poseen lo que quieren cuando se les antoja. Así que hasta ese punto de inflexión, Molly no había salido de ese constructo de la zona de confort, ensimismada en su materialismo vital, sin apreciar nada más allá que el lujo más obsceno.
Para la protagonista la nueva situación es un aterrizaje violento y brusco, un gran golpe de realidad existencial y sentimental. «Los ricos también lloran», tal y como rezaba la farragosa telenovela ochentera con su título esclarecedor. Y no es que se convierta en una pobre desarrapada de un día para otro, es más bien lo contrario. El divorcio le supone disponer de una suma indecente de millones de dólares. Por consiguiente, ahora deberá tomar conciencia de cómo utilizarlos y cómo enfocar su nueva vida. Problemas del primer mundo sobre los dilemas que ocasiona el dinero.
Tratando de rellenar el hueco de su vacía vida (emocional), era y es tan rica que sólo tiene dinero, descubre la existencia de una fundación benéfica que lleva su nombre. Así que para entretenerse, como multimillonaria y ociosa recién divorciada, encuentra en la acción social una nueva motivación con la que reanimarse y ‘reilusionarse‘.
En el Estados Unidos ‘woke’: los hipersensibilizados y megaconcienciados, intensitos de lo social, consideran a todo multimillonario que no reinvierte en acción social como un malvado capitalista. Poco menos que un villano de James Bond. Al contrario que en España, que genera mucha suspicacia sobre los pocos impuestos que deben estar pagando y que disimulan lavando su imagen mediante donaciones generosas y fundaciones. Sea como fuere, muchos, alcanzado un nivel estratosférico de dinero desean pasar a la posteridad también como arquitectos sociales, benefactores y próceres de la Humanidad. Hay mucho de ego y vanidad en todo ello, no es que tengan remordimientos por ser tan inmensamente potentados. A otros les da por comprarse equipos de fútbol. O incluso en ir de lleno a por el sofisticado y distinguido mercado del arte.
Ante esa laguna de autorrealización, el dinero no lo es todo, se ve con la necesidad de hacer algo. Es su ‘nueva normalidad‘, que diría algún engañabobos. A pesar de que no es plenamente consciente de que más allá de coleccionar y acumular todo tipo de objetos materiales, no tiene ni oficio ni beneficio, sabe que algo falla. Hay una caricaturización muy clara de la cultura del lujo a todo gas, algo muy estadounidense (y cada vez más chino) de los ‘billionaires’. Ese 1% de milmillonarios de la población que se agobian y estresan por no aparecer entre las listas de los más ricos del planeta ni ostentar lo suficiente…
Más allá del yoga, el ‘coaching‘ y los libros de autoayuda, Molly poco a poco rehúye del lavado de imagen, del marketing social y se dedica de verdad a ayudar gracias a la comprometida directora de su Fundación. Sofía Salinas (Michaela Jaé Rodríguez) es como la estricta funcionaria de lo Ético y lo Moral que coprotagoniza la miniserie del gran Fondo de Petrodólares noruego. Una Greta Thunberg de las fundaciones, muy obcecada en su vocación social.
Queriendo inmiscuirse en el día a día de su Fundación es como Molly crece en lo personal y en lo profesional, ocasionando no pocos problemas ni confusiones. Como buena miniserie concienciada, hay plena diversidad en el reparto. Cumple con todo tipo de estereotipos sociales y cuotas entre los compañeros de la oficina.
Pero aparte de la cosmética social que aplica la serie, hay mucho de creación de equipo (‘teambuilding‘) en ese entorno laboral. Tal cual, Ted Lasso. Fluye mucha inteligencia emocional y se otorga mucha importancia a las relaciones humanas. Todos van confraternizando los unos con los otros, pese a sus diferencias psico-socio-étnico-económicas. Un paraíso utópico para los gestores de recursos humanos más idealistas.
El problema de gestionar una fundación y una imagen pública, es que la función filantrópica tiene que ser muy real y auténtica, de lo contrario se enfrentará a todo tipo de controversias públicas, morales y éticas. Acabaría por ser demasiado impostado y hasta contraproducente. Pero en eso se afana Salinas, en contrarrestar el punto frívolo e ingenuamente insensibilizado en lo social que genera la desconexión de la realidad de Molly.
Funciona como comedia sin muchas pretensiones para ridiculizar a esta clase social de megarricos. No es un humor desternillante sino más bien algo sobreactuada por lo chic y estirado. Pero ciertamente consigue mostrar la dualidad de realidades entre la protagonista y sus empleados. Además evoca claramente algunos casos reales famosos de actualidad.
No es el cine profundo de Ruben Östlund, no es una fina sátira social sobre las desigualdades sociales. Y es evidente que va muy enfocado a un entretenimiento más bien comercial y generalista. Sin embargo, es voluntariosa en acentuar esas diferencias y en promover un ambiente buenrrollista.
No obstante, a muchos les puede resultar algo simplona por cómo presenta a los personajes ricos. Quizá por ello, difumine un poco su mensaje humanista. Se puede concluir que como en todos los géneros y estilos narrativos, hay un público objetivo para ello. Y no cabe duda que se puede encontrar algo de diversión (y buenas reflexiones) al verla. Y si consigue inspirar a alguien en su búsqueda del yo y desarrollo personal, pues mejor que mejor.