Título original: Quand vient l’automne
Año: 2024
País: Francia
Dirección: François Ozon
Guión: François Ozon, Philippe Piazzo
Reparto: Hélène Vincent, Josiane Balasko, Ludivine Sagnier, Pierre Lottin, Garlan Erlos, Malik Zidi, Paul Beaurepaire, Sophie Guillemin, Vincent Colombe
Música: Evgueni Galperine, Sacha Galperine
Fotografía: Jérôme Alméras
Compañías: Foz, Mandarin & Compagnie, France 2 Cinema, Films Distribution, Canal+, CNC, Ciné+, OCS. Distribuidora: Diaphana Distribution, Caramel Films
Género: Drama. Intriga | Vejez / Madurez
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¿Qué nos impide, no ya amar al prójimo, sino a nuestros seres más queridos? ¿por qué nos cuesta expresar, poner en palabras, lo que nos pasa, manifestar un sentimiento, una emoción hacia un otro y, en su reemplazo, suponemos lo que aquel o aquella piensa? ¿es posible en esta época, donde la palabra esta subsumida por la imagen, tender un puente de comunicación con el otro? Para Lacan, la respuesta a esta última pregunta se inclina a ser un poco pesimista; podemos abrir un camino al diálogo, pero, según él, la comunicación, entendida en tanto un emisor y un receptor que envían y reciben un mensaje interpretado unívocamente, es imposible. Porque el otro es un enigma y su entendimiento también lo es. Y es que sí; no hay manera de saber lo que el otro piensa o cree, por más que nos lo exprese de la manera más clara posible o lo conozcamos de toda la vida. Siempre nos acercaremos a ese mensaje, lo bordearemos, pero jamás el código de éste será interpretado de la misma manera entre los interlocutores.

Sobre esta temática hace sus giros el último largometraje de François Ozon Cuando cae el otoño, (próximo a estrenarse en Argentina el 31 de julio) quien nos regala, un poco ya como marca propia y característica, una película con una historia simple y cotidiana en donde las miserias humanas, dentro de esa cotidianeidad, emergen a la luz.
Michelle, interpretada por Hélène Vincent, es una mujer jubilada que pasa sus días en un pueblo en las afueras de París, y se encuentra a la espera de la llegada de su hija, Valérie (Ludivine Sagnier), y de su nieto, para pasar, junto a éste, sus vacaciones escolares. La tranquilidad se interrumpe cuando, al preparar Michelle un almuerzo, su hija se intoxica gravemente con champiñones de esa comida preparada, llegando a estar al borde de la muerte. Luego de salvarse, Michelle le reprocha a su madre que ésta quiso matarla y decide volver a París, dejándola sola, sin siquiera la compañía de su nieto con quien planeaba sus vacaciones. A partir de aquí la trama se complejiza y el misterio toma las riendas de la historia. Sin embargo, el punto nodal de esta película sigue girando en torno a lo mismo: la comunicación o la imposibilidad de que esta se dé y la falta de palabra y, asimismo, del gesto.
Valérie reprocha a su madre constantemente cuestiones banales con un tono notablemente cruel e inhumano: “a tu edad, deberías hacer más ejercicio”, “dame más dinero”, “quiero quedarme con tal departamento cuando mueras”, “me das asco”, “me has querido matar”, etc. A estos dichos, profundamente insensibles, le siguen la pasividad de Michelle, que tampoco es capaz de hablar, de responderle de manera contundente a su hija. Está claro que coexisten sentimientos y sensaciones no dichas que emergen desde el pasado con rencor y odio por parte de Valérie y, desde la impotencia, desde Michelle.
La historia, se condensa aún más, involucrando a otros personajes y acercándose al género del thriller. Cabe, además, destacar el lugar que Ozon da a la cuestión del tiempo, no sólo desde el título (la estación del otoño podría remitir a una época puntual de la vida de una persona, al acercamiento a una edad más madura, tal vez, ¿el otoño de la vida o de las relaciones?) sino desde la protagonista Michelle y cómo, a pesar de su edad (que para cierta sociedad actual representa un descarte) y de las difíciles circunstancias de la vida que debe atravesar, se encuentra plena de deseo de vivir.

De todas formas, volvemos a centrar la atención en la cuestión que gira en torno a esa trunca relación entre madre e hija y la cosa familiar. ¿Qué pasa cuando no se puede hablar? No nos referimos ya a comunicarse porque, hemos dicho que eso es imposible, al menos, desde el psicoanálisis. Pero hablar. Bueno, cuando esto no ocurre, cuando hablar no se puede, aparecen la bronca, el odio, los fantasmas y se sustituye el habla por las meras suposiciones. Y si no existe un límite a esas presunciones o conjeturas mediante la palabra, las relaciones se conforman como un cúmulo de sinsentidos, o sentidos cruzados, de malentendidos sin fin. Y el tiempo corre, la vida pasa, y, así, el hablar con el otro nunca llega a tomar cuerpo.
En su tratado sobre cine La imagen-movimiento, Gilles Deleuze destaca el papel de la cámara en tanto cámara-conciencia que conforma el lugar de la enunciación y actualiza, mediante recursos estéticos, lo que se quiere decir. Podrá notarse que en Cuando cae el otoño el ojo de la cámara de Ozon, nos intenta mostrar la importancia de acercarnos a nuestros seres más queridos en los momentos necesarios para atravesar, acompañados, las etapas de claridad y oscuridad de la vida, enlazados siempre al calor de la palabra.