Si alguna vez os topáis con el listillo de turno que menosprecia el anime (así como los productos creados a través de la animación de imágenes) y os intenta convencer de que tienen un factor de inmadurez inherente, enseñadle cualquier obra de Satoshi Kon. Quizás no le guste o ni siquiera cambie de opinión, pero al menos las siguientes diez horas las pasará traumatizado. Y si no se perturba, al ser un intelectual de postín, se devanará los sesos para encontrar significados. En cualquier caso, le estará bien empleado.
A pesar de ser su primer largometraje, Perfect Blue (1997) es su obra más madura y brillante, con permiso de Paprika (2006). Aquí consigue una mezcla difícil de encontrar: desarrollar un concepto muy sencillo (la búsqueda de uno mismo) y, a la vez, aderezar la historia con una gran complejidad discursiva. Precisamente, este es un producto recordado por su inteligibilidad. Sin embargo, no hay nada complicado que entender en el mensaje de Kon. La dificultad llega a la hora de encajar las elipsis y la narración fragmentada de la misma.
La trama no es compleja, que digamos. Mima Kirigoe es una cantante “idol” (estrella del pop) japonesa muy famosa en su país que, en un momento dado, cambia el rumbo de su vida profesional, para así dedicarse a ser actriz, abandonando su faceta más adolescente e inocente. Sin embargo, para seguir la senda del éxito en la interpretación, deberá actuar en algunas escenas de carácter sexual e indecente, lo que le llevará a una crisis existencial, en la cual no logra discernir si tomó una decisión correcta y si llegará a poder cambiar su manera de verse a sí misma. Para más inri, se siente observada y acosada por algunos de sus acérrimos seguidores, que no consienten el desvío en el rumbo de la ‘nueva’ Mima.
El sentido del filme es claro: debe aceptarse a sí misma y dejar de pensar en el qué dirán los demás como fuente de aprobación. Lo interesante, sin embargo, llega por la parte visual de Perfect Blue. Kon utiliza toda la simbología que se le ocurre (los constantes reflejos, una pecera, su habitación, el transporte público) para mostrarnos la evolución traumática y forzosa que está sufriendo la protagonista. Además, el montaje, a priori inefable, va guiando al espectador a través del estado de ánimo de Mima, generando las situaciones mentales que está atravesando sin llegar nunca a expresar con una sola línea de diálogo sus emociones. Aquí es donde cae mucha audiencia, que intenta entender algo que no está realizado para ser lógico, sino para constatar la psique perturbada y depresiva de la protagonista. Son esas imágenes las que hacen parecer compleja a esta película.
Es innegable que, de manera superficial, Perfect Blue trata de hacer un alegato en contra del fanatismo japonés hacia las celebridades y sus consecuencias. No obstante, esta reflexión es la capa más exterior del conjunto. La verdadera intención de Kon es alertar de los peligros de este tipo de comportamientos en un plano más mental, acercándose más a David Lynch que a un Christopher Nolan. Quiere reflejar la enfermiza relación entre el fan que acaba alienado y la estrella que debe cargar con una mochila de presión que no ha pedido. Una mochila, que en muchas ocasiones, no deja avanzar ni madurar, como le ocurre a la perturbada mánager de Mima, que no ha conseguido aceptar su fracaso y salir adelante.
Otro gran punto a favor de Perfect Blue es la técnica y estilo de animación, inmejorable y totalmente adecuado con el tono de la cinta. Tiene un toque intencionadamente rudo y desasosegante, con carencias faciales. Inexpresivas. Delirantes. En esas, consigue planos realmente memorables y que directores como Darren Arofnosky (Cisne Negro (2010) es una reinterpretación clarísima de esta película) han querido plasmar en homenaje a la obra de Satoshi Kon.
Desde luego, este director no inventa nada. En realidad, nadie lo hace. Pero imprime un carácter visual único y especial digno de grandes directores, demostrando una capacidad de dirección y planificación (en animación, la espontaneidad y azar no tienen cabida) envidiada y admirada por aquellos que han analizado sus obras. Lo cierto es que Perfect Blue no está nada mal como ópera prima. O al menos, eso me ha dicho que diga un tipo extrañamente similar a mí en el espejo del baño. No creo que sea preocupante.