Ricky Gervais es el nombre que todo comediante tiene grabado con fuego en su cerebro. Su foto aparece colgada en las paredes del camerino de cada humorista que se precie. Sus monólogos son aprendidos y sus muecas, copiadas. Ricky Gervais es ese hombre, que puede ser odiado o amado, pero que cualquiera que viva y sobreviva de las risas ajenas debe admirar. Nadie le ha nombrado, ni votado, pero él es ya rey.
Es inglés. Muy inglés. Como su acento, pero sobre todo, como su humor. Sus primeros pasos sobre escenarios no fueron para hacer reír, sino para cantar. Eran los ochenta, y tal vez por entonces había más competencia en la industria musical que en la comedia, porque pronto su carrera fue virando de las partituras a las risas, aunque nunca dejó de lado por completo su sueño musical. Aún hoy, con sus Emmys, sus Globos de Oro, sus TCA’s y demás laureadas siglas, Ricky Gervais no duda en emplear su talento y su voz para introducir música en su trabajo. Una mezcla explosiva.
Porque su voz es inconfundible; aguda e irritante, sarcástica hasta en el respirar. Como su risa, contagiosa y traviesa, que ya forma parte de él y sus personajes. Aunque él no solo actúa. Gervais dirige y escribe, y lo ha hecho con algunas de las producciones más relevantes e influyentes de la televisión moderna.
De su maravillosa y británica cabeza surgió The Office, cuando la BBC le echó el ojo a un corto de siete minutos realizado en 1999 por Gervais y su compañero de aventuras Stephen Merchant. Le pusieron al frente de un proyecto que habría de cambiar la concepción de comedia para siempre. Él sería David Brent, un excéntrico y majadero jefe de una pequeña y dolorosamente aburrida empresa papelera en el Reino Unido. Con un total de doce episodios, The Office dejó una huella ya imborrable. ¿La clave? La naturalidad. Grabado a modo de falso documental (un género desastroso hoy día), The Office logró que el espectador fuera intruso y a la vez se sintiera parte de las vidas de aquellos trabajadores.
El legado de The Office fue enorme, y el prestigio de Gervais quedó encumbrado a más no poder. Un par de años después el propio Gervais participaría en el famoso remake estadounidense de la misma serie, donde sería productor y se le dejó escribir algunos de sus capítulos. Incluso llegó a tener un par de bien jugados cameos. Pero Gervais quería dejar por el momento las paredes de oficina. Como con Louis C.K y Larry David, él y sólo él, era el dueño del humor, y sería él quién decidiese cómo llevar a cabo sus proyectos.
Y al igual que ellos, su estilo era único y exigente para un público poco acostumbrado a una comedia que fuera más allá de las constricciones de la sitcom convencional. «Estoy haciendo exactamente lo que quiero, y si no les gusta, no me importa. Que no vengan a verme más. No quiero ser juzgado», llegó a decir Gervais en una ocasión. Una frase que resume a la perfección su modo de entender la comedia.
Así nació Extras. Sacando jugo a un Ricky Gervais enaltecido, la BBC le dejó escribir, dirigir y protagonizar una original comedia – absurda, ácida y sutil – en la que daría vida a un actor fracasado, orgulloso y cínico que se gana la vida haciendo de extra en grandes producciones. Curioso es que la idea estuviera inspirada por Curb your Enthusiasm, de Larry David, demostrando la admiración mutua que estos dos genios, estos dos mosqueteros del humor, se tienen.
En Extras, Gervais compartiría de nuevo trabajo con su fiel Stephen Merchant, y la HBO metió mano en el proyecto para darle más empuje. Fueron dos temporadas, y aunque contó con estrellas como Ben Stiller, Samuel L. Jackson o Kate Winslet, su éxito fue más que cuestionable.
Pero es Ricky Gervais. No importan los disparatados proyectos en los que se embarque; su nombre ya está grabado en oro. Cómico de referencia, héroe de las risas, Gervais ha sido llamado a aparecer en las ya mencionadas en otras entregas como Louie o Curb your Enthusiasm. Es profundamente admirado por Louis C.K y Larry David. Entre los tres, sin quererlo, han transformado la comedia en televisión, manteniendo un estilo propio, extraño, cruel, refrescante, ácido y rompedor.
Y es que Gervais, desde su trono, uno que nunca pidió, ha creado escuela. No fue el primero en llegar, pero sin duda ha sido el más influyente. Decíamos que su risa es tan peculiar como contagiosa. Por suerte, su humor también.