Licorice Pizza

‘Licorice Pizza’, una historia embriagada de amor

Título original: Licorice Pizza

Año: 2021

País: Estados Unidos

Dirección: Paul Thomas Anderson

Guion: Paul Thomas Anderson

Fotografía: Michael Bauman y Paul Thomas Anderson

Reparto: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Tom Waits, Bradley Cooper, Ben Safdie, Maya Rudolph, Skyler Gisondo, Mary Elizabeth Ellis, Nate Mann, George DiCaprio, John Michael Higgins, Danielle Haim, Este Haim, Harriet Sansom Harris

Productora: Ghoulardi Film Company, Bron Studios, Focus Features

Género: Comedia, Drama, Romance

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Me debo a la responsabilidad para con usted, querido lector, de informarle debidamente de las incipientes ganas que habitaban cada centímetro de mi mente y cuerpo este último mes por ver Licorice Pizza, la nueva película del inigualable Paul Thomas Anderson. Esto no significa nada más allá de que todo lo que vaya a leer a continuación estará terriblemente afectado por la opinión entusiasta y devota ya no sólo de la cinta en cuestión, sino también del director de obras maestras como Magnolia (1999) o Pozos de ambición (2007).

Pero antes de entrar en materia, asimismo me veo en otra ficticia necesidad de aclararle al que lee estas palabras que la obra/filmografía de Anderson posee una particularidad (propia a su vez únicamente de los más grandes cineastas) que he ido aprendiendo poco a poco viendo cada uno de sus filmes: todos ellos, obviando su primer impacto emocional e intelectual en el espectador con mayor o menor efectividad, ganan muchísimo con el reposo, con el recuerdo de aquello que estaba ahí pero no se supo ver y/o comprender al principio. Porque, ante todo, el director de la también estupenda y tragicómica Embriagado de amor (2002) (hermana espiritual de la película que nos ocupa en esta crítica que aún empieza) es un maestro de la sutileza. Tanto en sus adhesiones cinéfilas a la hora de rastrear su formación como director y guionista (y, si me apuran, como director de fotografía), así como en su tratamiento ambiguo y complejo de las diferentes temáticas que sobrevuelan sus particulares historias.

LICORICE PIZZA
Cooper Hoffman y Alana Haim en ‘Licorice Pizza’ (Foto: Universal)

Historias, por otro lado, que no tienen nada que ver con la de Licorice Pizza (salvo la ya mencionada cinta protagonizada por Adam Sandler). En esta, el director californiano adopta un tono más ligero, simpático y jovial del habitual trasladándonos al verano de 1973 en el Valle de San Fernando, lugar que vio crecer al bueno de Paul. En ese ‘aquí y ahora’ se desarrolla una de las historias más preciosas, improbables y a la vez realistas y humanas, de primeros amores. La de Gary Valentine y Alana Kane. Dos personas separadas por un simple número (ella tiene 25 años y él 15). Sin embargo, estarán todo el metraje aprendiendo lo que significa perder la inocencia y madurar en un coming of age de manual, pero excelentemente ejecutado; corriendo a todas partes cuales chavales jóvenes y vivaces que son a través de la textura de ese celuloide con el que está grabada el filme, que imprime un acabado visual orgásmico que tienen todas sus obras; y experimentando ese pack completo de lo que llamamos amor aplicado a ese ser humano que es puro nervio de juventud (celos, desencuentros, cambios bruscos de ánimo, etc.). Y, casi todo ello, lo experimentan juntos.

Gary es el debutante Cooper Hoffman, hijo del ya fallecido e inconmensurable actor Philip Seymour Hoffman (uno de los máximos colaboradores de su gran amigo Paul Thomas Anderson), que desprende, como mínimo, ese irresistible carisma que ya poseía su padre, a parte de un descaro sorprendente que sabe incorporar con frescura a ese actor infantil/joven emprendedor que interpreta en la película. Por la otra parte, Alana es Alana Haim. También debutante en esto de la actuación, pero no en lo de la música, como prueba la existencia del grupo formado junto a sus dos hermanas (que salen también en la película junto con sus padres interpretando a la familia de Alana) llamado Haim. La cantante y guitarrista ofrece sin duda una de las interpretaciones del año (del pasado y también de este) con su cuasi treintañera judía, apática a la par que irónica con la vida, su futuro personal y profesional y con ese muchacho impertinentemente entusiasta que la deja fascinada. Porque desde que se conocen al principio de la película (con uno de tantos planos secuencia estilizados que ya son marca de la casa) hasta el final de la misma, la historia es de ellos. Juntos o por separado. Pero de ellos, al fin y al cabo.

Licorice Pizza
Fotograma de ‘Licorice Pizza’ con Bradley Cooper a la izquierda (Foto: Universal)

No obstante, sería descortés no mentar las bifurcaciones que está a punto de tomar la cinta y que no se permite coger para centrarse en lo que de verdad importa. Esos desvíos y salidas de la autopista que conducen a esos secundarios de renombre. Les hablo de un admirable y exagerado Bradley Cooper. De un “agradable de ver y poco más” Sean Penn. De un Tom Waits crespuscular acertadísimo. De un Benny Sadfie cuyo final de subtrama es el más revelador y emotivo. De cameos simpáticos como el de Maya Rudolph o George DiCaprio (sí, el padre de Leonardo DiCaprio). De gratas sorpresas como el de encontrarme a Skyler Gisondo o a John Michael Higgins, cuyo gag con sus esposas asiáticas es desternillante.

Y en resumen, son complementos (mejores o peores) empleados para el empuje de nuestros tortolitos en su particular búsqueda del amor. Una búsqueda que fluye a través de unas violentas elipsis dónde la película nos sitúa temporal y espacialmente en ese término medio entre lo extraordinario y lo vulgar que es la vida adolescente. Acrecentado a su vez por una fotografía tremendamente luminosa, a cuatro manos entre Anderson y Michael Bauman, que nos ciega como ese optimismo que inunda a los protagonistas. Como esa nostalgia en su justa medida que poseen nuestros mejores recuerdos. Como ese sol abrasador de verano. Como la mayoría de ese cine que todavía no he tenido el placer de ver pero que se intuye que homenajea (sutilmente, claro), llevándolo a su único y variado terreno sin perder la esencia posmodernista. Como ese cineasta que saca una nueva película y hace feliz durante 2 horas a personas como yo. Gracias Paul.

Lo mejor: Cualesquiera de sus elementos técnicos y artísticos que hacen de esta historia una rara ensoñación dónde a uno le apetece permanecer eternamente.

Lo peor: La escasa BSO de Jonny Greenwood en detrimento de una fantástica pero acaparadora playlist setentera.

Nota: 10/10

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