Katniss Everdeen se ha convertido en la heroína del momento, la representación de que las mujeres también pueden llevar la voz cantante, que ya no son solo las amigas que ayudan al héroe de la cicatriz. Katniss Everdeen es el sinsajo, pero, desgraciadamente, este sinsajo no tiene alas propias.
[Este artículo contiene Spoilers de la última película. Si no la has visto, lee solo bajo tu responsabilidad]
“De ahí, tal vez, esa naturaleza tan peculiar de las mujeres en la literatura; los sorprendentes extremos de belleza o fealdad; la alternancia entre una bondad celestial o una depravación diabólica”. Esto nos decía la irreverente Virginia Woolf allá por 1929 en uno de los ensayos feministas más importantes del siglo XX, Una habitación propia. Me gustaría saber qué escribiría la Woolf sobre los personajes femeninos de nuestra época. Yo creo que la pobre Virginia volvería a meterse las piedras en el bolsillo y se lanzaría al río más cercano.
Si Virginia Woolf fuera hoy al cine, quizá se sintiera atraída por un cartel en el que una joven vestida de rojo y con cara desafiante reina en solitario en un cartel inmaculado. Tras dos horas de película saldría de la sala dispuesta a arremeter contra aquel que se hubiera atrevido a engañarla de tal forma. Nos diría que los autores de antes eran unos machistas sustentadores de una sociedad patriarcal que solo presentaban a la mujer como un objeto con una función muy concreta en la trama y que solía encarnar un arquetipo, pero que, por lo menos, no lo escondían: no creían en la igualdad de género. Sin embargo, en el siglo XXI les dicen a los lectores y espectadores que las mujeres son iguales, que son independientes, pero les mienten, les engañan: las mujeres de esta ficción son arquetipos con una función muy específica. Effie es tonta y superficial, pero es buena; Prim es la bondad personificada, un punto de contraste con la perfidia imperante; Johanna es una chica dura, pero leal; la madre, la madre es una ama de casa que podría haber sido médico, pero que no, que se quedó como ama de casa. Y Katniss no se escapa de esta trama dominada por los personajes masculinos, no. Ella no es arquetípica, pero sus acciones responden exclusivamente a los impulsos creados por personajes masculinos. Y, si no, pensad en el final de la trilogía. Ni siquiera en ese momento Katniss es libre de los hilos del patriarcado.
Es finalmente el malvado, el venenoso presidente Snow el que decide, no os engañéis. Katniss hace lo que hace porque este personaje masculino, ya en las últimas, la aboca a acabar con la presidenta Coin. Vale, esa mujer no parece trigo demasiado limpio. De hecho, puede que sea la culpable del destino funesto de Prim Everdeen; desde luego eso es lo que le da a entender el sádico dictador. «Pero Katniss ha meditado por sí misma, ha decidido que eso es lo mejor que puede hacer», me diréis. Que sí, que Katniss sabe pensar, ¡solo faltaba! Pero os voy a plantear otra situación, imaginaos que en vez de tener la conversación con Snow la hubiese tenido con su madre. Bueno, ese ejemplo no me vale, porque Katniss no tiene para nada a su madre en consideración; llega, incluso, a tratarla mal. Un mensaje «superpositivo» para los jóvenes. Volvamos al ejemplo. Pensemos que la protagonista se encuentra con Johanna Mason y que esta le dice lo mismo que Snow. ¿Le hubiera hecho caso? Os doy una pista: ¡por supuesto que no! Y así a lo largo de las tres entregas. Katniss solo tiene en consideración a los personajes masculinos. Si alguna vez hace caso a Effie Trinket es porque Haymitch, un personaje masculino, es el verdadero emisor del mensaje; si alguna vez hace caso a Johanna es porque ésta sigue las directrices de Finnick, un hombre. Y así, podríamos seguir encontrando situaciones en las que detrás de la acción se encuentra la mano de un personaje masculino.
No estoy diciendo con esto que Katniss Everdeen no sea un personaje femenino de novela (o película juvenil) diferente, diferente para mejor. No es la típica niñata pusilánime dependiente del chico malo con traumas infantiles y un lado tierno que solo muestra con ella, su debilidad. Permitidme un alto, necesito aguantarme mis ganas de vomitar. No, en serio, ¿qué clase de relaciones enfermas les venden a las jóvenes? No voy a meterme más en el tema porque si no, arderá Troya. La cosa es que Katniss no es así. Desde luego no es pusilánime y, aunque su personaje viva en una sociedad fuertemente patriarcal es una joven fuerte, decidida y con una voluntad «semipropia». Por lo menos, los que leímos las novelas sabemos que su mente es un torbellino de pensamientos. Vamos, que la chica no tiene el cerebro hueco; y, además, no lo usa solo para pensar en chicos y, si piensa en ellos, no lo hace idealizándolos. De hecho, la pobre, como cualquier adolescente, tiene un cacao mental importante. Y lo mejor de todo es que el chico malo se queda compuesto y sin novia. Por fin, por fin una protagonista no se queda con el chico malo. Salgamos a celebrar.
Ya hemos avanzado un paso, pero no olvidemos a la sociedad dominada por el sexo masculino que todavía nos vende Los juegos del hambre. Tengamos a Katniss Everdeen como un símbolo de avance, la abanderada de las nuevas mujeres que deben seguir luchando para deshacerse de la descarada desigualdad de género imperante.
P.D.: Esto no es ficción, es la cruda realidad
No podía acabar este artículo sin protestar por la nefasta situación de la mujer en la industria del cine. Y es que, fuera de la ficción la desigualdad de género es también una lacra. Jennifer Lawrence cobró menos que sus compañeros masculinos de reparto en las cuatro partes en que se ha dividido la saga de Los juegos del hambre. Sí, la protagonista absoluta, el sinsajo, la imagen de la millonaria franquicia, ganó menos dinero por el simple hecho de ser mujer. Ya lo denunció Patricia Arquette en su discurso de los Oscars 2015 y sus palabras hoy todavía resuenan entre los muros roñosos y patriarcarles de Hollywood: «It’s our time to have wage equality once and for all. It’s time to have equal rights for women».