El director oscense Carlos Saura, ha estrenado su última película en Zaragoza
Las nueve y media de la mañana y el tranvía en Zaragoza va a tope. Hora punta, dicen. Llego hasta los Cines Palafox donde se va a llevar a cabo el pase de prensa a las diez de la mañana. Una vez dentro, pregunto por la sala y una encantadora mujer me indica que tengo que ir al fondo a la izquierda. Entro y lo primero que veo es una sala de cine vacía con una pantalla naranja enorme en la que puedo leer el nombre del filme en negro y grande, muy grande; acompañando al título una sombra de una bailarina, parece flamenca. Esto hace que me pregunte sobre qué voy a ver exactamente, qué nos va a ofrecer el cineasta aragonés esta vez…
Comienza la película y, poco a poco, ya entiendo el porqué de su nombre: hasta 25 escenas distintas referentes a la jota se pueden vislumbrar. No hay cachirulos ni alpargatas ni trajes folclóricos, como pensaba que me tocaría ver. No obstante, sí que contemplo trajes inspirados en Goya, vestidos con un toque flamenco y personas con ropa normal, de calle. En concreto, una escena de carácter popular, en la que la gente baila jota como si se tratase del “Paquito, el chocolatero”, en las fiestas de cualquier pueblo de Aragón y de España.
Prosigue el film, así como mi curiosidad. Percibo muchas escenas de joteros, tanto bailadas como cantadas, de las que, confieso, acabo un poco cansada. No soy muy devota de la jota, a pesar de ser aragonesa. Sin embargo, mi curiosidad se reaviva en el momento que se lleva a cabo el primero de los cuatro homenajes que el cineasta rinde a amigos, artistas españoles, ya fallecidos, de gran renombre. ¿El primero de todos? Una mujer, la gran Imperio Argentina. Una forma de cantar de la que Saura afirma que “ya no quedan”. El rostro de la coplista en blanco y negro evoca un pasado muy lejano.
De nuevo, me absorto cuando veo la jota flamenca. Todavía me emociono de pensarla. Jota aragonesa fusionada con flamenco andaluz, ¡qué combinación! Miguel Ángel Berna aporta el “acentico maño” a esta pieza y Sara Baras su sangre caliente y el ritmo de sus pies. Sigo diciendo que es lo mejor de este largometraje.
Esta aventura fílmica continúa con el tributo que realiza Saura a José Antonio Labordeta, del que luego designará como Aragón; “José Antonio Labordeta es Aragón”. Palabras contundentes, pero ciertas. El “Rosa, Rosae” de Labordeta, el único tema que se escucha y no es una jota, relata la infancia y educación de los niños de la postguerra, niños como Saura y Labordeta.
Cañizares, Miguel Ángel Berna, Carlos Saura, Alberto Artigas y Manuela Adamo
Otro gran momento: la delicia de oír tocar al Maestro Cañizares la guitarra. Esas uñas largas producen un punteo maravilloso. Sin olvidarnos de la jota gallega, en la que Carlos Núñez, célebre gaitero, y su equipo demuestran que este estilo musical puede saber a Albariño y pulpo. Además de la jota Sarate, donde el gran violinista, Ara Malikian, nos embruja.
Salgo encantada del pase rumbo a la rueda de prensa. Ahí, aguardo ansiosa a Carlos Saura, todo un referente en cuanto al cine. Un hombre de 84 años del que me esperaba madurez y ancianidad, pero del que sólo puedo destacar juventud y vitalidad. Aparece con una cámara antigua en su cuello con la que, a los propios periodistas, nos saca fotos durante la rueda. Su personalidad denota desinhibición: a la vejez, viruelas.
Junto a él lo acompañan otras personas que han participado activamente en su “Jota”: Alberto Artigas, compositor y que, por ende, se ha encargado de la música en este largometraje, Miguel Ángel Berna, el coreógrafo, Leslie Calvo y Gabriel Arias-Salgado, productores, Juan Manuel Cañizares, guitarrista, Manuela Adamo, diseñadora del vestuario y bailarina; así como Pepe Quílez de Aragón TV, Cristina Palacín, diputada en las Cortes aragonesas y, por último, Mayte Pérez, Consejera de Educación en Aragón.
Todos ellos coinciden en algo: reivindicar la jota, que traspase fronteras y que acabe siendo Patrimonio Mundial de la Unesco, al igual que el flamenco. Es decir, que mediante la luz de la fotografía, la puesta en escena, los planos y el ritmo de Jota de Saura, ésta se convierta en “una carta de presentación” al mundo. Del mismo modo, el director aragonés subraya la falta de interés, por parte de los políticos, en incentivar la cultura. Un zas por el que más de algún presente en la sala, se tiene que dar por aludido.
Una película que incentiva esta danza, minimizada durante el franquismo, de la que Saura extrae su complejidad y belleza, este “voyeur” (como se autodefine) que lleva innovando casi 60 años.