El polvo se levanta tímidamente bajo las botas raídas de un espigado vaquero moderno de gorra roja y traje añejo. Una guitarra llora los primeros acordes de una melancólica partitura de Ry Cooder. La cámara encara al deshidratado y magro peregrino al tiempo que este pierde su mirada en el borroso horizonte de un desierto de Texas. Tan pronto como nuestro desorientado protagonista reanuda su incierta y sollozante caminata, se nos permite recrearnos en sus caídos y derrotados hombros, que se mueven rítmicamente tras cada paso mientras un hombre misterioso y débil se aleja en dirección al azar.
Esto es, ni más ni menos, que la apertura de París, Texas (Wim Wenders, 1989), una de las más tristes y delicadas películas jamás filmadas. Y aquel cowboy desamparado no era otro que Harry Dean Stanton, al que hoy escribo este réquiem tardío.
Escudando su sombría mirada tras una impecable y blanca sonrisa, este secundario silencioso se deslizó grácilmente por más de doscientos sets de grabación. Y es que, Harry Dean Stanton en sus más de cincuenta años en activo, ha estado en millones de hogares sin que la mayoría de inquilinos se percatara siquiera, pues entre sus muchísimos trabajos podemos encontrar notorias cintas como Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), Pat Garret y Billy El Niño (Sam Pekinpah, 1973), 1997: Rescate en Nueva York (John Carpenter, 1981), La milla verde (Frank Darabont, 1999) o la serie de televisión Twin Peaks.
Sus andares temblorosos pero firmes eran un fiel reflejo de que aquel vaquero, que a diferencia del resto de vaqueros no tenía miedo a llorar con la tez al descubierto, sabía exactamente a qué sitio se dirigía en todo momento, aunque a nosotros (pobres mortales) no nos lo pareciera.
Entre escena y escena nuestro amigo sacaba su armónica y a golpe de sollozos musicales captaba numerosas atenciones al grito de sus tristes boleros. Oír a Harry Dean Stanton entonar cuidadamente la letra de canción mixteca (en un español casi perfecto) es uno de los mejores ejercicios que se pueden realizar en esta vida para comprobar la permeabilidad de los ojos.
Se despidió del cine por todo lo alto con la profunda y cariñosa Lucky (John Carroll Lynch, 2017), una película concebida exclusivamente para el lucimiento de esta pequeña pero constante estrella que a sus noventa años ya figuraba en la lista de héroes de culto de toda una generación de amantes del sutil arte del folk cinematográfico. Entonando la bonita canción volver, volver en compañía de un servil grupo de mariachis, Harry Dean Stanton le ponía fin a una larga vida de peregrinaje lento pero incansable.
El viejo vaquero, exigiéndole a nuestros ojos una nueva hornada de lágrimas, nos dejó como vivió; entre guitarras y con una blanca sonrisa.
https://youtu.be/u33IStD7X6A