Una mirada a la corrupción política a través de películas españolas sobre el tema, tendencia en el cine nacional de los últimos años. Se trata de una temática en auge, y de manera justificada.
No en vano la corrupción es la externalidad negativa por excelencia junto con el daño medioambiental, dado el enorme coste social y económico que genera en nuestra sociedad del bienestar.
En las últimas décadas la corrupción política y sus efectos se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los ciudadanos españoles junto con el desempleo, según los estudios socioeconómicos oficiales.
Por ese motivo, esta temática ha sido prolífica en los últimos años y ha pasado a engrosar la oferta de producción cinematográfica española convirtiéndose en un subgénero más.
Una oferta que por suerte ha dejado de estar tan enfocada en otras temáticas como la guerracivilista, las comedias de baja calidad y de muy dudoso gusto, o de la liberación sexual. Unas temáticas más que explotadas desde los 1990 hasta la actualidad, y que empezaban a encasillar en demasía a nuestro cine y generar controversias y rechazos.
Y es que afortunadamente se han hecho buenas producciones sobre los problemas de la corrupción. En buena parte basados en hechos reales aunque en algunas de estas películas se haya ficcionado nombres y cargos políticos. Sin duda para evitar demandas por injurias, difamaciones y demás parafernalia jurídica ya que algunos de esos casos son de rabiosa actualidad y su proceso judicial es todavía reciente.
Sea como fuere, el público puede contar con la posibilidad de reflexionar e informarse de manera entretenida mediante este género sobre algunos de los casos más relevantes gracias al enfoque crítico y de denuncia de este tipo de cine.
No hay que obviar que el coste de la corrupción se cifra en varias decenas de miles de millones de euros anuales, según algunas aproximaciones entre un 6% y un 8% del PIB, ahí es nada…
Una de las premisas básicas de la economía es comprender que los recursos son limitados, y por tanto las limitaciones presupuestarias con las que ha de dirigirse un Estado se ven afectadas por esa falta de recursos, y su imposibilidad de destinarlos a menesteres mucho más nobles y necesarios por culpa de la malversación y latrocinio de los políticos. Por ejemplo, recursos ingentes que pudieran destinarse a educación o a sanidad en momentos tan acuciantes como los que vivimos de la pandemia del coronavirus.
El enriquecimiento ilícito o el dispendio de cargos públicos en favor de sus redes clientelares y sus prácticas de nepotismo, priva de recursos a partidas presupuestarias relevantes perjudicando nuestro sistema de bienestar. Ese es el concepto principal de una externalidad negativa, cómo los desmanes de nuestros políticos impiden que contemos con los recursos que deberíamos tener o que hagamos un uso apropiado de ellos.
El espejo donde empezar a mirarse
Aunque las redes clientelares y el nepotismo en las altas esferas es una de las cosas más antiguas de nuestra civilización, queda patente la idiosincrasia del funcionamiento de este tipo de prácticas entre los políticos, arribistas y otros buscadores de oportunidades. Con el inicio de la transición por ejemplo, llegaron nuevas oportunidades ya que muchos empresarios vieron la ocasión de codearse con altos cargos que asumían funciones en la formación del nuevo gobierno democrático de finales de los 1970 y principios de los 1980.
José Sazatornil interpreta en La escopeta nacional (García Berlanga,1978) a un empresario catalán que va literalmente a la caza de contactos válidos para expandir su negocio de porteros electrónicos. Para relacionarse con altos cargos del gobierno y aristócratas de todo pelaje, encuentra una persona que le hará de conseguidor (Rafael Alonso). Éste le organiza una cacería en la finca de un marqués venido a menos con destacados miembros de la sociedad y la política para poder trabajar esa red de contactos y oportunidades.
Y es que para muchos la vía rápida es pegar el pelotazo, sobornando e implicando a políticos en su proyecto empresarial como la manera más segura de prosperar, como hace Saza con el ministro (Antonio Ferrandis) y otras personalidades que se encuentran en la cacería. Esta comedia es un fenomenal retrato de cómo se plantean este tipo de relaciones en nuestra sociedad, y que como veremos en otros casos, no ha cambiado en exceso el modus operandi entre empresarios y políticos con consecuencias indeseables.
A golpe de ladrillo y solares
Para ilustrar el clásico pelotazo inmobiliario aparecen Antonio Resines y José Coronado en La caja 507 (Enrique Urbizu, 2002), involucrados en un caso de corrupción urbanística en la Costa del Sol, con mafia y políticos implicados en el desarrollo urbanístico de complejos vacacionales en zonas recalificadas irregularmente y con turbias maniobras para ello, con delitos de sangre inclusive.
Este tipo de corruptelas se han producido en nuestro país principalmente en las zonas del litoral, donde más atractivo tenía para el turismo residencial y el que más rentabilidades producía. Todos estos casos implicaron externalidades negativas en lo que a efectos medioambientales se refiere, además de detracciones de dinero público y otro tipo de irregularidades como tratos de favor o incumplimiento de normativas de todo tipo.
“El dinero público no es de nadie”…
Parafraseando a una desafortunada ministra del gobierno actual… que se lo digan a Roldán (Carlos Santos) y a Paesa (Eduard Fernández). El hombre de las mil caras (Alberto Rodríguez, 2016) trata con precisión todas las aventuras de los dos personajes en los 1990 y de cómo extrajeron los fondos reservados de la Guardia Civil y procedieron a su posterior blanqueo por todos los paraísos fiscales habidos y por haber. La historia entremezcla la trama de espionaje y política, con la burda manipulación y gestión de los fondos para introducirlos en el sistema bancario y financiero.
El tránsito del dinero ilícito por los circuitos de los paraísos fiscales es bastante más complejo, pero sirve para ilustrar lo opaco de ese tipo de operativa con sociedades pantalla y transacciones que se suceden una a otra hasta que se logra difuminar todo rastro e identidad sobre la titularidad y localización del dinero.
La maquinaria de los partidos políticos
Una de las producciones estrella en este género es obviamente la aclamada película de El reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018). En ella se recrea el momento en el que se destapa una trama de comisiones ilegales y negocios relacionados con un partido político, y en la que sus protagonistas (Antonio de la Torre y Luis Zahera entre otros) empiezan a preparar sus opciones para evitar depurar responsabilidades tanto a nivel interno como ante la justicia, aunque estén todos involucrados en mayor o menor medida.
No es sino una puesta en escena de la trama Gürtel del PP en la autonomía valenciana, donde Antonio de la Torre es un prominente dirigente del partido a nivel autonómico con opciones de llegar a “dirigir ese reino”. Sin embargo con la revelación de todas las operaciones corruptas y su detención no le queda otra que intentar morir matando.
Incluye una interesante crítica hacia los medios de comunicación por ser partícipes de toda esta problemática de la corrupción institucionalizada, ya que si bien algunos medios suelen ser críticos, otros son demasiado conniventes e intentan ocultar o disipar el problema en muchas ocasiones. Lo más hiriente es la parcialidad y partidismo de los medios que cambian las tornas en el mismo momento en el que los casos de corrupción afecten a «su» partido o a un gobierno de otro color. En consecuencia terminan todos por ser cómplices y vasallos de ese sistema pernicioso. Antonio de la Torre ya en sus últimos coletazos se explaya con la periodista televisiva encarnada por Bárbara Lennie y critica esa hipocresía de los medios afeándole su conducta en directo.
En relación a esta idea de la corrupción instaurada en los partidos políticos, contamos con otra como B, la película (David Ilundain, 2015). El caso Bárcenas llevado a la gran pantalla, con Pedro Casablanc en el papel del propio Bárcenas. La cual no escatima en nombres ni en detalles (reales) sobre la financiación irregular del PP y el enriquecimiento ilícito de su tesorero gracias a las aportaciones interesadas de empresarios con las que compraban favores políticos y llevaban a cabo todo tipo de proyectos y negocios muy lucrativos. Una «escopeta nacional 2.0», pero con un componente más profesionalizado con una gestión detallada y estudiada de la corrupción.
En Cien años de perdón (Daniel Calparsoro, 2016), Luis Tosar se ve envuelto en un atraco a una entidad bancaria en Valencia en la que la trama de los partidos políticos está muy presente.
Una película más reciente, El silencio del pantano (Marc Vigil, 2019) muestra las peripecias de un ex conseller valenciano y ahora profesor universitario en relación con una trama corrupta y de blanqueo de capitales que implica tanto a delincuentes como a políticos, a los que compara con «cañas bien enraizadas en el fango y difíciles de cortar».
Ejemplaridad de los dirigentes públicos
Animales sin collar (Jota Linares, 2018) nos muestra al recién elegido presidente de la Junta de Andalucía (Daniel Grao) y a los problemas que se enfrenta por su pasado. En el trasfondo de la película está como no la corrupción política y otras cuestiones económicas derivadas.
Y es que parece complicado que a esos niveles de poder y autoridad política no podamos disociar las malas prácticas.
Algunos dirán que va en la condición humana, y es evidente que ninguno de nosotros somos ejemplares en sentido estricto de la palabra. Pero mucho menos lo suelen ser personas que se han dedicado décadas y en algunos casos durante toda su vida y en exclusiva, a los entresijos de la vida pública y la política.
Como se comentaba al inicio, ya iba siendo hora de que tuviésemos la oportunidad de ahondar en nuestra propia historia reciente, huyendo de la autoflagelación de la leyenda negra del imperio y los descubrimientos, y principalmente de la ya tan filmada Guerra Civil…Si bien es cierto que las últimas sobre ésta son realmente interesantes, casos de La trinchera infinita (Jon Garaño, 2019) y Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019), pero eso es otro tema diferente al que nos ocupa.
En definitiva, tanto consumir cine estadounidense hacía que uno terminase por estar más familiarizado con los casos de corrupción política de los EEUU que de los propios del país.
Hasta tal punto es así, que resulta casi más sencillo para algunos hablar del ‘Watergate’ que del caso de los ERE de Andalucía, sobre el que quizás algún día tengamos una película. Y por qué no también podría haberla de la trama catalana del 3% de la familia Pujol, los asuntos relacionados con el Rey Emérito D. Juan Carlos I, o sobre los moralistas de Podemos… Elementos e ideas para una trama argumental los hay de sobra, para nuestra desgracia. No obstante ya hemos comprobado que resultan muy bien en la gran pantalla.