Es la recta final del año y con ella toca esquivar la colocación de boletos y décimos de Lotería de Navidad, el proveerse de regalos (o más bien de ideas para hacerlos). Y cómo no, además de todo ello, afrontar las cenas navideñas. En particular, las cenas navideñas de empresa. Una invitación envenenada, quizá otro invento diabólico de las mentes pensantes de los Recursos Humanos de las empresas.
En todo caso, un evento importante independientemente de la connotación que se le quiera dar. No en vano las horas dedicadas a trabajar, aunque hablemos de presencialismo, más los desplazamientos y horas extra, supone un elevadísimo porcentaje del preciado y escaso tiempo terrenal. Por consiguiente, puede ser un verdadero compromiso el acudir y sobrevivir a una de esas cenas de navidad. Habrá quien quiera disfrutar con los compañeros de verdad, otros querrán desconectar de una vez por todas del ambiente laboral: de esos elementos tóxicos laborales y por supuestísimo de algunos jefes…
Bien es cierto que no todos los jefes son tan pérfidos como Javier Bardem en El buen patrón, pero algunas de estas cenas pueden terminar como la Marimorena. Que se lo digan a John McClane, el gran Bruce Willis de la (¿¡navideña!?) Jungla de Cristal. Él únicamente iba a la cena de empresa de su mujer en el Nakatomi Plaza…
Por ese y otros motivos, si ya es más que deseable evitar a ciertos personajes en el día a día, no digamos en plena ebullición festiva. En determinadas empresas la cena (o comida) es un ritual ineludible, eso sí. Máxime cuando el jefe lo considera como algo inexcusable y de obligado cumplimiento. Jason Bateman no creo que tuviera muchas ganas de compartir cena navideña con Kevin Spacey. O con los otros indeseables y tiránicos jefes de la disparatada Cómo acabar con tu jefe.
Es un día laboral trampa básicamente, con un tufo razonable a una de esas dinámicas de grupo ideadas por RRHH. Tal vez enmascarada en distensión, sin dejar de ser un evento corporativo, y formal. Pretende fomentar un sentimiento de grupo: ese ‘team building‘ tan sofisticado para muchos. O peor, ir más allá con una filosofía de buenrrollismo malentendido. No a los ambientes laborales con pingpong, zumitos y detallitos varios. Los empleados en realidad aspiran a un entorno sano, lo más liviano posible, en su día a día. Tooodos los días del año.
Por lo tanto, cuidado con el exceso de euforia y/o defecto de autocontrol al participar de la tal cena de empresa. Pensemos en aquellos que se entregan al máximo en cuerpo y alma, incluso extralimitándose en la situación. ¿Quién no ha tenido compañeros de trabajo que dejan al cuarteto de Resacón en Las Vegas a la altura de unos monjes tibetanos en ejercicio de meditación? Una desubicación total, muy probablemente escudriñados por los jefes. O peor aún, ante la atenta mirada de esos mandos intermedios que creen ser herederos de la empresa. Regados por el síndrome del mayordomo Samuel L.Jackson en Django desencadenado. A veces uno tiene la certeza de que el acontecimiento es un grotesco experimento para probar los límites de cada empleado. Un malvado plan propio de los organizadores de La cena de los idiotas.

Que nadie espere que el espíritu asocial e incluso comportamiento sociópata de los jefes más desaprensivos desaparezca por arte de magia, ni por los efluvios del alcohol. Ni mucho menos sufra la transformación de aquel Bill Murray de Los fantasmas atacan al jefe tornándose en un afable y entusiasta líder, un alma de la fiesta. Mucho espíritu navideño de cine clásico, tan emotivo y familiar a lo Frank Capra, es pura ficción. Posiblemente, ese Bill Murray de la moraleja final, fuese hoy en día un perfecto ponente de conferencias, haría del ‘coaching’ su oficio y beneficio, y escribiría libros de Psicología Positiva y la Felicidad…
De nuevo Jason Bateman, uno de esos especialistas de la comedia estilo desmadres a la americana, valida todo este razonamiento a la perfección con Fiesta de empresa. Una malvada directora encarnada por Jennifer Aniston, y por otro lado una camarilla de compañeros dispuestos a mantener sus trabajos, pese a la fiesta y todas sus consecuencias.
En definitiva, resignación y ánimo si supone un esfuerzo presenciar según qué cosas y aguantar a ciertos fulanos. Si se mantiene el entusiasmo y proactividad, no hay que olvidarse de tener en cuenta todos los límites traspasados y ultrapasados de Bradley Cooper, Zach Galifianakis y compañía.
De cualquier manera, un consejo laboral muy práctico es el de abandonar la cena tirando una silenciosa bomba de humo. Una huida a tiempo, es una victoria. La señal es inequívoca, en cuanto la escena empiece a asemejarse a cualquiera de las situaciones surrealistas de la oficina de Severance, es momento de salir pitando. En particular a la del mítico paripé de baile de confraternidad entre «compañeros»…


